lunes, 29 de septiembre de 2014

Donde hubo fuego cenizas quedan

Por Luis Seijas.

I
Eduardo esperó oculto en el jardín hasta que las luces se apagaran y entró en la casa. Mientras su vista se adaptaba a la penumbra, tropezó con la mesa y una bailarina de porcelana se tambaleó. Contuvo la respiración.
Cálmate —pensó—. Abre los ojos muchacho
Ubicó las escaleras. Al subir hacia la segunda planta, escuchó un murmullo que lo hizo detenerse, como si se hubiese encontrado con una pared invisible. Sintió que el corazón le iba a explotar en el pecho. Un frío le subió por la espalda y le erizó los vellos de la nuca, no tenía permiso ni tiempo para distraerse.
Caminó lentamente adosado a la pared, al llegar a la habitación vio dos bultos enrollados en una gruesa cobija. A primera vista, creyó que algo los estaba engullendo y los murmullos, que de allí provenían, eran llamados de auxilio. Entró y se detuvo frente a la cama. El movimiento de esa “cosa” en la cama se intensificó. Al darse cuenta que eran solo palabras sin sentidos, el corazón regresó a la calma.
Hablan dormidos —pensó aliviado—. Me imagino que estarán luchando contra dragones y gigantes.
Vio las almohadas esparcidas por todo el piso, signo claro de un sueño agitado. Se sentó con las piernas cruzadas y acercó su rostro a la almohada más cercana, cerró los ojos e inspiró. El olor a cabello femenino recién lavado, le llegó directo al cerebro. Era un olor femenino, sí;  un olor delicioso, también;  pero no era el olor de ELLA. El piso se volvió gelatina y todo se le movió alrededor, se apoyó de la cama. Mantuvo cerrados los ojos, esperando que todo volviera a su lugar.
Los murmullos se intensificaron, los cuerpos se movieron y una mano flácida cayó y osciló a centímetros de él. Era señal que tenía que salir de allí. Pero no pudo. En lugar eso, se escondió bajo la cama tomando la almohada aun pegada a su rostro, subió las rodillas hasta el pecho y la abrazó. Esperó la oportunidad de poder salir para seguir buscando.
Estuvo allí agazapado, como un niño jugando a las escondidas, prestando atención a los balbuceos que fueron bajando de intensidad hasta desaparecer. El respirar pausado del sueño profundo y tranquilo, le dijo a Eduardo que ya era hora. Se arrastró y salió de la habitación.
Se detuvo en medio del pasillo e intentó recordar de quién era ese cuarto.  
Sentía que tenía años que no entraba a esa casa (a pesar de haber transcurrido solo un par de meses). Una casa que había sentido como suya, hasta que a Elena se le metió en la cabeza que necesitaba ayuda. Había insinuado llevarlo a un Doctor, para que lo evaluara y le tratara los ataques de pánicos y de ira que le estaban sucediendo con más frecuencia. Le planteó la situación, por enésima vez, estando acostados en la cama, luego de hacer el amor. ¿Cómo se atrevía a joder el momento así? le había dicho Eduardo. Luego se levantó, se vistió y empezó a romper todo y gritando  maldiciones a todo pulmón salió de esa casa y nunca regresó. Hasta ese momento.
Se veían luego de ese episodio, en la casa de Eduardo o en algún motel barato. Pero algo se había roto. Para Elena, las confirmaciones que él no estaba bien las tenía día a día.
Una vez consiguió que la acompañara a ver a un psiquiatra, con la excusa que no podía dormir, y necesitaba que le recetara algún medicamento para vencer el supuesto insomnio. Convencerlo para que entrara con ella al consultorio fue tarea titánica. Al estar frente al Doctor, todas las preguntas y comentarios iban dirigidos más hacia Eduardo que a Elena, quien apenas balbuceaba un par de palabras. No pudo lograr que fuese evaluado por completo, porque al notar lo extraño de esa consulta; se levantó, la vio fríamente y se fue. El Doctor le recetó a Elena unas pastillas para dormir y así lograr que Eduardo le creyera todo ese teatro y volvieran a verlo. Cosa que no sucedió, aunque ella le he había mostrado esas pastillas varias veces, en un esfuerzo para que le creyera.   
Salió lentamente del letargo que produce el querer saber. Sin haber tenido respuesta, reparó en un tenue resplandor azulado que provenía de la habitación del fondo, guiándolo (como lo hace la luz a los insectos nocturnos) hasta allí. A cada paso que daba, los buenos y malos momentos con Elena le seguían llegando uno a uno. Recuerdos que quemaban y le hacían doler el pecho. Algunos por emoción; otros  por incertidumbre.
 Abrió la puerta y reconoció a Elena bajo las sabanas. La respiración se aceleró y el corazón le volvió a latir con fuerza. Eduardo habría jurado que esos latidos retumbaban por toda la casa.
Se apoyó del marco de la puerta. Cerró con tanta fuerza los ojos que cuando los abrió vio estrellas de colores. Se tomó su tiempo viendo toda la habitación y recordó la última vez que estuvo allí. Recreó en su mente todo ese espacio claramente iluminado, no como lo hacía esa lámpara estúpida que apenas alumbraba unos pocos centímetros. No recordaba haberle regalado esa lámpara, sencillamente porque cuando estuvo con él, ella no le temía a la oscuridad. Pensó que lo estaba pasando muy mal en esos momentos. Tan mal que necesitaba una lámpara para dormir. Sintió una pequeña victoria en su corazón y una leve sonrisa afloró.
            Elena… mi Elena. ¿Qué nos pasó? Necesito saber por qué te alejaste.

II

            Esa noche, Elena había logrado conciliar el sueño con ayuda de las pastillas que el Doctor le había recetado tres meses atrás. Las pastillas de la excusa las había llamado, pero en esos momentos era lo único que la ayudaba a dormir. Pensaba que nunca las iba a necesitar. Pensaba que ya no iba a temerle a la oscuridad y mucho menos necesitar una lámpara de niños para evitar que la imagen de Eduardo la asaltara, si se despertaba a medianoche. Porque desde que lo vio días atrás cerca de su oficina, el sueño intranquilo y el insomnio se habían hecho presente  
            Lo de ellos fue un amor bonito, como todos los amores al principio. La rutina de esos días, era la propia de una pareja de enamorados que desbordaban sentimiento a cada espacio donde iban. Tomados de la mano, comían helados, visitaban, teatros y cines. Siempre con una sonrisa que iluminaba a todos alrededor. Y quizás muy en el fondo lo sigue siendo, pero el sentido común prevaleció y terminó la relación de la forma más sutil.
  Esa imagen le revivía una mezcla de momentos buenos y bonitos para luego dejar entrar  la angustia y a la desesperación, por no saber si lo amaba lo suficiente para volver y ayudarlo o ser lo suficientemente consciente para alejarse más y quizás salvar su vida.

III
Eduardo entró en la habitación barriendo todo con la mirada, buscando el diario de Elena. Sabía que allí iba a encontrar las respuestas a las preguntas que le rebotaban en la cabeza. Vio el reloj-despertador encima de la mesa de noche. El tiempo había transcurrido rápido.
Coño, ya se va a despertar —pensó.
Elena dormía. El viento  levantaba un poco la cortina y un hilo de luz de la farola de la esquina se colaba por ese espacio y le tocaba el rostro. El sonido de la alarma sobresaltó a Eduardo y lo llevo a esconderse en el armario. Elena buscó a tientas el despertador hasta que logró apagarlo. Medio dormida, se levantó de la cama. Fue al baño para darse una ducha que lograra quitarse la flojera que la embargaba todos los lunes.
Eduardo, desde su escondite, vio como se desnudaba, y se vestía con una bata de baño. El corazón empezó de nuevo a cabalgar. Cuando escuchó el agua caer, salió y reanudó la búsqueda. La respiración entrecortada jugaba con el sudor que le escocía los ojos.
Hasta que halló el diario de Elena y tomándolo entre las manos respiró profundo. Leyó las últimas anotaciones, buscó respuestas pero no halló nada más que frustración. Con las manos temblando quiso lanzar el diario por la ventana. El corazón le rebotaba en las sienes, sentía que se iba a desmayar. Aún escuchaba la ducha.
Rompió las hojas y las lanzó al centro de la cama. Vio en la mesa de noche un envase con quitaesmalte, por unos segundo se quedó observando la etiqueta y las letras de: “Advertencia: Producto Inflamable. Manténgalo Alejado del Alcance de los Niños”. Parecían reírse con él. “Bueno yo no soy un niño”, dijo y roció toda la cama. Convencido de que todo era un mal sueño y que se despertaría con Elena a su lado. Extrajo de su bolsillo el encendedor.
Cuando las páginas del diario empezaron a arder, era demasiado tarde para arrepentirse. La luz dibujaba sombras danzantes en la paredes y lo hipnotizaba. El placer que recorría su cuerpo al ver arder esas hojas no se comparaba con nada.
La alarma de incendio se activó. Todos corrieron escaleras abajo, resguardándose de las lenguas de fuego que amenazaban con salir del cuarto y acabar con toda la casa. Elena salió gritando del baño, se detuvo frente a su habitación y vio a Eduardo con las llamas reflejadas en los ojos y una media sonrisa. Las piernas se les convirtieron en gelatina y casi se cae. Se recuperó a tiempo y corrió. Escapando más de lo que acababa de ver, que del propio incendio.
Al verla, Eduardo balbuceó un Te Amo que se confundió con la alarma y los gritos. Un deseo corrió bajo las sabanas humeantes.
En voz baja, se dio valor a sí mismo.
—Todo va a salir bien —se repetía.
Los ojos irritados por el humo bailaban con malicia. En su fuero interno, se había librado la batalla más dura de los últimos 3 meses. El corazón le latía suciamente en una mezcla de satisfacción y vergüenza. Se encerró de nuevo en el armario y abrazando la ropa de Elena, esperó. Sintió como el humo se iba apoderando de sus pulmones, quitándole poco a poco el espacio al oxígeno y empezó a toser. El instinto de supervivencia se hizo presente y desesperado abrió la puerta del armario para irse, era demasiado tarde… Las llamas consumían la habitación. Él, sentía un ardor interno que lo asoció con el gran amor que sentía por Elena. La nube lo envolvió y el fuego terminó de hacer lo que empezó el humo caliente.

IV
Después de unas obligadas “vacaciones”, Elena volvió a la oficina para tratar de seguir con su vida. Habían transcurrido varias semanas y estaba un poco más tranquila.
—Buenos días jefa —la saludó con una sonrisa, Marta, su fiel asistente—. Tenga la correspondencia que llegó mientras estuvo fuera.
Todos habían convenido que cuando tuvieran que hablar de la ausencia de Elena, se referirían como si se hubiese ido de vacaciones. Nada de insinuar el reposo psicológico que habría necesitado. Nada de preguntar cómo se siente, cómo está
Elena tomó la correspondencia y empezó a revisarla. Un sobre en blanco cayó en la mesa, lo abrió y leyó la pequeña nota que contenía.

      Querida y amada Elena:

      El fuego libera. El fuego no discrimina entre pasado,
      presente o futuro. El fuego es mi amigo, él me fortalece.
      Ardí junto a tu diario, Elena. Perdóname, pero si no era
      así me iba a volver loco.
   
      Espero que tengas mejores días sin él y sin mí.

                                                         Con Amor,

    Eduardo.



 






           
Salió de la oficina temblando. Bajó el ascensor sin mirarse en el espejo.
Entró a la tienda por departamentos.  
—Por favor señorita, ¿Tiene de esas lámparas que se usan para que los niños puedan dormir en la noche?


FIN


Consigna: Escribir un relato ―género y tiempo verbal a elección― donde cuentes una historia que creas que va a ganar, inédita, escrita especialmente para el torneo.


1 comentario:

  1. Buen final...buena intriga. Me gustó. Tiene algunos detallitos (ojo que yo encontré, por ahi le estoy errando) pero que para mi no le quitan nada al relato. Felicitaciones!

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