miércoles, 4 de julio de 2012

La pareja perfecta

Por Esteban Salamanca Paez.


Dedicado a Calista Manriquez.



Dicen que la navidad es una época para estar en familia. Dicen también, que sirve para unir corazones y eso fue lo que le pasó a Calista y Esteban.
La pareja perfecta estaba conformada por un hombre perfecto. Sí, no era Dios, y una mujer perfecta.
Llevaban mucho tiempo de novios, y la velada de noche buena, había sido la fecha perfecta para casarse.
Todos sus amigos y familiares asistieron a la boda. Había sido algo muy sencillo. No querían ningún agasajo, porque sabían que cada quien debía estar con su familia. Bueno, ellos sabían eso, pero querían estar juntos esa noche. Tenían toda una vida para estar juntos, pero querían hacer de la velada de noche buena, la suya propia.
A la salida de la iglesia, los suegros del hombre perfecto habían decidido prestarles el carro para que se fueran a donde ellos quisieran. Los suegros confiaban plenamente en este hombre ¿Por qué? ¡Era el hombre perfecto!
Se montaron al auto, y tomaron rumbo hacia el norte. Uno de los amigos de la pareja, les había prestado las llaves de una cabaña, en donde podían pasar la noche. A pesar de que estaba un poco alejada de la ciudad, eso no les importaba. Querían estar solos.
Llegaron a las afueras de la ciudad, y el hombre perfecto tuvo que buscar el mapa que le habían dado para poder ubicarse.
La carretera estaba poco iluminada. A su alrededor no veían nada aparte de cercas, y grandes pastales. Esa noche caía mucha nieve.
Calista manifestó sentirse un poco asustada, por lo solitario que estaba el camino, y aun así, no quiso devolverse.
Su marido aceleró para que su esposa no se sintiera asustada, cuando de repente, la mujer perfecta gritó:
—¡Detente! —Se tapó su rostro y continúo—. Esposo, esposo, ahí ahí adelante mira ese hombre que esta tirado sobre el andén.
—No podemos detenernos, puede ser alguien con malas intenciones, el camino es oscuro y no sabemos que hay más allá.
—Detente te digo, estoy segura que necesita ayuda, ¿acaso no ves esos costales que lleva?
—Está bien voy a hacer lo que digas.
Se detuvieron frente al hombre. Este los miró y no dijo nada. Les hizo señas para que abrieran el baúl del coche y subir los costales.
Esteban, pensó que aquel hombre había cometido un crimen y en esos costales llevaba a sus víctimas, pero la mujer perfecta le pidió a su marido que se bajaran del coche, y revisaran los costales.
Le preguntaron al hombre que bien arrugado si estaba, para donde se dirigía, pero él no decía ni una sola palabra. Rápidamente abrieron uno de los costales y allí solo encontraron paja, algunas legumbres, y un pavo navideño. Ingredientes perfectos para la cena. No vieron ningún problema en subir las cosas al auto, y pensaron que aquel hombre podía cocinarles algo. Ellos querían ser bien atendidos.
El hombrecito, llevaba un traje rojo, y no había nada que hiciera pensar a la pareja que se trataba de Papá Noel. No era gordo y tampoco tenía barba.
De nuevo avanzaban por aquella carretera oscura, hasta que al fin vieron un aviso que indicaba que estaban cerca del lugar al que se dirigían.
Esteban, dio un suspiro de alivio, porque estaba seguro que iban por buen camino. De seguro más adelante habría más luz.
Cruzaron la señal que anunciaba que estaban cerca, y el hombre perfecto miró por el retrovisor para ver que hacía el hombrecito, y se llevó un gran susto, cuando se dio cuenta que el aspecto físico del viejo arrugado había cambiado. El auto se detuvo y hombre y mujer, dieron un fuerte grito.
De repente aquel hombre puso la mano sobre el hombro de Esteban, y Calista muy asustada cerró los ojos.
—Tranquilo Joven, yo no les hare daño a ninguno de los dos —Esteban miró hacia el asiento de atrás y agachó el rostro.
—¿Quién es usted y que quiere?
—¿Todavía lo dudas? —repuso el viejo—. Baja del auto y revisa el baúl.
Esteban bajó del auto, y cuando abrió el baúl, revisó nuevamente los costales, y no fue legumbres lo que encontró. Todo había sido remplazado por hermosos juguetes.
Dentro de uno de los costales, había una carta y decía que tenían poco tiempo para entregar los regalos. Al final de todo el texto, había un mapa con la ruta del recorrido y Esteban se llevó una gran sorpresa cuando se dio cuenta de que era la misma ruta que su amigo le había entregado. ¿Acaso él era un duende?
Aquel amigo de la pareja era muy callado, pero siempre había estado presente en cualquier reunión familiar. Esteban lo conocía desde muy pequeño.
El carro se elevó con su esposa y el viejo adentro. Bueno, eso era lo que pensaba Esteban porque un espiral lleno de luces no dejaba ver el auto. Estaba estupefacto ante la maravilla que estaba presenciando.  Una lluvia de escarcha dorada caía del cielo, sobre el coche, y cuando por fin todo se despejo, el auto había desaparecido, y Esteban estaba parado frente a un hermoso trineo. Nadie daba razones del viejo, y en el suelo reposaba el traje rojo que llevaba puesto.
—Esteban, ese señor me dijo que no me preocupara por nada, y que después de que el desapareciera, hicieras sonar este pito.
Calista estaba tranquila a pesar de todo. Recogió el traje del suelo, y le entregó el pito a su esposo.
Esteban hizo sonar aquel artefacto extraño, y en un parpadear de ojos su esposa también estaba vestida de rojo, aunque un poco más vieja. Al igual que él quien ahora tenía barba y estaba más barrigón.
Habían sido los elegidos para cumplir con aquella misión especial. La pareja se montó al trineo, y se miraron fijamente sin saber qué hacer.
Uno de los renos rebuznó, y de inmediato se pusieron en marcha. Esteban miraba atentamente el mapa, y se agarraba fuerte de la silla pensando que iba a caerse.
El trineo volaba por los cielos, y la pareja aunque decía nada, estaban más contentos que nunca. Vieron la luna llena de cerca, y después de que una estrella fugaz pasó frente a ellos se abrazaron, y juntos revisaron la ruta.
Tenían mucho por hacer y poco por saber hacer. Esteban revisó los bolsillos del pantalón, y encontró un dibujo del trineo que indicaba como hacerlo detener. Pero no ahora, porque debían cumplir con una labor.
Empezaron a entregar toda la cantidad de regalos que llevaban, y cuando solo hacía falta uno, se dieron cuenta que la única casa que faltaba, era la cabaña de su viejo amigo. Esteban dirigió el trineo hacia la casa, y al llegar, se bajó junto con su esposa.
Entraron por la chimenea y cuando tocaron suelo, una comunidad de duendes los recibió cantando y tocando instrumentos. Sonaban las flautas, redoblaban los tambores, tronaban las trompetas, cantaban las liras, y resonaban las guitarras.
Sorprendidos encontraron la mesa dispuesta con la cena que tanto habían anhelado pero habían tres puestos.
Uno de los duendes les hizo señas para que entraran al cuarto y allí encontraron al viejo que habían encontrado en el camino. Uno de los duendes les hizo saber que estaba enfermo, y padecía dolor en los huesos, pero que estaba muy agradecido por la labor que habían hecho. Al igual que ellos, quienes salieron de la cabaña y miraron al cielo y con un dulce beso sellaron el placer de haber pasado la mejor luna de miel que jamás pareja alguna pudo desear.
Al día siguiente, Esteban entregó las llaves de la cabaña a su amigo, y no le dijo ni una sola palabra de lo que había sucedido.

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