lunes, 30 de septiembre de 2013

Locura, dinero y un par de caramelos

Por Gean Rossi.

1

Camino solo a través de la calle, miro el cielo, una noche estrellada se alza sobre mí; ya es tarde y no tengo con qué alimentar a mis hijos. Las esperanzas quedaron atrás desde hace tiempo, dicen que el que persevera consigue pero yo aún no encuentro nada. Veo como la gente poco a poco va cerrando sus negocios, eso que los mantiene, por lo que se han partido el lomo para poder vivir. La vida es muy triste para los que no estudiamos, todos dicen lo mismo “¿Cómo esperas que te demos el trabajo si ni por el bachillerato has pasado? ¡Putos! Eso es lo que son.
            Sigo caminando, debo volver, mis hijos deben estar esperando a que llegue con una bolsa de pan y la buena noticia de “¡TENGO TRABAJO!”, pero no será hoy, y tal vez tampoco mañana, ni siquiera sé cuando mi vida se cruzará con ese día.
Algo choca contra mi cara, un papel sucio traído por la brisa tal cual como en las películas. Lo agarro y veo: SE SOLICITA HOMBRE DE ENTRE 25 Y 40 AÑOS PARA TRABAJAR EN CARNICERÍA, TURNO NOCTURNO, PAGA DIARIA. Debajo figura una dirección. Tengo que ir allí, un último intento antes de volver.
            Alzo la cabeza tratando de ubicarme, buscando hacia dónde queda la carnicería. No hace falta ni que dé un paso cuando me hago de cuenta que estoy parado justo enfrente del lugar. Blanca, fría y ligeramente sucia, cuál típica carnicería. Sobre esta hay un ancho cartel en el que se lee CARNICERÍA DE RAFA. Entro sin muchas esperanzas, ya me acostumbré a que me rechacen.
            El olor a carne cruda penetra inmediatamente mi olfato, siempre me agradó ese olor. Veo a un hombre gordo tras el mostrador contando el dinero de la caja registradora. Se detiene y me mira pensativo.
            —Lo siento amigo, pero ya vamos a cerrar, no puedo atenderlo. ¡Venga mañana y con gusto podrá comprar! —me dice y vuelve otra vez a la cuenta.
            —Vengo por el trabajo —digo alzando el papel arrugado.
            —¡Ah, perfecto!, un momento señor —el hombre se va a la parte de atrás del mostrador y  empieza a hablar con un hombre delgado. Un minuto después, salen los dos.
            —Hola ¿Qué tal?, mi nombre es Rafael. ¿Quieres el trabajo no?, pues tuyo será. Solo tienes que llenar esta planilla con tus datos. —dice el hombre delgado mientras me acerca un papel amarillo y un lapicero.
            Leo detenidamente mientras voy llenando cada recuadro: nombre, edad, dirección. Casi me sé de memoria todas estas planillas. Se la entrego a Rafael, quien le echa una ojeada.
            —¡Perfecto! Empiezas mañana mismo, ya te explicaré todo sobre tu nuevo trabajo, señor… —Rafael se detiene un segundo para leer mi nombre en la planilla— ¡Alan!, lo espero aquí a las nueve de la noche.
            Le doy la mano y salgo de la carnicería. Estoy en camino hacia mi casa cuando veo algo en el suelo: Es un billete de cincuenta.
            Cuando el destino está a tu favor no hay nada que lo pueda detener.
            Aprovecho y paso por la panadería de la Señora Roberta que queda cerca de mi casa. Compro una bolsa de pan y un par de caramelos de menta, los favoritos mis chicos.


2

            Abro la puerta y los veo a ambos sentados en la sala mirándome fijamente, ven la bolsa de pan sorprendidos.
            —¿Qué tal te fue hoy papá? —me pregunta Samuel mi pequeño de cuatro años.
            —¡TENGO TRABAJO! —exclamo alegremente, voy y los abrazo llorando de felicidad; no puedo contener el sentimiento de alegría que corre por mi cuerpo.
            —¡Qué bueno papá! —dice Matías, mi otro chaparro de seis.
            —Les traje algo —digo mientras saco los caramelos de mi bolsillo.
            —¡Caramelos de menta! —exclaman al unísono y los guardan en sus pantalones.
            Nos sentamos los tres a comer, no sin antes dar gracias a Dios por el pan.
            —Chicos —empiezo, ellos dejan el pan en sus platos para mirarme—, tengo que establecer algunas reglas. Mi nuevo trabajo es por la noche, así que quiero que antes de las ocho treinta estén dormidos y permanezcan dormidos hasta el amanecer y la televisión solo hasta las seis. ¿Entendido?
            —Sí —dicen los dos a la vez y seguimos comiendo.

3

            El día siguiente transcurre igual que todos, me levanto antes que el sol se alce, veo la foto de mi esposa Tabby y le lanzo un beso seguido de un “Buenos días, amor”. Me levanto de la cama para preparar los bolsos de los niños. Media hora después los despierto, los ayudo a vestirse y nos vamos al colegio donde los dejo toda la mañana y parte de la tarde. Todo como siempre, lo único diferente de este día, es que ya no tengo que recorrer la ciudad entera en busca de un trabajo.
            Paso la tarde compartiendo con mis hijos, vemos la tele, charlamos sobre la escuela.
Estoy feliz, tengo trabajo, a dos hermosos niños, la esposa perfecta que aunque no la puedo ver, la siento, y sé que siempre está conmigo.
            —¡Buenas noches chicos! —digo y apago la luz de su habitación.
            —¡Papá espera! —se alza la voz de Samuel en la oscuridad—, sabes que hoy en la escuela, durante el receso un hombre extraño pasó junto al colegio y se nos quedo viendo a Matías y a mí, luego siguió caminando.
            —No te preocupes, seguro solo era algún curioso, ¡todos somos curiosos en esta vida! y, a veces nos quedamos viendo fijamente como tontos algunas cosas —trato de tranquilizarlo, sonaba asustado—, papá  siempre estará ahí para protegerte.
            —Gracias, eres el mejor papa del mundo. —vuelve a recostar su cabeza sobre la almohada y me voy.
4

            La carnicería se levanta frente a mí, veo la hora en mi reloj, son las nueve en punto. Entro decidido y entusiasmado. Veo al mismo hombre gordo de ayer contando billetes.
            —El jefe te espera, pasa con confianza. —me dice.
            Voy a través de una puerta metálica que me lleva a la habitación donde desempeñaré mi trabajo, hay un par de largas mesas de acero inoxidable, un gran fregadero, y tres puertas; una al fondo, y otra a un lado, en ambas figura un cartel con “SOLO PERSONAL AUTORIZADO”. La tercera puerta no es más que por la que acabo de pasar.
            Rafael está de pie junto a una de las mesas, sobre esta hay un largo cuchillo de carnicería y varios kilos de carne.
            —¡Alan! Justo a tiempo —empieza a hablar—. Déjame explicarte, lo que vas a hacer aquí es tomar estos pedazos de carne, la mitad los vas a picar en bistecs y la otra mitad la vas a poner en la moledora. Luego de esto vas a separarlas en bandejas de veinticinco kilos cada una y las vas a guardar en la nevera, aquella puerta de allá —señala la puerta que esta a un lado de la habitación.
            —Perfecto, ya capté —comento con ansias de empezar.
            —Tu trabajo es nocturno porque los camiones despachan la carne durante la noche, un lote de cincuenta kilos de carne son traídos a las ocho, y el otro a la una de la madrugada. Y efectivamente estos necesitan ser procesados para ser vendidos en el día. ¡Y tú eres ese hombre! contamos contigo, tu paga es de cien diarios.
            —¡Excelente!
            —Ya puedes empezar.
            Tomo un trozo grande de carne y la empiezo a cortar en bistecs, Rafael se queda unos minutos viendo y luego se va.
            Veo a través del vidrio que comunica la habitación con la parte de adelante, Rafael y el otro hombre se cruzan un par de palabras, luego se acercan a donde estoy.
—Nosotros vamos a hacer nuestras diligencias del despacho de carne del lote de la madrugada, ¡nos vemos! —dice Rafael.
Ambos se van, cerrando antes la persiana metálica de la entrada.

5

            Ahora me quedo solo, a diez para las diez de la noche, en una carnicería… No sería el mejor ambiente para estar en una película de terror, pero como yo no le temo a nada de eso.
            Sigo picando, bistecs, bistecs, y más bistecs, luego voy a la moledora y vierto lo que queda de carne.
            Miro el reloj que hay sobre la pared, son las doce y cincuenta. Pienso en mis hijos que deben estar durmiendo plácidamente. El lugar sigue solo y silencioso, me dirijo a la nevera con los miles de bistecs y los kilos de carne molida en bandejas metálicas. La nevera es un cuarto pequeño con repisas plásticas, pongo las bandejas una a una. Vuelvo a mi zona de trabajo, ya son la una… el camión con el despacho de carne debe de estar cerca.
            Me dirijo a la puerta que esta detrás de la habitación, ésta me deja en un solitario y oscuro callejón; percibo un olor terrible, como a podrido… Viene del contenedor de basura. Me acerco y el olor se intensifica. Lo abro y veo algo que me deja con la boca abierta: Brazos, pies, cabezas humanas… todo en descomposición, el olor es tan insoportable que tengo que cerrar inmediatamente.
            No me doy cuenta de que detrás de mi había un camión con cava pequeño, de él se baja desesperadamente Rafael del puesto de conductor.
            —¡Oye, oye!, ¡ahí no hay nada que ver!
            —Tranquilo, ni siquiera llegué a mirar. Me llamó la atención es el fuerte olor y quería echar un vistazo —trato de hacerme el indiferente, pero no puedo sacar esa inexplicable imagen de mi mente.
            —Es solo basura podrida, no creo que quieras verla. Aquí traigo el nuevo cargamento de carne, me puedes esperar dentro si quieres.
            Vuelvo otra vez a la mesa de trabajo, empiezo a odiar mi trabajo, quiero ir a mi casa, abrazar a mis hijos y no volver mas nunca acá, ya veré luego qué hago con mi vida. Comienzo a desesperarme y a sentirme impotente. De pronto entra Rafael por la puerta con una gran bolsa negra.
            —¿Dónde está el otro hombre? —pregunto.
            —¿Hablas de Marcos? Lo dejé en su casa, su turno comienza a las seis de la mañana, él atiende la carnicería todo el día, es un buen chico.
            Veo que se dirige hacia la nevera.
            —¿Por qué la carne la meten en bolsas negras?, qué extraño —digo yo intentando parecer curioso.
            —Es que… ¡Son mas fuertes! Tú sabes —parecía inseguro al hablar, creo que empieza a sospechar de que sé algo, pero estoy tan confundido que no sé que pensar.
            —Espérame acá.
            —¿Qué vas a hacer?
            —Voy a separar la carne, lo que sirve y lo que no sirve, los distribuidores siempre meten en los lotes pedazos totalmente inservibles para la venta, ya te traigo lo que vas a empezar a picar.
            —¿Y lo harás en la nevera?,  ¿Por qué no lo haces aquí?, hay mas luz y mucho más espacio, amigo Rafael —Él empieza a sudar considerablemente, al parecer no le están gustando las preguntas.
            —Oye viejo, estas como que preguntando mucho, pareces un pendejo de prescolar.
            —¡Abre la bolsa! —exclamo.
            —¡PODRIAS DEJARME HACER MI PUTO TRABAJO! —él suelta la bolsa sin darse cuenta y por esta corre un brazo humano que cae al suelo.
            Se queda callado un segundo, me ve impactado y luego empieza a hablar.
            —¿Quieres ganar dinero?, te puedo pagar el doble, incluso el triple si guardas mi secreto —Rafael empieza a temblar, habla entrecortado, yo sigo perplejo ante la situación y me limito a escuchar— La venta en la carnicería es de lo mejor, siempre he tenido muy buenas ganancias, pero poco a poco estas ganancias se devaluaban más y más. Tú y yo conocemos que la situación en el país no está fácil, y un día me cruzo con estos tipos… —se queda callado.
            —¿Qué tipos?
            —Unos tipos con capucha y batas, ellos me contaron más o menos lo que hacen, son una especia de Secta, realizan… cosas con partes humanas, y ellos me propusieron que me podían pagar  por darme la carne tras ser usada en sus sesiones, siempre carne fresca.
            —O sea que lo que vendes aquí es… —dejo la frase al aire, simplemente no puedo terminar, tengo ganas de vomitar.
            —Sí, carne humana, nadie ha venido a quejarse de nada. Seguro ni les pasa esa idea por la cabeza.
            —Entonces toda la carne con la que llevo trabajando era… —Sigo sin poder completar las frases, estoy mareado, quiero vomitar.
            —Amigo te ves terrible, ¿Por qué no te vas a tu casa?, tal vez necesitas dormir un poco.
            —Creo que seria lo mejor, tal vez todo esto es un sueño, o todo me lo estoy imaginando, sí debe ser eso, tiene que ser la falta sueño… —estoy confundido no sé lo que digo, veo cómo Rafael recoge el brazo que rodó de la bolsa y lo vuelve a meter.
           



            6

            Camino por inercia, conozco la ciudad de pies a cabeza. Paso todo el camino con pensamientos confusos, no coordino, justo ahorita me sería imposible entablar una conversación con alguien; ni siquiera me acuerdo bien qué ocurrió en la carnicería, sólo recuerdo que Rafael me mandó a mi casa. No sé si me estoy volviendo loco o qué. Se me hace imposible borrar la imagen de las cabezas y pedazos de humanos descomponiéndose en el contenedor.
            Me detengo frente a mi casa, el estómago me da vueltas, vomito sobre el césped y me adentro en mi hogar.
            Siento algo extraño… Quiero tirarme en la cama pero hay algo que no puedo explicar, aquí falta algo.
            Me dirijo a la habitación de mis hijos, necesito verlos, tal vez eso me calme.
            Abro la puerta con energía y me topo con que sus camas están vacías.
            Toco desesperadamente, no hay nada, solo las sábanas y almohadas. No sé qué pensar, qué hacer.
            —¡MATÍAS!, ¡SAMUEL! ¿DÓNDE ESTÁN? —exclamo mientras reviso bajo las camas.
            Examino toda la casa de punta a punta. Nada, no están.
            Me topo con algo en el suelo de la sala. Es como una servilleta, sé perfectamente que eso no estaba antes. Además en mi casa no compro servilletas, son muy caras y con la crisis económica me sale más barato lavarme las manos con agua.
            Tomo la servilleta y con sólo acercarla a mi cara siento un fuerte olor que me marea ligeramente. No hay que ser adivino para saber qué es eso.
            Los drogaron, ¡Los drogaron y se los llevaron!
            La voz de Samuel llega a mi mente, recuerdo lo que me dijo: un hombre extraño pasó junto al colegio y se nos quedo viendo a mi y a Matías. Inmediatamente empiezo a armar las piezas del rompecabezas en mi cabeza. Ése rompecabezas no me gusta, pero tengo que resolverlo.

7

            Abro la puerta de atrás de la carnicería de golpe. Veo a Rafael en la larga mesa de acero cortando carne, humana seguramente. Quiero tratar de pensar lo menos posible y hacer lo que vine a hacer.
—¡¿DÓNDE ESTÁN MIS HIJOS?! —grito con furia a la cara de Rafael. Él se voltea sorprendido.
            —Ya veo que te diste cuenta jajá.
            Me quedo callado, espero más respuestas.
            —Los vendí —responde con tranquilidad.
            —¡¿Cómo que los vendiste?!
            —Me encanta el dinero qué quieres que haga.
            —¡¿QUÉ COÑO HICISTE CON MIS HIJOS?! —Empiezo a llorar y a temblar.
            —¿Recuerdas a los hombres de capucha que te dije? Bueno, ellos tienen mucho dinero y les interesan los buenos tratos tanto como a mí, así que  además de pagarme por deshacerme de los cuerpos ya usados en sus “sesiones”, ellos me dan el doble de dinero si les consigo cuerpos. Así que ayer cuando te fuiste de aquí le dije a Marcos que te siguiera a ver si conseguía algo bueno y ¡Lotería! Dos chiquitos, o sea ¡El triple de dinero!, ¿No es genial?
            —¡PERO QUÉ CLASE DE ENFERMO ERES!, ¡ERAN MIS HIJOS!
            —¡Sí! pero también son unos buenos diez mil pavos. Amo el dinero fácil qué te puedo decir. Y no te creas tú también me puedes valer unos buenos billetes —dice mientras empuña el enorme cuchillo de carnicero y lo apunta hacia mí.
            Vine preparado, no tengo tiempo para pensar, ya nada tiene sentido ahora. Saco rápidamente de la parte de atrás de mi camisa un revolver que traje de casa, regalo de mi padre cuando cumplí los dieciocho. Rafael cuando mucho le da tiempo de sorprenderse cuando ya tiene una bala incrustada en su cabeza.
Estoy vuelto loco, tomo el cuchillo de carnicero y empiezo a trabajar. Primero su cabeza, sus brazos, y luego las piernas. Seguido de esto lo dejo todo en el mostrador de adelante como cual producto a la venta… Cuando Marco vaya a abrir la carnicería se va a llevar una buena sorpresa, claro que sí.
            Me acerco al contenedor de basura. Veo sus cabezas pequeñas y hermosas como siempre. Empiezo a llorar, mi mente es una explosión de sentimientos y emociones. Me volví loco en tan solo una noche.

8

Voy caminando por una avenida que tal vez sepa el nombre pero justo ahora no recuerde, todo me parece igual, cargo a mis hijos bajo los brazos. Un último paseo no viene nada mal.
Paso frente a una casa y veo que de ésta sale una persona con una bata y capucha. Se me queda mirando y empieza a sonreír. No sé quién eres, no sé qué hiciste con mis hijos ni quiero saberlo. Pero algo sí sé, eres hombre muerto.
Dejo las cabezas frías y hermosas de mis hijos en la acera, saco mi revolver y disparo una y otra y otra vez. Cae muerto, por puto.
—A ver quién se ríe ahora. —Empiezo a reír compulsivamente, algo me da risa pero no sé qué es, estar loco es una verdadera locura.
Siento algo en mi bolsillo, meto la mano y saco dos caramelos de menta. Ni idea de cómo llegaron ahí. Tal vez es una señal, mis niños quieren sus caramelos y yo se los daré.
Ya empieza a amanecer. Recojo las hermosas cabezas del suelo, le doy un beso a cada una.
Un camión rompiendo el límite de velocidad se aproxima con las luces encendidas.
—El rencuentro está cerca mis amores. —digo mirando al cielo, veo a Samuel, a Matías y a mi bella esposa Tabby como nubes difusas en aquel alba.  
Miro al camión y empiezo a contar.
1… 2… 3… Y salto.


            Mi reto era el de escribir un relato del genero que mejor me pareciera. Pero para mí, el mayor reto fue haber llegado hasta acá.

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