miércoles, 30 de mayo de 2012

Lenguaje corporal

Por Sandra Geringer.


Manuel recorrió lentamente la pantorrilla de Lucía con su pie, bajo las mantas. Subía y descendía con total calma, sintiendo como  se relajaba y se acercaba más.  Sonrió al notarle los pies helados. Ella estiró su mano y, con los nudillos, comenzó a acariciarle la espalda, casi rozándolo. Se acurrucó junto a él sin dejar de tocarlo, palpándole las costillas, ascendiendo por su tetilla y rodeando el pezón, trazando lentos círculos, irguiéndolo.
Él se giró un poco, dándole libre acceso al resto de su cuerpo. Las manos vagaron por el pecho, hacia el cuello, delinearon los labios y recorrieron la línea de la mandíbula hasta llegar a la oreja y tirar, con mucha lentitud, del lóbulo. Lucía se acercó y reemplazó las manos con su boca. Con minúsculos besos se fue acercando al cuello y, con la punta de la lengua, siguió camino hasta su boca para aprisionar el labio inferior y mordisquearlo.
El beso se hizo profundo. Los cuerpos se acercaron más. Las lenguas luchaban furiosas por lograr imponerse. Las respiraciones se cruzaban formando murmullos y gemidos.
Manuel enterró las manos en el largo cabello de Lucía y la acercó más, deslizó los labios por su cuello, resbalando hasta el valle de sus senos. Inició con besos húmedos y apasionados, una lenta exploración. Al sentir que ella arqueaba la espalda hacia él, acarició con la lengua los erectos pezones, formando círculos y succionando con avidez. Era un enorme gozo sentir como se henchían de placer, los pechos en su boca; valía la pena contener un poco más su pasión, dominar  su cuerpo, ya tenso y duro desde que ella simplemente lo acarició.
Mordisqueó una vez más los pezones, se retiró un poco para ver el resultado y, con muchísima suavidad, sopló sobre la piel húmeda. La respuesta fue inmediata, las caderas se pegaron contra su ingle al tiempo que un profundo jadeo escapaba de Lucía. Ella se frotó, impaciente, contra su miembro palpitante. Él contuvo la respiración.
Aún estaban vestidos. La urgencia los hizo torpes, pero en segundos ya estaban piel contra piel. Acariciándose mutuamente con manos apuradas, besándose y sorbiéndose el uno con el otro.
Manuel deslizó las manos por el vientre femenino, la aferró con fuerza, guió sus manos hacia los glúteos y comenzó a mecerla sobre su erección. Sentía rugir la sangre en los oídos y vibrar su corazón en otro lugar de su anatomía.
Lucía se movía, sobre él, con lentitud. Tomó sus manos y las guió hacia sus pechos, le demostró cómo acariciarla, cómo con un solo dedo podía hacerla liberar todos sus sentidos. Con las manos llenas meciendo los senos, él endureció aún más los pezones frotándolos entre los dedos.
Los hinchados labios volvieron a unirse, el sonido de los besos retumbaba en la oscuridad. No podían verse, pero su piel captaba todo por ellos.
Los dedos masculinos parecían estar en todas partes: con una mano recorría la línea de su espalda, flexionándola hacia él, mientras que con la otra exploraba el interior de sus muslos, invadiendo lentamente el centro de su placer, estremeciéndola.
Muy excitada y ansiosa, liberó a sus manos para que tomaran la iniciativa. Acarició los hombros, el interior de los brazos, llegando hasta el estómago de Manuel. Se inclinó, rozando con sus pezones la notable erección. Se irguió y con un dedo, fue acariciando, en círculos, la punta de su pene. Él se mordió los labios, su miembro palpitó. Lucía repitió con la lengua el mismo camino de su dedo, pero no se conformó. Lo envolvió dentro de su boca,  lo saboreó de arriba abajo, demorándose en la punta, succionando y besando, una y otra vez.
Él la agarró con fuerza de los brazos, frenándola, se sentía estallar. El olor dulzón del sexo embotaba sus sentidos y le estaba costando contenerse. La envolvió en sus brazos y la giró, cubriéndola con su cuerpo contra la cama. Ella se dejó hacer y lo recibió, conteniéndolo con sus piernas.
La pasión y la necesidad de alivio reinaron desde entonces. Se recibieron mutuamente. Vibraba él en el ardiente cobijo de ella. Las respiraciones se entrecortaban, la piel hablaba por ellos. Manuel elevó sus manos y la agarró con fuerza de los hombros, queriéndola acercar lo más posible, mientras se balanceaba imponiendo un ritmo cada vez más anhelante.
Lucía absorbía con su cuerpo la voraz pasión de su pareja, totalmente abandonada al placer. Sentía surgir en su interior el inminente nacimiento de un orgasmo, un calor profundo presionaba su pelvis, le cosquilleaba por dentro, al tiempo que el miembro pujante de Manuel invadía y conquistaba.
Con la espalda arqueada él se volcaba dentro de ella, controlado aún. Recién cuando notó los espasmos que la dominaban, cuando apretó las caderas y lo sujetó íntimamente, le quitó el freno a su placer y se dejó llevar. Embate tras embate sintió la palpitación final e inclinando la cabeza hacia atrás, atrapándola más aún contra las sábanas, vio todo rojo, sintió todo rojo, y se llenó de ella.
Quedaron entrelazados por brazos y piernas, satisfechos y plenos. Se besaron con ternura, casi con reverencia.
Con un cálido pie, Lucía acarició la pantorrilla de Manuel. Él, sonriendo, se durmió.

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