miércoles, 14 de marzo de 2012

Vampiro en la línea


Por Mauricio Vargas.


—¿Sí? —Dijo el locutor en esos momentos—. ¿A quién tenemos en la línea?
—Buenas noches —respondió el oyente. Era un adolescente. Había estado escuchando el especial paranormal de la emisora toda la noche y se había trasnochado, como siempre lo hacía en los fines de semana. 
—Hola, cómo estás. Qué historia deseas compartir con nosotros.
—Sí, estee… pues en realidad no deseo contar una historia, El motivo de mi llamada es hablarles sobre mi vida, una confesión.
—¿Confesión?
—Esta es la primera vez que digo esto en público, y decidí que esta sería una buena opción para hacerlo. Es algo que no me deja dormir en paz y necesito decirlo.
—Está bien, aquí estamos todos los oyentes para atender a tu confesión. ¿Cómo te llamas?
—Preferiría permanecer en el anonimato.
—Bien, bien, adelante.
—Bueno. Yo tenía nueve años, aproximadamente. Recuerdo que tenía mucha hambre y había estado preparando un bocadillo cuando me corté un dedo sin darme cuenta. Obviamente, el dedo me empezó a sangrar, salpicando el piso con gotas rojas diminutas. No sé por qué razón, aún me lo sigo preguntando, me metí el dedo a la boca y, curiosamente, lo disfruté, ¿me hago entender? me gustó el sabor de mi sangre. 
—Sí, continúa —intervino el locutor. En el fondo tecleaban con rapidez.
—Bien. Estuve embelesado succionando hasta que caí en cuenta de mi letargo y mi extraño deleite. Luego de lavar la herida con agua y colocarme una cura, pensé en la sensación que había causado el contacto de la sangre con mi boca. Era curioso pero no lo suficiente para alarmarme; muchos también lo hacen cuando se lastiman ¿no? Era algo instintivo.
—Sí, claro —dijo el locutor.
—Sí, por eso no me alarmé. Pero en las horas de la noche me llegó el sabor de nuevo. Lo sentí en mi boca. Esta vez sí fue realmente extraño ¿entiende? No aguantaba la tentación de saborearla. Sin pensarlo me descubrí la pequeña herida y empecé a succionar, pero al ver que la sangre no salía mordí con fuerza hasta que sangró de nuevo ¿entiende? Así estuve durante una hora.
—¿Eran tan fuertes las ganas de probar la sangre? 
—Sí; no le miento. ¿No me cree?
—No, no he dicho nada. Es que es impresionante lo que cuentas.
—Es todo verdad —recalcó el joven oyente—- Como le venía diciendo, esa misma noche tuve un sueño muy extraño. Soñé que un sujeto vestido de negro, piel pálida y ojos inyectados de sangre salía de una espesa niebla. Yo me sentí atraído ¿entiende? Extrañamente me había parecido atractivo y cuando miré sus ojos quedé como hipnotizado. Luego desperté. No recuerdo nada más. Curiosamente, en la mañana, sentía el mismo síntoma de debilidad y unas intensas ganas de probarla.
—¿La sangre?
—Sí, la sangre.
—Y qué más sucedió —intervino el locutor—. ¿Alguien supo sobre sus nuevos y particulares gustos?
—No. Preferí mantenerlo en secreto, por lo menos hasta que se me pasara, cosa que nunca sucedería. A muchos les hubiera parecido un cuento de hadas ¿entiende? Pero estaba empeorando y yo me alarmaba.
»Durante mucho tiempo seguí experimentando los mismos episodios. Cuando tenía unos catorce años los eventos que se me presentaban eran más curiosos. Había empezado a soñar con épocas lejanas, ¿entiende?, cosas que no conocía, batallas medievales y escenas sangrientas de guerreros luchando ferozmente y muriendo de las formas más atroces. En aquellos días había empezado a perder el apetito por la comida corriente y solo me provocaba la carne a medio cocinar, o, en su defecto, cruda. Me producía un cosquilleo ver el trozo con su jugosidad de color rojo intenso, ¿entiende? 
»Una vez —por esa época estaba enamorado de una niña que estudiaba conmigo en el mismo salón a la que yo no era capaz de hablarle—, iba yo de camino al colegio cuando la vi que se acercaba. Noté que su rostro estaba pálido como el yeso y cansado ¿entiende? Cuando se acercó a mí se quedó mirándome con el ceño fruncido, como si estuviese tratando de escrutar algo en mi rostro, luego se desplomó en mis brazos y me preguntó algo que me dejó desconcertado: “¿Cuándo te volveré a ver? ¿Esta noche quizá?”
»Quedé frío al escuchar esas palabras. Desde ese momento asumí que yo me estaba convirtiendo en un no-muerto ¿entiende?
—¿Un no-muerto?
—S; un vampiro. Ahora, con dieciséis años sé que fui elegido para eso. Ya no es raro ver cosas extrañas en los sueños. A veces, a escondidas, como carne cruda o me corto los dedos y succiono la herida con un gusto indescriptible. Yo sé que muchos no me creerán, pero estoy seguro de qué soy.
Hubo una breve pausa y el locutor habló de nuevo.
—¡Tremendo! ¿Y has acudido a alguien que te pueda ayudar?
No hubo respuesta.
—Hola, oyente, ¿estás ahí?
Silencio.
—¿Hola?
No hubo respuesta.
—Bueno, parece que se ha caído la llamada. ¡Tremenda historia la que hemos escuchado esta noche! Algo de verdad muy serio. Según investigadores de ese campo, estas criaturas existen. Tal vez no como los pintan en las películas, pero sí con aquellas inclinaciones hacia lo oscuro y con gusto por la sangre. Es un tema que tenemos planeado tratar en algún programa. Es de por sí muy interesante. Esperemos que nuestro oyente vuelva a llamar —Sonó un fragmento de la cortina y luego continuó—: Estamos esperando sus historias. Las líneas están abiertas, mientras tanto vamos con música y ya regresamos. 
El locutor dudó por un segundo de la veracidad de la historia de aquel joven oyente, pero no lo dijo al aire. Su trabajo no consistía en poner en tela de juicio las experiencias de los oyentes; no estaba en su contrato. Él sólo se encargaba de conducir el programa. 
Por otro lado, Miguel Ángel había colgado para crear impacto, agregarle suspenso a su historia ficticia. Se reía de solo creer que el conductor del programa se había tragado semejante patraña. En ese momento había empezado a sonar la música. Música para maricas, pensó. Cambió la estación rápidamente a una donde si pasaban música de verdad. Estaba solo en su casa, sus padres estaban en una reunión. Podría subir el volumen todo lo que quisiera, bueno, al menos lo suficiente para no despertar a los vecinos; sólo tenía que cerrar la puerta de su habitación.

Cuando acabó la música, el locutor recibió otra llamada.
—Buenas noches, ¿con quién hablamos?
—El sujeto que acabó de llamar… debe retractarse.
—¿Disculpe?
—Aquel que dijo que era un vampiro, debe retractarse de inmediato. 
El locutor no entendía lo que estaba sucediendo, así que guardó silencio.
—Contáctenlo. Si no se retracta, las consecuencias serán muy serias. Buenas noches.
El locutor no se pronunció. La cortina comenzó a sonar nuevamente. Duró varios minutos.

Los señores Hernández habían llegado a eso de las tres de la madrugada y estaban algo extrañados. ¿Por qué Miguel Ángel habría de cerrar con seguro la puerta estando solo? La música sonaba duro en el interior de la habitación.
Tal vez se ha quedado dormido con la radio prendida.
Su madre abrió el cajón superior de su mesa de noche y sacó la llave que abría todas las puertas de la de la casa. 
Miguel estaba en el suelo, sobre su alfombra, dormido. Su madre lo movió sin que se inmutara. Su padre se dispuso a cargarlo y dejarlo sobre su cama cuando notó algo extraño. Dos agujeritos rojos en su cuello.
Un vampiro.
Bah, qué estupidez más grande. 
Pero la posibilidad existía, más de lo que su padre llegó a creer y desechar como una patraña de su cabeza. La visita de uno de verdad, uno al que no le gustaba oír a la gente tratándolos como criaturas míticas y haciendo uso de la larga existencia de su raza como cuentos de hadas para triviales entretenciones, pero su padre era muy viejo, obtuso e incrédulo para pensar en cosa más absurda. Su madre no le había visto las marcas, sólo se había ocupado de bajar el volumen a la radio. 
«Mañana le revisaré bien esas picaduras», pensó su padre. «Ahora es tiempo de dormir».




Fin.

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