Por Soledad Fernández.
“Podrías ser mía”, repitió mientras observaba a la mujer ahí tendida.
“Podrías ser mía”, repitió mientras observaba a la mujer ahí tendida.
Una
sensación de plenitud invadió su espíritu. Se dio media vuelta y se miró al
espejo: una sonrisa de oreja a oreja se encontraba en lugar de su anterior
expresión de desprecio y tristeza. Sí, era la sonrisa del triunfo.
Bernardo
había sido un niño con demasiados problemas: una familia rota, un padre
borracho, una madre violenta y alcohólica. Nunca había conocido la felicidad,
ni siquiera la alegría por el mero hecho de sentirla. Nunca había festejado sus
cumpleaños o las navidades. No conocía lo que era un obsequio. A sus doce años,
luego de hartarse de esa vida oscura y miserable, se escapó del hogar que lo
vio nacer y durante mucho tiempo vagó por las calles.
Así
conoció a Rosita, una joven de su misma edad con una historia similar. La
diferencia era que, por desgracia, ella se había convertido en una adicta a la
cocaína. La mayor parte del tiempo Rosita estaba drogada o en un cuarto de
hotel prostituyéndose para poder pagar sus drogas. “Podrías ser mía, Rosita”,
pensaba Bernardo porque ella era realmente hermosa. Una hermosura dañada, pero
presente si ella la cuidaba y si se dejaba cuidar. Sin embargo, en sus momentos
de calmada lucidez, ambos pasaban el rato juntos y sí, así era el color de la
alegría que Bernardo nunca había conocido.
“Jamás
serás nada si no dejás esa porquería, estás atascada en esta realidad”, le
había dicho él una tarde en la que, contento por haber conseguido un trabajo,
la fue a ver y la encontró con los claros síntomas de abstinencia. Ella
desesperada por consumir, se le insinuó con el fin de que Bernardo pagase por
su sexo.
Él
se decepcionó y debatió si sería o no correcto ayudarla. Porque ¿quién lo había
ayudado a él? Nadie. Y ella le recordaba todo el tiempo una parte horrible de
su vida, una que ya había superado (o eso creía): su madre, un amor violento y
adicto. Una mujer venida a menos y llena de bajezas de las que no se vuelve.
Sabía que rompería su corazón. Sabía que era duro y frio, pero así debía ser. Y
la dejó.
Continuó
sus días tratando de olvidarla. Pero en su limpio y claro trabajo, en aquel que
había logrado con esfuerzo y en el que progresaba por su gran capacidad, Bernardo
solo podía pensar en Rosita. Sentía que haberla dejado era algo terrible con lo
que no podía vivir. Era algo malo que él, hombre de trabajo y honesto, había
hecho. Hacía más de un año que no la veía y su última imagen había sido triste,
como mínimo. Entonces, cuando su corazón no pudo más, decidió ir a buscarla.
Salió
de su departamento un sábado por la tarde. Fue directo adonde siempre ella
había estado, a ese callejón mugriento y lleno de vagabundos. Pero no la
encontró. Preguntó a algunos de ellos, que eran conocidos en desventura de su
pasado, pero nadie sabía nada. Aunque si recordaban que aquella vez, la de la
abstinencia, Rosita había tenido un colapso y había terminado en un hospital.
El sintió dolor y culpa por no haberla ayudado entonces. Lloró en silencio más
de una noche en su pulcro departamento y entendió que esa vida prolija estaba
vacía.
Una
vez más la tristeza estaba en su vida y se resignó a ella. Aunque no se dio por
vencido. Luego de darle vueltas al asunto tomó una decisión: iría a un refugio
y ayudaría a cuanto ser necesitado encontrase en la calle. Tal vez de esa
manera, su corazón se compusiese y el dolor que cargaba no sería tan grande.
Y
así lo hizo. Aunque nunca dejó de pensar en ella y de buscarla en la multitud
cada fin de semana que abría las puertas del refugio. Las semanas pasaron y su
corazón comenzó a sanar, sin embargo, algo se avecinaba.
Un
domingo despejado y claro, alguien entró con aires de reina. De una venida a
menos, por supuesto. Y encaró directo a donde Bernardo se encontraba. Lo miró
de arriba abajo y en tono burlón dijo:
-Pero
miren ustedes en lo que se ha convertido mi pequeño engendro… perdón, mi hijo
Y
Bernardo sintió que la vergüenza y el enojo que lo habían motivado a huir,
seguían allí intactos como si el tiempo no hubiese pasado. La miró con asco y
la compasión que tenía para con los demás desapareció de inmediato. No podía
tolerar verla en “su” lugar por lo que la tomó del brazo con determinación y la
dirigió con violencia hasta la puerta.
-¡Tenés
que irte ya de acá!
-Este
es un lugar público para quienes no tienen casa, tesorito
-Te
vas y punto
Pero
Bernardo sabía que ella no lo dejaría vivir en paz. Sabía todo lo que venía
luego de esta aparición. No quedaba alternativa: debería irse a otro lado, empezar
de nuevo. Esa noche, en su departamento alquilado y modesto, Bernardo se
desesperó. No sabía qué hacer. Extrañaba a Rosita horrores y su peor pesadilla
estaba de vuelta. Nada podía ser peor.
Comenzó
a desconcentrarse en el trabajo y le llamaron la atención varias veces.
Entonces, acorralado decidió lo que debía de haber decidido mucho antes: se
desharía de su madre. Tal vez eso no le devolvería a su amor trunco, pero le
daría cierta paz.
Y
llegaron las fiestas y la gente se agolpó en el refugio en busca de comida y
buenos deseos y allí apareció ella. Entonces, él con falsas promesas se la
llevó. Mientras caminaba con su madre, Bernardo escuchó unos pasos detrás. Sintió
su corazón agitado y algo en la nuca que lo arañaba: miedo. El mismo que sentía
cuando era chico. Apuró la caminata intentando alejarse de esos pasos. Ya no
quedaba nada. Unos metros, nada más. Se enfrentó a la puerta y suspiró. Tenía
todo planeado: le daría una mezcla mortal de whisky y barbitúricos y así ella
moriría en lo suyo. Sería fácil y limpio. Y se habría liberado de esa harpía
para el resto de su vida. Luego de ello, quizás se mudase. Sin Rosita cualquier
sitio era lo mismo. La volvió a extrañar.
Entró
al departamento. Mientras su madre se pavoneaba acerca de lo próspero de su
hijo él se vio reflejado en el vidrio de la venta. Había amargura y decepción.
Sacudió sus pensamientos y pretendiendo un brindis, le sirvió varios vasos del
ansiado alcohol. A la media hora ella estaba somnolienta y entonces la acostó. Solo
faltaba un paso para su liberación. Le daría las pastillas y se iría de ahí para
siempre. Escuchó pasos en el pasillo. Agarró el pastillero, debía apurarse. “Podrías
ser mío”, escuchó una voz detrás de él. Unos pasos delicados, un aroma dulce y
conocido y esa voz musical que lo inundó de alegría.
Miró
a la mujer tendida allí en la cama, miró a Rosita radiante y desintoxicada, y
entendió que su felicidad era otra cosa. Que su vida ahora estaba llena de
probabilidades, que la paz ya estaba en ese lugar… la besó larga y dulcemente y
le pidió perdón por el abandono. “Nunca me dejaste”, suspiró ella. “Podrías ser
mía…y vas a serlo por siempre”, repitió Bernardo sonriendo.
Entonces
se miró al espejo, vio su sonrisa y supo que era por ella. La tomó de la mano y
se fueron juntos con la alegría en sus corazones, con el amor sólido de quienes
esperaron el uno por el otro. Mientras que a lo lejos sonaba una canción: You
could be mine de Guns and Roses.
Fin
Consigna:
basado en la letra de You could be mine de Guns ‘n’ Roses usándola en una
situación de alegría
Podrías
ser mía
You could be mine / Guns ‘n’ Roses
Soy
un frío rompecorazones
Apto
para quemar y romperé tu corazón en dos
Y te
dejaré tirada en la cama
Estaré
fuera de la puerta antes de que despiertes
No
será nada nuevo para ti
Porque
creo que ya has pasado por esto
Porque
tu puedes ser mía
Pero
estás fuera de lugar
Con
tus golpes de zorra
Y tu
lengua de cocaína
No
terminas nada
dije
que podrías ser mía.
Ahora
los festivos vienen y luego se van
no
hay nada nuevo hoy
Recoger
otro recuerdo
cuando
yo llegue a casa tarde en la noche
no me
preguntes donde he estado
sólo
cuenta tus estrellas y ya estaré en casa
porque
tu puedes ser mía
Pero
estás fuera de lugar
Con
tus golpes de zorra
Y tu
lengua de cocaína
No
terminas nada
dije
que podrías ser mía.
Te
has ido a diseñar muchas veces
Porque
no dejas de hacerlo?
porqué
debes encontrar otra razón para llorar?
Mientras
me rompes la espalda
yo he
estado atormentando mi cerebro
no me
importa cómo lo hacemos
porque
siempre termina del mismo modo
lo
puedes empujar por más millas
pero
tus crisis se están desgastando
y yo
podría dormir hasta mañana
pero
esta pesadilla nunca termina
no
olvides llamar a mis abogados
con
ridículas demandas
y
puedes tener lástima hasta ese punto
pero
es más de lo que puedo aguantar
porque
este viaje se está volviendo viejo
dime
cuanto tiempo ha pasado
porque
cinco años es para siempre
y tú
aún no has crecido.
tú
podrías ser mía
Pero
estás fuera de lugar
Con
tus golpes de zorra
Y tu
lengua de cocaína
No
terminas nada
dije
que podrías ser mía.
Deberías
de ser
Podrías
ser mía...
si!
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