miércoles, 2 de mayo de 2012

La realidad es otra cosa


Por Cristian Barbaro.


En este momento es de día, una tarde de siesta infinita. Me propuse a escribir estas líneas mientras el sol bañase los enormes edificios platenses y calentase a los animalitos en las plazas porque temo que durante la noche vuelva a oír esos sonidos. Fuera hay un día espectacular, está para salir a pasear y disfrutar como nunca en la vida, pero yo no soy de hacerlo seguido; es cierto: soy un tipo un poco aburrido cuando se trata de buscarle la vuelta de tuerca a la diversión pero qué se le va a hacer, cada uno con su personalidad. En lugar de largarme a calentar mi hermosa piel bronceada (bueno: negra y hermosa) decidí quedarme sentado en el puff improvisado con andrajos de una persona que vivió en la pensión y nunca conocí para realizar mi tarea para La Jefa  Carmen en El Edén. Estoy en el pasillo que conecta mi habitación, que comparto con otras tres personas, estudiantes también de la UNLP, con el patio y el comedor, lugar donde se lleva a cabo un festín de hechos que poca importancia les doy porque soy un tipo aburrido (soy un tipo aburrido y no me avergüenzo, jamás lo hago), y además no tienen importancia para estas palabras.
Comencemos desde el principio. Desde que vi la imagen en la que me encuentro etiquetado en el facebook estuve analizando y estudiando cada hecho de mis días para escribirlos según el ejercicio literario, y hubieron unos cuantos que merecen ser  contados en estas páginas pero son muy extravagantes. Me los reservo para mi querida ficción, mis hijos que tanto amo y que, de a poco, están creciendo. Nadie creería lo loca que está la gente para llevar a cabo eventos y diálogos imposibles. Me pregunto si estas líneas serán coherente frente a la calificación final. Bueno, debo arriesgarme. Soy una persona que intenta encontrar su estilo, soy una persona que va de un lado a otro, llegando a rozar lo vulgar o tocar el cielo con las manos en la poesía en prosa que le escribo a mi amada...
Omito su nombre, creo que más que nada debido a la exposición que esto pudiera generar (no soy un escritor profesional pero hay personas que conozco que me leen).
En fin, toda esta introducción intenta dar el puntapié inicial a un momento de la noche de anoche, lunes primero de agosto. Llegué de la Facultad cansado, luego de horas acomodando y preparando el buffet para abrirlo hoy. Luego de las vacaciones de invierno fue bueno volver a ver a los rostros que me acompañan todo el año, oír las  voces ordenándome alguna tarea luego de dos semanas totalmente inactivo, como si fuese un maldito vegetal secándose en un desierto, cansado de descansar. Revisé un rato mi facebook y me degusté un partido bastante parejo entre la selección argentina y la  inglesa por la Copa Mundial Sub 20 de Colombia en la televisión. Luego, llegado la medianoche, me fui a acostar.
En la habitación, estaban dos de mis compañeros, ambos durmiendo, mientras yo miraba al techo, intentando pegar los ojos como lo hacían ellos. No podía hacerlo, aún me cuesta demasiado dormirme enseguida fuera de mi casa; hace un mes que me mudé a la pensión y no logro acostumbrarme del todo al cambio. En mi cabeza daba vueltas y vueltas a infinitas posibilidades de comenzar estas líneas para el segundo ejercicio, pero nada concreto llegaba a mi cabeza, ligera de ideas pero desesperada por actuar en cuanto halla algo. Ya estaba cerrando mis ojos cuando oí unos golpes provenientes del techo. Me llevé un susto de la puta madre. Recordé lo que me habían dicho algunos de los chicos que conviven conmigo en la pensión y el miedo creció a raudales.
Me gusta el misterio, para qué se los voy a negar. Pero también es cierto que me cuesta bastante explayarlo en palabras y que se entienda a la perfección. A diferencia de mi escritor de misterio (y muchos otros géneros más) preferido: Stephen King, yo soy un nene que aún no ha abandonado la teta (y en realidad no la dejé hasta que cumplí los tres años y mi hermano recién nacido era la prioridad).
En algunos momentos, los chicos de la pensión me hablaron de los fantasmas que, supuestamente, viven entre nosotros y se manifiestan de noche. Se cuenta que esta pensión fue un geriátrico hace casi dos décadas y que algunos de los pacientes que estiraron la pata aún están de visita por su lecho de muerte durante la noche. Yo soy bastante escéptico ante estos relatos aunque no descarto la posibilidad de la vida más allá de la vida (y de la muerte), lo no creo posible es que hayan fantasmas durmiendo  con nosotros. En un principio, estas historias para el mate de la tarde fueron mi inspiración para un relato que publiqué en mi blog hace unas semanas (“Fantasmas en el pasillo”) y ahí terminaban mi relación con los fantasmas que les tocaban las orejas a algunos de los muchachos o tiraban de la cadena del inodoro en plena madrugada (debo admitir que son muy educados).
Los golpes en el techo eran parecidos a los pasos de personas sin calzado. Abrí los ojos y miré hacia arriba, un punto rojo danzaba en mi campo visual, producto de mi ligero cansancio. Supuse que esos sonidos eran provenientes de las personas que vivían en el piso de arriba pero algo no encajaba en esta hipótesis. El silencio era perfecto, los golpes dejaron de oírse pero yo me preguntaba si arriba de mi habitación había un piso y vivía gente, eso era lo que no encajaba. Tuve que averiguarlo.
Me levanté de mi cama y salí al pasillo; a pesar de que estaban encendidos los calefactores a gas, hacía tanto frío que podía ver mi propia respiración. Salí al patio y miré arriba: me sorprendí al descubrir que no había un segundo piso allí. Tampoco  habían vestigios de que alguien hubiese transitado mi querido techo ya que tenía un excelente panorama del cielo estrellado y no había ninguna silueta oscura cortando el firmamento.
Además, ¿quién querría darse un paseo por el techo sobre una pensión sin un mango? Quedé un poco consternado y confundido. Tal vez era el cansancio que me estaba haciendo una jugada sucia a mi percepción del mundo. Volví a mi cama y me tapé hasta la cabeza con la frazada. Hacía más frío del normal. No era normal esa situación. En ese momento volvieron a mi cabeza todas las historias que los chicos más viejos en la pensión me contaron sobre fantasmas. Y tuve un poco de miedo, no lo niego. Creo que subestimé bastante los relatos de los chicos sobre estos entes. ¿O será que tengo demasiada imaginación que mis ideas escapan de mi cabeza para materializarse en el aire? En fin, debo recordarme que la vida no es joda, ni ésta ni la que pueda existir en algún otro sitio, diferente al de nuestra vida.
Hoy desperté con muchas ganas de escribir y la certeza de que lo de anoche fue real, tenía que contarles este hecho de uno u otro modo. Anoche alguien, no sé quién ni cómo lo hizo, caminó por mi techo unos segundos, de eso estoy seguro pero no pienso contárselo a los muchachos de la pensión ya que quedaría como un boludo luego de cuestionar sus historias. Aunque, tal vez, lleguen a leer estas líneas. Queda en mi lectura deducir qué puede ser real o no. Estoy con la certeza de que no estaba dormido. Y da mucho miedo tener certeza de algo.
Luego, durante esa noche, hubo algo más que me extrañó bastante: en algún momento de la madrugada me encontraba nuevamente en mi casa, oyendo los desagradables  maullidos de gatos peleándose en algún lugar del techo. El frío era del campo, de El Peligro, de mi hogar, y sentí ganas de levantarme y llamar a mi gato para que entrara a comer su comida y no saliera lastimado en las batallas de los gatos alzados (el mío está castrado) pero yo no estaba en casa, estaba en la pensión. Estaba en mi nueva cama de mi nueva vida como un hombre independiente. Volví a mirar al techo nuevamente esperando oír los golpes que oí durante toda la noche pero no hubo sonidos, ni siquiera de peleas de gatos; luego me dormí.
Lo peor de todo es que no sé si fue real lo que viví durante la madrugada o fue parte de un sueño; para mí fue real, eso es lo peor; no estar seguro también es muy feo.
Me pregunto si los fantasmas estarán enojados porque yo me burlé de ellos. Me pregunto si se enojarán (en caso de que existan) luego de que ponga un punto y aparte en estas líneas. Son tantas las preguntas que tengo y tan escasas las respuestas para otorgar que prefiero que siga existiendo el misterio alrededor de esta pensión y de mi cabeza durante la madrugada.
Prefiero terminar aquí e irme a dormir una siesta por un rato. Me siento cansado, está comenzando a atardecer y el frío no tardará en disminuir la temperatura hasta los crudos tres grados. Solo quería contarles una anécdota de mi vida y aprovechar el espacio otorgado para continuar creciendo, mientras en este lugar se debaten la ficción y la realidad. Hay cosas que sí son muy desagradables. Escribir cosas que suceden de verdad rozan la esencia del Riachuelo y es imposible agregar ingredientes extras para florecer las palabras... aunque no las necesite.

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