miércoles, 17 de julio de 2013

De haber sabido.

Por Evelia Garibay.

Ana revolvió por quinta vez el cajón en donde guardaba sus accesorios, el meticuloso orden con el que siempre tenía todo separado se había perdido desde hacía más de media hora, aretes revueltos con collares, pulseras mezcladas con los anillos y la desesperación creciendo dentro de ella con cada minuto que pasaba. Los anillos no estaban, esa era la verdad que su cerebro tenía que procesar…

—Que horribles son los bloqueos —pensó el escritor con las manos suspendidas sobre el teclado de la computadora pero sin tocarlo— sentir a tus personajes ahí pero que se nieguen a hablarte, tener todo esbozado; saber el principio, el nudo y el final pero aun así sentir como las palabras tropiezan unas con otras sin fluir en la dirección que deberían sin dejar que la historia nazca y se desarrolle nutriendo la esencia de los personajes, haciéndolos más fuertes con cada línea que se completa, con cada coma, punto y símbolo que le da cadencia a las palabras y que crea un mundo nuevo para el escritor y para sus lectores.

Leyó las palabras en la pantalla del ordenador y suspiró sin saber cómo continuar el párrafo que había empezado, Ana tenía meses dándole vueltas en la cabeza, una mujer trabajadora de treinta y pocos años, mamá de dos niñas y a punto de divorciarse de un hombre que había perdido el interés casi desde el día de la boda siete años antes. La situación estaba muy clara dentro de su cabeza, el anillo de compromiso y la argolla de matrimonio de Ana habían desaparecido, casi sin pensarlo los dedos del escritor comenzaron a moverse sobre el teclado.

…tenía meses sin usarlos, con su matrimonio desmoronándose a su alrededor no tenía mucho caso el pretender que esos anillos significaban algo, al fin y al cabo Hugo tampoco usaba su argolla, y a pesar de que una parte de su mente le decía que esos anillos solamente representaban algo que ya no existía, otra parte estaba desesperada por encontrarlos, eran el símbolo del amor que una vez había existido entre ellos. Ana suspiró dándose por vencida y levantó la mirada para encontrarse con su reflejo, lo que la hizo parpadear fue el no encontrarse con la mirada cansada que veía siempre que se encontraba frente al espejo últimamente sino con una mirada brillante de una Ana vestida con un hermoso vestido de novia, una Ana que no tenía patas de gallo alrededor de los ojos ni líneas de expresión marcadas en el rostro, era una Ana feliz, a punto de comenzar una vida al lado del hombre al que creía amar.

Y aun así, cuando el reflejo comenzó a hablarle sus palabras no fueron para animarla.

De haber sabido que todo iba a terminar así ¿lo hubieras hecho de todos modos?
Porque hubo señales, y lo sabes, desde antes que me pusiera este vestido blanco, todo estaba ahí clarísimo y decidiste ignorarlo, ¿recuerdas?.

La cena no había sido muy romántica que digamos, una cena común y corriente en un restaurante cualquiera  y de repente entre la ensalada y el plato fuerte, él saco una pequeña caja negra y dijo como si estuviera hablando del clima, ahí está tu anillo ¿contenta? Y claro que lo estaba, por fin iba a salir de esa casa de locos, por fin iba a ser una mujer casada, y sin dudarlo ni un segundo apagó todas las alarmas que le avisaban que algo andaba mal, que la entrega del anillo de compromiso tenía que ser algo más, algo por lo que los dos se alegraran y no que se sintiera como si estaban cumpliendo un trámite, todas esas voces las acalló en su cabeza y sonrió, iba a casarse y era lo único que importaba.

Todo fue bien por un tiempo, el sexo era… bueno, el sexo, cuando había, no era nada del otro mundo, no entendía cuál era todo el alboroto que hacían las demás personas por algo que no era agradable, y parecía que para él tampoco, era como si corrieran un maratón y quisieran terminar lo antes posible, y después cada uno se volteaba hacia diferente lado y dejaban un abismo entre ellos en la cama, y no es que lo hicieran muy seguido, solo cuando sabía que podía quedar embarazada, porque una vez casada, el siguiente paso eran los hijos y ella quería 3 así que tenía que empezar ya.

Entre el trabajo y la rutina de la casa el tiempo pasó, hablaban de lo que era lógico para ella en el matrimonio, la casa y las obligaciones de cada uno, él siendo el hombre tenía que mantenerla, mantener la casa y hacerle compañía, quizá comenzó a exigirle más de lo que podía dar, desde la primer semana después de la boda el viernes él se fue con sus amigos y no llegó hasta las cuatro de la mañana y esto continuó durante todo el tiempo que su matrimonio duró, en algunas ocasiones, cuando sus llegadas tarde lanzaban a Ana por el borde del precipicio y las peleas y reclamos se hacían más frecuentes, él cedía un poco y por algunas semanas no salía, pero después de dos viernes de quedarse en casa las salidas se reanudaban y todo volvía a ser igual.
Con cada pelea se distanciaban más, hasta que un día Ana se dio cuenta de que estaba viviendo con un completo desconocido.
La llegada de las niñas no mejoró nada, al contrario, el abismo entre ellos creció mucho más, ella se dedicó en cuerpo y alma a las gemelas; como siempre quería tenerlas cerca las acostaba con ellos en la cama, al principio cabían los cuatro pero cuando las niñas comenzaron a crecer expulsaron de la cama a Hugo y él se fue al cuarto de invitados, desde que nacieron las niñas no volvieron a compartir la cama como marido y mujer y en realidad ninguno de los dos lo intentó mucho.

Ana aun recordaba una conversación que había tenido con su hermana antes de la boda, su hermana le preguntó si estaba segura de que Hugo era “el indicado”, ella con todo el cinismo que le daba la juventud le contestó que si no funcionaba se divorciaba y ya, al parecer había decretado su futuro. Los anillos desaparecidos no hacían nada más que confirmarle este hecho. Desde el principio, cuando las peleas subían de nivel y Hugo realmente buscaba lastimarla siempre le echaba en cara la cantidad de dinero que había gastado en los anillos y para Ana era lógico que lo primero que Hugo intentara recuperar ahora que su matrimonio realmente estaba llegando a su fin fueran los anillos, lo que no alcanzaba a comprender era por qué hacerlos desaparecer en vez de simplemente pedírselos.
Ana se frotó los ojos y la imagen en el espejo volvió a ser la real, claro que sabía que Hugo no iba a pedirle los anillos porque ella le iba a decir que no, porque a ella le hubiera gustado conservarlos como un recuerdo de lo que había sido,  como algo que enseñarle a sus hijas cuando crecieran y preguntaran por el amor de sus padres, para poder explicarles que aunque ese amor se había acabado si había existido, pero ahora, con los anillos desaparecidos ya no estaba segura si ese amor había existido alguna vez o si todo se lo había inventado en su afán por conseguir la vida perfecta que le habían inculcado desde pequeña.
El sonido del auto de Hugo al estacionarse fuera de la casa la hizo volver a la realidad, se levantó de la cama y se preparó para tener una de las pláticas más difíciles de toda su vida. Comenzó a bajar la escalera lista para pedirle el divorcio a su marido.

El escritor levantó las manos del teclado, por hoy había terminado. Sabía que no era perfecto pero las ideas principales estaban ahí, quizá el bloqueo que tanto temía estaba retirándose, decidiendo que después de todo aun no era  tiempo de atraparlo entre sus garras.
Guardó el documento y apagó el ordenador, por la mañana, cuando volviera a visitar el mundo de Ana podría empezar a desmenuzar su vida, escribir con más detalle cómo había conocido a Hugo, cómo había sido su relación de novios, detallar todos los pormenores que se fueran revelando en su cerebro, todos los detalles que Ana quisiera susurrar en sus oídos para que más adelante sus lectores conocieran y aprendieran de  la vida de Ana, de sus errores y de sus aciertos. Aun no sabía si la historia de Ana iba a ser un relato o si se iba a extender hasta ser una novela; una idea había comenzado a insinuarse en su cabeza, quizá podría escribir la historia de Ana como si fueran páginas de un diario en donde Ana relatara en primera persona los pormenores de su vida… quizá…




Como desafío se me pidió escribir un relato de género dramático con una extensión mínima de dos páginas y máxima de cuatro.

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