lunes, 8 de junio de 2015

Los sonidos del pasado, la melodía del futuro

Por Soledad Fernández.

“Podrías ser mía”, repitió mientras observaba a la mujer ahí tendida.
Una sensación de plenitud invadió su espíritu. Se dio media vuelta y se miró al espejo: una sonrisa de oreja a oreja se encontraba en lugar de su anterior expresión de desprecio y tristeza. Sí, era la sonrisa del triunfo.
Bernardo había sido un niño con demasiados problemas: una familia rota, un padre borracho, una madre violenta y alcohólica. Nunca había conocido la felicidad, ni siquiera la alegría por el mero hecho de sentirla. Nunca había festejado sus cumpleaños o las navidades. No conocía lo que era un obsequio. A sus doce años, luego de hartarse de esa vida oscura y miserable, se escapó del hogar que lo vio nacer y durante mucho tiempo vagó por las calles.
Así conoció a Rosita, una joven de su misma edad con una historia similar. La diferencia era que, por desgracia, ella se había convertido en una adicta a la cocaína. La mayor parte del tiempo Rosita estaba drogada o en un cuarto de hotel prostituyéndose para poder pagar sus drogas. “Podrías ser mía, Rosita”, pensaba Bernardo porque ella era realmente hermosa. Una hermosura dañada, pero presente si ella la cuidaba y si se dejaba cuidar. Sin embargo, en sus momentos de calmada lucidez, ambos pasaban el rato juntos y sí, así era el color de la alegría que Bernardo nunca había conocido.
“Jamás serás nada si no dejás esa porquería, estás atascada en esta realidad”, le había dicho él una tarde en la que, contento por haber conseguido un trabajo, la fue a ver y la encontró con los claros síntomas de abstinencia. Ella desesperada por consumir, se le insinuó con el fin de que Bernardo pagase por su sexo.
Él se decepcionó y debatió si sería o no correcto ayudarla. Porque ¿quién lo había ayudado a él? Nadie. Y ella le recordaba todo el tiempo una parte horrible de su vida, una que ya había superado (o eso creía): su madre, un amor violento y adicto. Una mujer venida a menos y llena de bajezas de las que no se vuelve. Sabía que rompería su corazón. Sabía que era duro y frio, pero así debía ser. Y la dejó.
Continuó sus días tratando de olvidarla. Pero en su limpio y claro trabajo, en aquel que había logrado con esfuerzo y en el que progresaba por su gran capacidad, Bernardo solo podía pensar en Rosita. Sentía que haberla dejado era algo terrible con lo que no podía vivir. Era algo malo que él, hombre de trabajo y honesto, había hecho. Hacía más de un año que no la veía y su última imagen había sido triste, como mínimo. Entonces, cuando su corazón no pudo más, decidió ir a buscarla.
Salió de su departamento un sábado por la tarde. Fue directo adonde siempre ella había estado, a ese callejón mugriento y lleno de vagabundos. Pero no la encontró. Preguntó a algunos de ellos, que eran conocidos en desventura de su pasado, pero nadie sabía nada. Aunque si recordaban que aquella vez, la de la abstinencia, Rosita había tenido un colapso y había terminado en un hospital. El sintió dolor y culpa por no haberla ayudado entonces. Lloró en silencio más de una noche en su pulcro departamento y entendió que esa vida prolija estaba vacía.
Una vez más la tristeza estaba en su vida y se resignó a ella. Aunque no se dio por vencido. Luego de darle vueltas al asunto tomó una decisión: iría a un refugio y ayudaría a cuanto ser necesitado encontrase en la calle. Tal vez de esa manera, su corazón se compusiese y el dolor que cargaba no sería tan grande.
Y así lo hizo. Aunque nunca dejó de pensar en ella y de buscarla en la multitud cada fin de semana que abría las puertas del refugio. Las semanas pasaron y su corazón comenzó a sanar, sin embargo, algo se avecinaba.
Un domingo despejado y claro, alguien entró con aires de reina. De una venida a menos, por supuesto. Y encaró directo a donde Bernardo se encontraba. Lo miró de arriba abajo y en tono burlón dijo:
-Pero miren ustedes en lo que se ha convertido mi pequeño engendro… perdón, mi hijo
Y Bernardo sintió que la vergüenza y el enojo que lo habían motivado a huir, seguían allí intactos como si el tiempo no hubiese pasado. La miró con asco y la compasión que tenía para con los demás desapareció de inmediato. No podía tolerar verla en “su” lugar por lo que la tomó del brazo con determinación y la dirigió con violencia hasta la puerta.
-¡Tenés que irte ya de acá!
-Este es un lugar público para quienes no tienen casa, tesorito
-Te vas y punto
Pero Bernardo sabía que ella no lo dejaría vivir en paz. Sabía todo lo que venía luego de esta aparición. No quedaba alternativa: debería irse a otro lado, empezar de nuevo. Esa noche, en su departamento alquilado y modesto, Bernardo se desesperó. No sabía qué hacer. Extrañaba a Rosita horrores y su peor pesadilla estaba de vuelta. Nada podía ser peor.
Comenzó a desconcentrarse en el trabajo y le llamaron la atención varias veces. Entonces, acorralado decidió lo que debía de haber decidido mucho antes: se desharía de su madre. Tal vez eso no le devolvería a su amor trunco, pero le daría cierta paz.
Y llegaron las fiestas y la gente se agolpó en el refugio en busca de comida y buenos deseos y allí apareció ella. Entonces, él con falsas promesas se la llevó. Mientras caminaba con su madre, Bernardo escuchó unos pasos detrás. Sintió su corazón agitado y algo en la nuca que lo arañaba: miedo. El mismo que sentía cuando era chico. Apuró la caminata intentando alejarse de esos pasos. Ya no quedaba nada. Unos metros, nada más. Se enfrentó a la puerta y suspiró. Tenía todo planeado: le daría una mezcla mortal de whisky y barbitúricos y así ella moriría en lo suyo. Sería fácil y limpio. Y se habría liberado de esa harpía para el resto de su vida. Luego de ello, quizás se mudase. Sin Rosita cualquier sitio era lo mismo. La volvió a extrañar.
Entró al departamento. Mientras su madre se pavoneaba acerca de lo próspero de su hijo él se vio reflejado en el vidrio de la venta. Había amargura y decepción. Sacudió sus pensamientos y pretendiendo un brindis, le sirvió varios vasos del ansiado alcohol. A la media hora ella estaba somnolienta y entonces la acostó. Solo faltaba un paso para su liberación. Le daría las pastillas y se iría de ahí para siempre. Escuchó pasos en el pasillo. Agarró el pastillero, debía apurarse. “Podrías ser mío”, escuchó una voz detrás de él. Unos pasos delicados, un aroma dulce y conocido y esa voz musical que lo inundó de alegría.
Miró a la mujer tendida allí en la cama, miró a Rosita radiante y desintoxicada, y entendió que su felicidad era otra cosa. Que su vida ahora estaba llena de probabilidades, que la paz ya estaba en ese lugar… la besó larga y dulcemente y le pidió perdón por el abandono. “Nunca me dejaste”, suspiró ella. “Podrías ser mía…y vas a serlo por siempre”, repitió Bernardo sonriendo.
Entonces se miró al espejo, vio su sonrisa y supo que era por ella. La tomó de la mano y se fueron juntos con la alegría en sus corazones, con el amor sólido de quienes esperaron el uno por el otro. Mientras que a lo lejos sonaba una canción: You could be mine de Guns and Roses.

Fin

Consigna: basado en la letra de You could be mine de Guns ‘n’ Roses usándola en una situación de alegría

Podrías ser mía
You could be mine / Guns ‘n’ Roses
Soy un frío rompecorazones
Apto para quemar y romperé tu corazón en dos
Y te dejaré tirada en la cama
Estaré fuera de la puerta antes de que despiertes
No será nada nuevo para ti
Porque creo que ya has pasado por esto
Porque tu puedes ser mía
Pero estás fuera de lugar
Con tus golpes de zorra
Y tu lengua de cocaína
No terminas nada
dije que podrías ser mía.

Ahora los festivos vienen y luego se van
no hay nada nuevo hoy
Recoger otro recuerdo
cuando yo llegue a casa tarde en la noche
no me preguntes donde he estado
sólo cuenta tus estrellas y ya estaré en casa
porque tu puedes ser mía
Pero estás fuera de lugar
Con tus golpes de zorra
Y tu lengua de cocaína
No terminas nada
dije que podrías ser mía.

Te has ido a diseñar muchas veces
Porque no dejas de hacerlo?
porqué debes encontrar otra razón para llorar?

Mientras me rompes la espalda
yo he estado atormentando mi cerebro
no me importa cómo lo hacemos
porque siempre termina del mismo modo
lo puedes empujar por más millas
pero tus crisis se están desgastando
y yo podría dormir hasta mañana
pero esta pesadilla nunca termina
no olvides llamar a mis abogados
con ridículas demandas
y puedes tener lástima hasta ese punto
pero es más de lo que puedo aguantar
porque este viaje se está volviendo viejo
dime cuanto tiempo ha pasado
porque cinco años es para siempre
y tú aún no has crecido.
tú podrías ser mía
Pero estás fuera de lugar
Con tus golpes de zorra
Y tu lengua de cocaína
No terminas nada
dije que podrías ser mía.
Deberías de ser
Podrías ser mía...
si!


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