sábado, 22 de septiembre de 2012

Está en la casa


Por Agustín Correa.



Lo primero que sentí al despertar esa mañana fue esa incesante y dolorosa palpitación en mis sienes. Era como si un grupo de obreros estuviesen taladrando dentro de mi cabeza.

Giré incómodo en mi cama y me recosté sobre mi lado izquierdo para mirar el despertador que tenía sobre la mesita de luz. Era un Sony viejo, el cual había comprado en una tienda antigua que vendía electrodomésticos usados a mitad de precio hacía 6 años. No estaba en su mejor estado, pero aún funcionaba bastante bien.

En el momento que puse mi mano sobre el despertador, comenzó a sonar la alarma. El agudo pitido penetró como una flecha en mi cabeza. Las palpitaciones en mis sienes se estaban convirtiendo en un leve dolor, y como si fuese poco, ahora se estaban empezando a extender por toda mi cabeza. De algo estaba seguro: no podía afrontar el día así.

A duras penas y con mucho esfuerzo logré incorporarme en mi cama. Por suerte, el dolor se apaciguaba un poco estando sentado. Logré ponerme mis pantuflas y me encaminé hacia el baño, rogando para que quedaran algunas aspirinas en el botiquín.

Encendí la luz y ahogué un grito al ver mi propio reflejo en el espejo. Realmente estaba muy pálido (no, eso era algo más que estar pálido. Mi cara estaba del mismo tono que el de un papel) y con unas terribles ojeras. Parecía un muerto viviente.

- Seguro que me contagié alguna gripe, o algo – le dije con voz ronca a mi propio reflejo. Me sorprendió bastante el tono de mi voz. Sonaba un poco lejana, casi como si estuviese en el fondo de una caverna.

- Bueno, es lo más lógico – pensé - al fin y al cabo, si me estoy engripando, es obvio que tenga la voz algo tomada.

Tosí un par de veces para despejar y aclarar mi garganta, y recordé el verdadero motivo por el que había ido al cuarto de baño: las aspirinas.

Debo confesarles que desde hace un tiempo que soy adicto a las aspirinas. Desde el verano de 2008 que me vienen aquejando con bastante frecuencia estos dolores de cabeza. Bueno, puede decirse que más que dolores de cabeza, son palpitaciones en mis sienes. A veces son insoportables.
Mi madre siempre insiste en que vaya al doctor para que me revisen.

- No es normal que tengas esas palpitaciones en las sienes tan frecuentemente – me dice siempre - mirá si es algo más grave.

Pero, a los 23 años, ¿qué cosa puede ser grave? Soy demasiado joven para tener algo serio, por lo que, a pesar de las insistencias y las súplicas de mi madre de que me revise un experto, jamás lo había hecho. Sinceramente, no tenía ningún sentido. Las aspirinas siempre lo solucionan todo. Dos en la mañana y el dolor se extingue casi por completo.

Revolví el botiquín en busca de una de esos comprimidos blancos salvadores y, si tenía algo de suerte, tal vez encontrase algunas más. Finalmente encontré una tableta de diez, de las cuales solamente quedaban tres. Más que suficiente.

Llené el vaso con agua del lavabo y me tomé las tres de un solo trago. Tal vez fuese un poco mucho, pero el dolor de esa mañana era uno de los peores que había tenido. Ya lo dice el dicho: a grandes males, grandes remedios.

Ya había cumplido con lo más importante, así mantendría el dolor a raya. Recordé que tenía que ir a trabajar, así que me quité la ropa para ducharme. Cuando estaba  a punto de meterme en la ducha, ví de reojo el reflejo del tocador.

-¡Dios mío! Estoy casi transparente, de verdad parezco un muerto – pensé - debo estar por engriparme muy fuerte.

Cuando me metí en la ducha, pegué un salto para atrás. El agua estaba totalmente congelada.

- No puede ser, estoy seguro de que abrí la llave del agua caliente, la de la izquierda – me dije confundido.

Salí de la ducha y me sequé las pocas gotas que tenía en mis hombros. Intenté girar la perilla del agua caliente hacia la izquierda, pero no se movió ni un milímetro. Efectivamente, estaba completamente abierta.

-Genial, lo único que me faltaba – me dije desanimado - ahora voy a tener que llamar a un plomero para que…

Me quedé estupefacto al ver nuevamente mi cara reflejada en el espejo. Bueno, en realidad, lo que quedaba de mi cara, ya que el espejo estaba comenzando a empañarse. Apenas se veían mis ojos.

-No puede ser, eso quiere decir que…

Giré mi cabeza hacia la ducha, y ví cómo salía vapor por encima de mi cortina de baño con la imagen de The Beatles.

Las palpitaciones habían vuelto a aparecer, pero ahora con mayor intensidad. Corrí la cortina, arrugando la cara de George Harrison. Todo estaba completamente empañado. Los botes de shampoo, la maquina de afeitar, la espuma, todo. Incluso podía ver las gotitas que corrían hacia abajo por los azulejos. Lentamente, puse mi mano debajo del chorro de agua. En el momento que mi mano tocó el agua, no pude evitar gritar. Congelada, totalmente helada. El dolor se estaba incrementando cada vez más, podía sentir cómo me palpitaban las sienes.

- Me debí agarrar la peor gripe del mundo – pensé asustado – perdí mi sensibilidad.

Tenía que ir urgentemente al médico. Volví a ponerme la ropa que me había quitado hacía tan sólo unos momentos y salí del baño.

Tomé las llaves del auto y la billetera, que estaban sobre la mesa. Me disponía a girar hacia la puerta cuando algo captó mi atención. La cama estaba tendida

-qué raro, no recuerdo haberla tendido –pensé extrañado.

Pero lo más inquietante no era el hecho de que la cama estuviese arreglada. Al fin y al cabo, el dolor de cabeza no me dejaba pensar muy bien. No era nada raro que se me hubiese pasado por alto. No, lo llamativo era la manera en la que estaba tendida. Exactamente de la misma manera en que mi madre lo hace, con la almohada descubierta (a diferencia de la manera en que lo hago yo, tapando la almohada con la colcha).

El dolor de cabeza se empezaba a incrementar más, casi no podía pensar. ¿Había tendido la cama? ¿Lo había hecho antes de ir al baño? Dios, no lograba recordarlo. Pero si la había tendido, ¿por qué al estilo en que lo hace mi madre? Mi mirada se desvió de mi cama hacia las paredes de mi habitación.

-Pero, ¿dónde están todos mis posters? –grité alarmado. No había ninguno. No estaban los de Eminem, ni los de Green Day. No había ni uno solo.

Caí de rodillas en medio de mi habitación. El dolor de cabeza me estaba matando. No podía recordar nada. ¿Había quitado los posters de mi habitación? No podía recordarlo.

En ese momento escuché un ruido de llaves en el piso de abajo, y a continuación, sentí que la puerta principal se abría. La puerta se cerró, y escuché unas voces que susurraban en el vestíbulo. Eran voces de mujeres, las cuales pude reconocer al instante: mi mamá y mi tía. Obviamente, las dos tenían una copia de la llave de mi casa.

Aún tirado en el piso, levante mi cabeza hacia la puerta. El dolor ya era insoportable. Ahora sentía como se estaba expandiendo hacia mis ojos. Me costaba ver. Todo se estaba volviendo cada vez más oscuro y esfumado, como si la habitación estuviese iluminada por una bombilla vieja a punto de agotarse.

Mi mamá y mi tía comenzaban a subir las escaleras. Ahora, podía escuchar perfectamente su conversación: - Es increíble – decía mi tía con voz triste - pensar que ya pasó un año, parece que hubiese sido ayer…
 - Sí, tenés razón –respondió mi madre.

Escuché que estaba comenzando a sollozar cuando dijo: - ¡Tenía sólo 23 años, 23! Tenía toda la vida por delante. Le dije mil veces que se hiciese revisar, que podía ser algo grave.

Todo se estaba volviendo más oscuro. Con las pocas fuerzas que tenía, logré ponerme de pie.

- No te atormentes, no es culpa tuya – le respondió mi tía. Ya se estaban acercando a la puerta de mi habitación - Nadie tiene la culpa del cáncer.

El dolor ya se había extendido a toda mi cabeza. Dios mío, no podía soportarlo. Casi no podía ver nada. Sentía que la luz se estaba comenzando a apagar cada vez más.

Aun así, pude vislumbrar a mi madre plantada en la puerta de mi habitación, mirando las paredes con ojos tristes. Pero, parecía que a mi no me veía. No me miraba, sino que más bien miraba  a través de mí, como si yo no estuviese.

Intenté hablar, pero ningún sonido salió de mi garganta.

Las lágrimas caían ya por las mejillas de mi madre.

-Es increíble –dijo - siento que aún… él está en la casa.

Lo último que alcancé a ver fue que mi tía le colocaba una mano en su hombro.

Luego, todo fue oscuridad.



Fin

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