sábado, 10 de noviembre de 2012

Dualidad.

Por Carmen Gutiérrez.

Basado en Ritual de Pepe Martinez

                                                            Tomó la daga entre sus manos y con pulso firme lo cortó.
                                                            —¡Este es mi destino y mi maldición! —dijo
                                                            con una monstruosa sonrisa en el rostro.


El camino había sido largo y frío. Pasó años escondido en la pobreza y miseria, pero ahora estaba listo.

Frente a la casa dudaba en acercarse. Temía presentarse ante Jeshua, pues sólo uno sobreviviría aunque estaban viejos, cansados y fastidiados.  ¡Si Dios pudiera verlos ahora! ¡Renegados! ¡Rebeldes! El terrible dolor de cabeza le provocó arcadas. Una luz se encendió, vio la silueta de su amigo asomándose por la ventana y perdió el conocimiento. 

Cuando despertó, Jeshua le humedecía los labios con vino caliente y la chimenea templaba sus piernas.

—Creí que nunca me encontrarías, Damián.
—Sabes que no puedes huir.
—Tú tampoco, amigo mío.
—No. Pero te he buscado y tú te escondes de mí.

Jeshua se alejó  y avivó el fuego en el hogar.

—Tienes que hacerlo, es necesario. Naciste para ello—dijo su invitado a sus espaldas.
—Damián, no eres el indicado para darme sermones. También quieres evitarlo. 
—Debes salvar a la humanidad, Jeshua. Lo sabes.
—No quiero sacrificarme por ellos, no de nuevo. Dejé todo eso atrás y es injusto que vengas a pedírmelo; estoy retirado y viejo, sólo déjame en paz.
—Si no lo haces, —dijo Damián mordiéndose los labios— todo comenzará otra vez.
—No has hecho tu parte, aún no es el momento…
—¿Y vienes con tecnicismos? Sabes lo que pasará, conoces el resultado. ¡Mírame! Soy un monstruo. ¡Toca mi frente y lo entenderás! Antes de encontrarte, una familia me abrió sus puertas, me alimentaron, me cuidaron y los maté… sin pestañear. Esto va a empeorar… te lo suplico… —Damián rompió en sollozos desgarradores— ¡Soy un peligro, un demonio, debes hacer el ritual!

Jeshua asintió y sonrió tristemente. Damián se levantó y salió a la noche helada. La luna reflejada en la nieve le cegó. Se despojó de sus ropas y contuvo otro quejido antes de tumbarse.

La transformación era más visible. Su piel se confundía con la blancura y absorbía la luz. La oscuridad se extendía rápidamente cuando estaba cerca de Jeshua.

“Es hora” pensó Damián.
      —Es hora —murmuró Jeshua.

Silenciosamente rezó pidiendo perdón. Expuso el cuello de Damián, quien comenzaba a retorcerse y temblar, tomó la daga entre sus manos y con pulso firme lo cortó.
—¡Este es mi destino y mi maldición! —dijo con una sonrisa perturbadora en el rostro.   

Mientras Damián agonizaba en la nieve, Jeshua lanzó la daga contra el cielo.
—¡Reniego de ser tu hijo! —gritó a Dios, desesperado. 




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