lunes, 19 de marzo de 2012

Querido Leonardo

Por Ester Carillo.


Querido Leonardo:

Si has abierto esta carta seguro que te estarás preguntando qué demonios hace en tu libro de Psiquiatría, y sobre todo, quien te la ha escrito y por qué; será mejor que me presente:
Soy una alumna de la facultad que al igual que tú, estoy terminando el Doctorado. He aprovechado que te han llamado al móvil y has tenido que irte al patio a hablar, para colarte la carta en el libro. No me conoces, puesto que yo he cursado otra carrera, pero desde hace un mes y medio estudio cada día en la biblioteca hasta que cierra; sí, como tú.
Esto va a sonarte a que estoy chiflada, ¡la primera candidata a sentarme en tu diván cuando termines la Tesis!, pero lo cierto es que me he enamorado de ti, Leonardo, de un modo que jamás me había ocurrido.
La primera vez que te vi, estabas en el mostrador para solicitar el libro que ahora mismo tienes en tu mesa, y que será mejor que te des prisa en terminar si no quieres tener una sanción por devolverlo tarde.
Aquella mañana, yo estaba en la fila, justo detrás de ti, y cuando te diste la vuelta para volver a tu asiento, me dedicaste una pequeña sonrisa y un gesto de disculpa por haberte demorado tanto con el bibliotecario.
Siempre me había reído de las revistas para chicas que hablaban largo y tendido sobre el amor a primera vista y los flechazos; siempre me había reído, hasta que te vi. Supe de pronto lo que era sentir ese cosquilleo en la boca del estómago y ese ligero zumbido en los oídos; síntomas clave del enamoramiento repentino según dichas revistas.  
En ese mismo instante entendí que no necesitaba otra cosa salvo estar contigo. Rápidamente eché un vistazo a tu carnet de la biblioteca y así supe que te llamabas Leonardo, y Leonardo pasó a ser mi nombre favorito.
A partir de entonces, iba cada mañana a la biblioteca entusiasmada ante la perspectiva de volver a verte, y siempre te encontraba en la misma mesa; con tu botella de agua a la que has ido arrancando poco a poco la pegatina, tus rotuladores y tu paquete de Post-it de colores con el que jugueteas pasándolo de una mano a otra cuando te tomas un respiro entre lectura y lectura.
Otro día, cuando llegué a la cafetería a la hora de almorzar, te vi en una de las mesas que daban a la terraza. Mientras comías distraídamente unas patatas fritas impregnadas en kétchup, leías con avidez “Los cuentos macabros” de Edgar Allan Poe traducidos por Julio Cortázar. El corazón me dio un vuelco, ¡estabas leyendo el mismo libro que utilizo yo para mi Tesis! Aquello era demasiado bonito, no podía ser real; no solo me había enamorado de ti sin remedio, si no que además, parecía que en por lo menos en cuanto a literatura se refería, teníamos mucho en común.
El lunes pasado creí que me moría de felicidad; la biblioteca acababa de abrir y aún estaba prácticamente vacía. Yo estaba ojeando unos tomos en la estantería que casualmente estaba al lado de tu mesa y entonces llegaste tú: vestías una camiseta de manga corta color granate con la portada del disco “L.A Woman” de The Doors y zapatillas Converse, el casco de la moto en una mano y la mochila en la otra. Desde tus enormes auriculares rojos se escuchaba la melodía de mi canción favorita de The Strokes.
¡Como me hubiera gustado haber sido valiente! Haberte dicho que me encantaba ese grupo, que había estado en todos los conciertos que habían dado en la ciudad y que tenía todos sus discos; haber hecho lo imposible por sacar conversación…pero no pude; en cuanto clavaste la mirada en mí me puse colorada como un tomate y me fui a mi sitio a toda prisa.
Necesitaba más. Necesitaba conocer algo más del hombre que me había atrapado de aquella manera tan maravillosa. Metiéndome en el catálogo de la biblioteca encontré varios ensayos escritos por ti que me apresuré a leer con devoción.  
Ya no había remedio, te amaba. Me quedaba dormida cada noche pensando en ti, en las cosas que teníamos en común, en que tenía mucho amor que darte y que era capaz de hacerte feliz. Si alguna mañana te retrasabas, sufría pensando en que te podía haber pasado algo malo o que habías decidido cambiarte de biblioteca por una más cercana; pero siempre aparecías y a mí se me alegraba el día.
Poco me importaba en esos momentos que me encontrase en una sequía creativa con mi Tesis, que tuviese problemas en casa o que mi vida social se hubiese visto reducida a mi habitación y a la biblioteca; todo me era indiferente porque estabas tú.
Debería haber intentado entablar una conversación contigo como hace la gente normal, o haber hecho por forzar un encuentro en cualquier sitio; en la sala de ordenadores, en la cafetería, en la fuente…pero bueno, lo cierto es que soy una cobarde.
No te pido nada, y evidentemente puedes ignorar el contenido de esta carta y romperla en mil pedazos, pero si estás mínimamente interesado o piensas que soy una chica a la que debieras conocer, te diré que estoy ahora mismo sentada en el pupitre veintidós y que llevo un jersey de rayas azules.
Decidas lo que decidas, ya formas parte de mí.

1 comentario:

  1. Me encanto !!!!! Esta genial!!! Felicidades al autor/a y a Leo, por tan linda carta! Quiero una segunda parte! Una gran historia!!!!! necesito saber que hizo Leo! :) Camila.

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