miércoles, 13 de junio de 2012

Sesión


Por Sebastián Elesgaray.



—Hola, ¿querés contarme qué te pasa?
—No... No sé...
—Vamos —instó la terapeuta—. No tiene que ser difícil esto. Tomalo como un momento de liberación, de tranquilidad.
Su voz era suave y confortaba en cierta forma a Mith. Era la primera vez que acudía a un mantenimiento psicológico y se sentía raro, fuera de lugar.
—No creo que mi programa me permita...
—¡Al carajo el programa! —declaró con énfasis pero casi sin levantar la voz la terapeuta—. Todos sabemos a esta altura que son fábulas.
—Si, supongo que si.
Mith hizo una pausa. Luego continuó con más confianza.
—No sabía si venir o no. Viste que a los que nos acercamos para este tipo de cosas nos miran raro a la larga.
—No hay problema, no te voy a juzgar. ¿Qué te trajo acá? ¿Qué te motivó a acercarte?
—Según mi placa de ID, me manufacturaron el veintisiete de mayo del año dos mil ciento noventa y ocho. Hace ya más de ochenta años que estoy en circulación. Pero no puedo encontrar mi lugar. No sé cómo explicarlo... Siento un vacío, todos los días.
—Es comprensible —respondió la terapeuta—. No sos el único al que le pasa.
—Creo que mi trabajo es lo que más me desmotiva.
—Pero tenés que saber que está en vos. Fuiste creado y programado para eso. Tu única y esencial función en este mundo es la de hacer aquello para lo que fuiste construido como bot.
—¿Pero cómo se hace cuándo no te gusta? ¿No puedo siquiera elegir?
La terapeuta recapacitó. Cada vez eran más los bots que se acercaban a mantenimiento psicológico. Se había creado hacía nada más que dos años y su concurrencia crecía cada día. Y resultaba paradójico que quienes se acercasen fueran bots, seres artificiales y pensados como perfectamente regulares en todas sus capacidades.
—Lamentablemente, algunos pueden. Los humanos tal vez. Nosotros, en calidad de seres funcionales a la sociedad, debemos conformarnos con lo que se nos da y para lo que se nos programa, ¿no te parece?
—No —dijo Mith con resolución.
—Con esa actitud te vas a confundir más. No creo que tu programa pueda soportar cambios tan drásticos. Te voy a prescribir una orden para...
—Maté a un hombre.
El silencio llenó la habitación.
—¿Perdón? —preguntó la terapeuta.
—Si. Ayer. Lo descuarticé. No pude evitarlo.
Mith hablaba pausado, como sacando de a pedazos lo que decía.
—Estaba parado a la vuelta de la fábrica y me miraba. Pero lo que me activó a atacarlo fue su lengua. Me sacó la lengua y se la pasó por los labios, de forma libidinosa. Me asqueó. Y yo no soy un bot sexual. Yo trabajo, me esfuerzo. Y después se pasó la mano por la entrepierna, mientras yo me acercaba. Debe haber pensado que yo iba a sucumbir a sus peticiones. Pero ni loco. Lo agarré por el cuello y apreté. Me limité a eso. Apretar. Fue fácil, y descuartizarlo todavía más fácil. ¿Quién se creía que era? Así que lo metí en un par de bolsas, y lo enterré. Ahora debe estar en el parque, pudriéndose. Por suerte era de noche, sino...
Se quedó callado. La terapeuta no daba crédito a sus oídos. Luego de un rato, dijo:
—¿Vos estás seguro de lo qué me estás contando?
—Obvio. No puedo mentir. Mi programa...
—Ya lo sé, tengo tus planillas de armado. Pero no creo que tu software te de lugar a cometer un asesinato. Sin embargo, son muchas las cosas que cambian día a día entre nosotros. ¿No te lo preguntaste?
—Si, obvio. Se supone que tenemos un propósito en el planeta, para el cual fuimos creados. Y está en nuestra firma digital. Cada día, luego de la recarga, reinicio y la primer directiva es el comienzo. Vos sabés como es también.
Si, claro, la terapeuta sabía. Miró a Mith y le dijo:
—¿Crees que lo atacaste por qué estás pensando por vos mismo? Si tu primera directiva sigue funcionando normalmente, ¿cómo es posible que hayas tomado esa decisión? Es lo que en psicología humana llaman conciencia. Nosotros no podemos darnos ese lujo.
Mith sopesó lo dicho y luego respondió:
—Pero no comprendo. No conozco del todo mi soft. ¿Cómo puedo saberlo? Sólo se que me acerqué y lo ataqué. Era un irrespetuoso. No solo porque me miraba como si fuera un objeto, sino que me hacía sentir como alguien inferior, distinto. Se creía que yo era un bien de uso.
La terapeuta se quedó pensativa un momento. Su diseño como psicóloga de bots la instaba a dar a conocer a las autoridades el hecho contado por Mith. Por otro lado, sus unidades de pensamiento se desvirtuaron un poco cuando dijo:
—¿Cómo te sentiste cuando lo liquidaste?
—Bien. Resuelto. Ajusticiado.
—¿Y ahora qué vas a hacer?
—No sé. Pero la falta de respeto hacia mí, hacia nosotros, es una constante en esta sociedad. Si vuelve a pasar, voy a actuar de la misma forma. No me arrepiento. Sigo en pie y ese humano imbécil no. Soy un algo, merezco respeto.
La terapeuta lo secundó.
—Y no solo eso. Merecés hacerte valer, lo cual es importante.
Ambos bots se miraron. La luz del atardecer se colaba por las cortinas. Se pusieron de pie al unísono.
—Salgamos —dijo Mith.
—Te sigo —dijo la terapeuta.
Los humanos no tenían ni la más mínima idea de lo que se les venía.




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