jueves, 25 de julio de 2013

Magia sin alas

Por Patricia Porta.

      Abrió los ojos, sobresaltada, inspirando profundamente por la boca, como si un segundo antes le hubiera faltado el aire. Apoyó sus manos en el piso para reincorporarse, tocó algo conocido, césped, lo acarició unos segundos y se puso de pie de un salto. Empezó a dolerle la cabeza y se mareó, llevó ambas manos a su frente, le parecía que nunca antes le había dolido la cabeza. Se sentía extraña.
—¿Estás bien? —Preguntó una voz masculina a su espalda.
Se giró para ver quién le hablaba. Le dolía la espalda, un dolor punzante a la altura de los omóplatos e hizo una mueca de dolor.
—¿Estás bien, Sally? ¿Quieres que te acompañe hasta tu casa?
Ella no reconocía al joven rubio que le hablaba y tampoco se llamaba Sally. Aunque, si se lo preguntaban, no hubiera sabido decir cuál era su nombre, ni ninguna otra cosa con respecto a su persona.
—¿Te conozco? —Le preguntó ella, frunciendo el ceño.
—Claro que sí, somos vecinos. —Respondió él— Me habrás visto alguna vez, nos saludamos de vez en cuando. Te acompaño hasta tu casa, estamos ceca y además yo ya me iba, terminé mi pintura. —Se dio vuelta, caminó unos pasos y regresó con un caballete y un cuadro.
Ella miró la obra y se quedó maravillada, era el paisaje en el que estaban, un parque seguramente, pero mucho más brillante que el natural y… se movía, el artista había logrado un efecto tal que daba toda la impresión de movimiento, parecía real. Él no pareció notar que ella se fijaba en su pintura así que se puso a observar el entorno que los rodeaba, estaban en una especie de parque, pasto por todos lados, muchos árboles y, a lo lejos, algunos juegos para niños. Seguía caminando al lado del joven, él decía que la conocía y que sabía dónde estaba su casa, así que lo acompañó. Nada de lo que veía le resultaba conocido pero de todas maneras siguió avanzando, él no le generaba desconfianza.
Después de cruzar el parque y una calle, él joven se detuvo frente a una verja, pertenecía a una casita con un pequeño jardín.
—Aquí te dejo. —Dijo él— Tengo que poner a secar la pintura. —Dio una rápida mirada al cuadro— Nos vemos, cualquier cosa…, sigo viviendo acá al lado. —Le señaló una casita muy parecida junto a la que estaban y se marchó.
Ella, “Sally” según le había dicho su vecino, abrió la verja y entró, cuando estuvo frente a la puerta, puso una mano en el picaporte y lo giró, la puerta se abrió. Entró en la casa, seguía sin reconocer nada.
La espalda le empezó a palpitar de dolor, le ardía y le picaba, y la blusa que tenía puesta le provocaba un rose difícil de soportar. Justo en el pasillo de entrada vio un espejo rectangular, se dirigió hacia allí desabrochándose los botones y se bajó la blusa hasta la mitad de la espalda, se miró en el espejo, tenía dos heridas profundas cerca de los omóplatos, estaban en proceso de cicatrización, no sangraban.
¿Qué iba a hacer? Pensó un momento. Primero tenía que recordar algo, lo que sea, pero tenía que recordar algo. Se acomodó la blusa, aunque le dolía, y comenzó a recorrer la casa, no veía fotos en las paredes ni sobre los muebles. Abrió un cajón de un mueble y lo encontró vacío, abrió otro y también estaba vacío, y así pasaba con todos los cajones que abría. No encontró nada personal.
Entonces escuchó un ruido de algo pesado cayéndose, se sobresaltó. Otro ruido similar. Provenía de un cuarto cuya puerta estaba cerrada. Comenzó a acercarse y entonces alguien o algo comenzó a golpear con energía la puerta.
—Mejor nos vamos. —Oyó un susurro a su espalda.
Se volteó y vio cerca de ella al mismo joven rubio de antes, miró hacia la puerta de entrada de la casa, estaba cerrada. Antes de que pudiera preguntarle cuándo había entrado se escucharon más golpes en la puerta del cuarto.
—Tenemos que irnos. —Insistió él, tendiendo hacia ella una mano cuya palma estaba completamente cubierta de pintura verde muy brillante.
La joven lo tomó de la mano, al primer contacto sintió un cosquilleo que empezó en su palma, se extendió por el brazo y al llegar a la espalda alivió el dolor de las heridas. Salieron corriendo.
Él la condujo hacia el parque de donde habían venido.
Ella se detuvo y soltó su mano cuando notó que estaban muy cerca de donde se habían encontrado hacía un rato.
—¡Espera! Me vas a decir que está pasando aquí. —Aunque el joven le inspiraba confianza, no iba a continuar siguiéndolo sin algunas respuestas.— Me dices que me llamo Sally pero a mí ese nombre ni me suena conocido, no sé quién soy ni que estoy haciendo aquí, no conozco la casa que dijiste que era mía y no encontré ni una foto siquiera que pudiera demostrarlo. ¿Y qué son esos ruidos que se escuchaban? ¿Quién tiraba cosas y golpeaba la puerta? ¿Cómo entraste en la casa? Sé que no fue por la puerta. ¿Y por qué brilla la pintura? Ya no me duele la espalda desde que me agarraste de la mano.
Él la dejó que hablara mientras observaba el lugar y estiraba la mano como buscando algo invisible.
—¿Qué estás haciendo? —Le preguntó ella, ya perdía la paciencia y estaba casi gritando.
Como respondiendo a su pregunta, de la mano del joven empezó a surgir una luz verde que se extendía a lo largo y a lo ancho en el lugar, hasta formar un rectángulo lo suficientemente grande para que lo atraviese una persona.
—Esta es mi magia sin alas. —Dijo él sonriéndole y estiró una mano hacia ella.— Vamos.
Ella la tomó una vez más y pasaron a través de ese rectángulo de luz verde.
La luz se extinguió detrás de ellos, todavía estaban en un parque pero ahora había una fuente cerca donde antes no había más que césped.
—¿Realmente no recuerdas nada? —Preguntó el muchacho y ella negó con la cabeza— Bueno ¿Por dónde empezar? Tú y yo somos hadas, o lo fuimos alguna vez, cuando todavía teníamos alas… —Pensó un segundo cómo continuar— Se supone que las hadas mueren cuando pierden las alas pero tú y yo somos pruebas vivientes de que eso no es verdad, cuando un hada pierde sus alas no pierde la vida, sino que pierde la magia y se convierte en humano, ahora estamos en el mundo de los humanos y tengo una teoría: cuando un hada pasa al mundo de los humanos por haber perdido las alas, la realidad del mundo cambia, lo que le queda de magia a esa hada la cambia y la gente la empieza a reconocer como si hubiera sido parte de sus vidas en una mínima medida, por eso te reconocía, no te conozco como hada pero sí como humana. Pero… aquí viene lo mejor. —Sonrió.— Aún sin alas todavía tenemos algo de la magia de ese mundo maravilloso al cuál pertenecimos, sólo hay que encontrarla, mi forma de crearla es a través de las pinturas, mis cuadros son mágicos, por eso la pintura en mis manos nos abrió esa puerta y por eso se te curaron las heridas. Ahora tú tendrás que encontrar la manera de hacer magia, está dentro de ti.
—¿Y de qué estábamos huyendo?
—De la verdadera realidad que quiere volver a ser como era antes, no se tú pero yo no quiero verle la cara a la verdadera realidad. Vamos.
Caminaron un poco por ese nuevo parque, cruzaron una calle y se encontraron con dos casitas parecidas, distintas al resto de las casas cercanas.
—Mira, parece que somos vecinos. —Dijo el muchacho— Me llamo Tom. —Le tendió la mano.
Ella se la estrechó.
—Sally.— Respondió y sonrió.
Tom se miró las manos, la pintura había desaparecido de sus palmas.
—Bueno, me voy a comprar unos pinceles y unos pomos de pintura. Nos vemos pronto.
Ella asintió con la cabeza sin dejar de sonreír y se dirigió hacia la puerta de una de las casitas.



El desafío a cumplir era escribir un cuento de hadas.

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