miércoles, 6 de marzo de 2013

La Torre

Por Carmen Gutiérrez.


Lógicamente, cuando empezó el desastre, las multitudes subían al templo a buscar consuelo en Lani, la Guía de los Cielos. Desesperados y asustados, los dolientes se descarnaban los pies al subir los tres mil escalones, soportaban la altura con los pulmones a punto de colapsar y, aun así, la mayoría eran rechazados por las sacerdotisas pues tenían el mal muy avanzado y no podían ser atendidos. Pero Lani sólo esperaba a una persona. Refugiada detrás de las cortinas, contaba el tiempo y se peinaba los rojos cabellos pensando en su argumento. Cuando él llegara, ella estaría lista.
Las puertas se abrieron y él apareció rodeado de su séquito de guardias.
—¡Lani! —gritó el hombre sacudiendo su capa dorada y provocó que las sacerdotisas huyeran como pajaritos temerosos.
—Aquí estoy  —contestó ella con fingida humildad.
—Vengo por respuestas. No acepto tonterías de “diosas” y esos temas con los que siempre quieres explicar las cosas —se sentó en el primer sitio disponible, tratando de recuperar el aliento con disimulo—. No quieras jugar conmigo, Lani. Te lo advierto.
—Si usted, mi Supremo Canciller, Amo de la humanidad, Marro, hijo de la Gran Madre, no quiere escuchar de las diosas creo que ha venido al lugar equivocado —Lani se inclinó de nuevo en señal de respeto.
—Esto es una pérdida de tiempo, Supremo Canciller —susurró uno de los guardias—. Todos sabemos que la guía perdió sus poderes cuando… cuando…cua…
Marro se apartó a tiempo, justo antes de que el chorro de vómito le salpicase la cara. El guardia en cuestión se tapaba los oídos mientras el contenido de su estómago salía a borbotones por su boca. Todos miraban horrorizados al enfermo y gritaban alejándose de él.
—¿Qué está pasando? —gritó Marro con fiereza— ¡Lani, tienes que hacer algo!
Ella dio una palmada y de la nada aparecieron tres sacerdotisas quienes tomaron al pobre infeliz que balbuceaba palabras irreconocibles con la lengua colgando como un trapo y lo lanzaron por la puerta.
—No hay nada más que hacer, mi señor. Estaba escrito que…
—¡No me hables de esa estúpida profecía! —Marro desenvainó su espada y la amenazó con ella— ¡Quiero soluciones!
—Mi señor, debió detener la construcción de La Torre ¿Acaso no se da cuenta? —preguntó Lani acercando su cuello a la espada, logró ocultar el temblor en la espina dorsal cuando el frío acero tocó su piel, pero continuó— El mundo está a sus pies, toda la raza está a su disposición. Si el Supremo Canciller ordena, se hace. ¡Lo único estúpido aquí es su insaciable sed de poder!
Todos los guardias sacaron sus espadas y se acercaron en un momento a la Guía al escuchar el insulto hacía el Supremo. Él los detuvo con un gesto justo antes de que las sacerdotisas aparecieran de nuevo y rodearan a Lani protegiéndola con sus cuerpos.  Marro guardó su arma resignado.
—Lani, no hay necesidad de más derramamiento de sangre. Somos nosotros, un solo pueblo, unidos y nos amamos. Sabemos que somos los únicos y que la Gran Madre nos dio el poder del raciocinio y la civilización. Estamos solos en este mundo. En la inmensidad del mar y los cielos…
—Supremo…—interrumpió Lani— ese argumento ya lo conozco.
La tensión era tangible en el templo, Canciller y Guía mirándose en silencio, tratando de vencerse uno al otro. Hombre y mujer, como al principio de todas las cosas.
Finalmente Marro se desplomó en el suelo halando sus cabellos, años de mostrar una fortaleza que no sentía, de no mostrar debilidad, de tener el control quebraron su carácter hasta liberarse en sollozos desesperados.
—¡No lo entiendes! —gritó el hombre y su voz hizo eco en los corazones de todos los presentes y hasta en las pobres almas que intentaban subir para salvarse— ¡Nadie lo entiende! Mi gente está perdiendo la razón. Se matan entre ellos para callar el terrible murmullo...
—¡Claro que lo entiendo, maldito egoísta! —Esta vez los guardias estaban demasiado impresionados como para reaccionar ante tal irreverencia— ¡Le advertí que esto pasaría! ¡Le dije que llegaríamos a esto! ¡Pero usted tenía que continuar y tratar de ser mejor! ¿Mejor que quien? No hay nadie mejor que usted, excepto las Diosas. ¡Y usted las ofende!
—Interceda por mi… ¡Te lo suplico! —rogó el Canciller con lagrimas en los ojos— Nuestro pueblo no puede acabar así…
Lani se acercó a él, arrodillándose para quedar a su nivel, con toda la compasión posible de demostrar en el rostro de una mujer, acarició los cabellos negros tratando de confortarlo. Él rompió en llanto de nuevo y las sacerdotisas desaparecieron comprendiendo que no había peligro.
—Canciller…Supremo…—lo llamó ella con voz muy dulce— Marro, amor mío… No puedo hacer nada. Sellaste nuestro destino cuando decidiste hacer La Torre. El pueblo, nuestra raza, se dispersará en el tiempo. Nadie recordará tu nombre, ni el mío. Nadie conocerá a la Gran Madre y tampoco serán bendecidos por nuestras Diosas. El mundo, tal y como lo conocemos, será destruido.  De nuestras cenizas nacerán los hijos del Gran Padre…
—Lo sé —afirmó el canciller con una media sonrisa y los ojos hinchados—. Lani, esa profecía ya la conozco…
—Marro, mi señor y amo, no queda más que esperar. Uno tras otro caeremos enfermos y deberemos dejar este mundo. Los hijos del Gran Padre, perdidos en su soberbia cambiarán la historia, pero el tiempo de nosotros ha terminado. Nos desvaneceremos en el aire y nadie sabrá de nosotros.
Él la rodeó con sus brazos y cerró los ojos. Ella entregó su cuerpo y se refugió en su amo.
Primero fueron ellas, las sacerdotisas una a otra comenzaron a balbucear y a vomitar. Sin perder la conciencia se refugiaron en un rincón y esperaron a que todo pasara. Los guardias siguieron, con sus brazos fuertes se golpeaban unos a los otros para hacerse entender y tratar de protegerse del murmullo.
Lani rogó por qué todo fuera rápido, Marro rogó por morir en sus brazos. Las Diosas escucharon y decidieron terminarlo. La Torre se derrumbó sobre ellos liberándolos del dolor y de la humillación de haber sido el único pueblo, el bendecido, el elegido y ahora, el rechazado.
Los pocos sobrevivientes huyeron lejos, caminaron por tiempos interminables, algunos se agruparon para matar a los otros y después entre ellos mismo lucharon por exterminarse hasta conseguirlo.
Los hijos del Gran Padre siguen intentando terminarse, nunca entendieron ni entenderán las bendiciones otorgadas. Y el mundo siguió su curso hacía el fin… día tras día. 

1 comentario:

  1. Muy interesante la historia y la forma de narrarla y el final me gustó, gran imaginación aunque no sé si sea un libro o una leyenda, saludos.

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