martes, 18 de agosto de 2015

La mitad nos cura

(imagen de la película «La mitad oscura», basada en la novela homónima)


Seudónimo: Mr. GoodLife.
Autor: Sergio Bonavida Ponce.


—Celíacos, Celíacos —chilla enervado Thad Beaumont. Hoy es un día en que su sarpullido ataca con especial virulencia su rostro, en momentos como estos el pobre George sólo puede escuchar la creciente conversión de palabras mal humoradas a palabras irascibles en cuestión de segundos—. Maldito estúpido, ¿Qué entiendes cuando te digo compra un par de «Niños celíacos»? ¿Tan difícil te es entender que el GLUTEN me pone así? El GLUTEN mata. MATA.
George Stark baja la cabeza en dirección al suelo. La perorata de Thad, su «mitad», es insoportable. En momentos como estos, se arrepiente que cincuenta años atrás, los «monstruos» hubieran ganado la guerra de los 666 días. También se arrepiente de haber escogido a Thad como su «mitad». De no haber sucedido nada de eso, el seguiría escondiéndose en bosques oscuros, sótanos húmedos y castillos abandonados; cincuenta años atrás los humanos dominaban el planeta y él era libre. «Menuda mierda».
—Cariño... —susurra el cabizbajo George.
—Ahora no me vengas con «cariño». Esta noche vienen a cenar Mr. Goodlife y su esposa, ya sabes, el prelado de la congregación que nos abrirá un mundo de posibilidades con la adquisición de esas hectáreas que contienen algún que otro viejo cementerio de mascotas. Pero claro, a ti se te ocurrió la fabulosa compra de dos niños repletitos de gluten. El plato estrella de la noche estropeado con esa especia abominable. Mr. Goodlife es intolerante al gluten igual que yo. ¿En qué pensabas George, pedazo de humano descerebrado?
Si algo no soporta George Stark son los insultos, y «humano descerebrado» es más de lo que puede soportar.
Esto es inadmisible, no estoy dispuesto... —Comienza a levantar la voz el entusiasta George. Pero su fervor es tan elevado que por eso no ve venir el golpe. La mano abierta de Thad se incrusta en su mejilla derecha, el golpe resuena seco en la estancia. El tambaleante George aún mira incrédulo en dirección a Thad, su mejilla ensangrentada por el duro correctivo es un testimonio silencioso del fiero carácter de Thad Beaumont.
Thad siempre fue un monstruo excelente, aplicado, cruel, un monstruo de carácter; no en vano asesinó en octavo curso a toda su graduación, y dos años más tarde a su madre adoptiva. Esto le hizo recibir una mención especial de la prestigiosa universidad de los «Osos Negros» y una beca para «Monstruología Aplicada». A partir de ese momento su carrera fue en ascenso.
—George Stark —rebufa Thad Beaumont con contenida ira—, agarra el auto, mete a estas asquerosas «crías humanas» repletas de gluten y condúceme a «Monster Market». Ahora mismo.
George surge presto del comedor, al pasar por el recibidor recoge las llaves del auto que reposan encima del mueble de madera victoriana. Su mano acaricia con delicadeza su maltratado rostro, aún le duele. En el garaje abre el enorme portón de madera, en el interior un flamante «Buick», un antiguo coche muy prestigioso en la zona de Maine, reposa tranquilo. Posiblemente solo queden ocho en todo el condado. Thad insistió en comprarlo hace años, «una excentricidad», insistió George, pero como siempre, Thad se salió con la suya, pidieron un préstamo al Malvado Banco de huesos y pagaron el endemoniado coche.

George introduce las llaves en el contacto, el encendido es brusco, el motor ruge enfurecido, pese al estruendoso sonido, el «Buick» no quiere arrancar.
—Vamos, vamos pequeñín. Hoy Thad no está de humor.
Como por «arte de ciencia» el motor del «Buick» lanza un último furioso rugido, después de eso el ruido del motor es apenas imperceptible, como el suave ronroneo de un gatito. George agarra el volante, es un coche muy viejo, las marchas son manuales, pone primera, las ruedas se mueven y dirige el auto enfrente de la antigua casa victoriana.
—Bien George —el ahora más calmado Thad sube al interior del vehículo con su habitual aplomo—. Perdona cariño, antes me he excedido, pero ya sabes lo mucho que me altera el gluten. Ahora conduce tranquilamente a «Monster Market» y cambiemos a estos dos «niños» por dos «niños celíacos». Seguro que al buen señor Gaunt no le importará tu error.
George se muerde la lengua. El gerente Leland Gaunt no es un monstruo de su especial agrado, aun así introduce primera marcha y arranca en dirección a «Market Monster» sin replicar; si no fuera por la delicada situación en la que se encuentra, disfrutaría de las vistas de Maine, en esta época estival el olor de los cadáveres en el asfalto es maravilloso, muchos llevan años ahí tirados, por desgracia el agradable olor está desapareciendo. Hace tiempo que no se ven humanos en libertad por la zona, muchos de ellos huyeron al norte. George cambia de marcha, el motor del «Buick» ruge alegre, «Es tan maravilloso escuchar el crujido de huesos», piensa George, eludiendo así sus problemas con Thad. A lo lejos contempla el bosque en llamas, el olor a pino quemado le recuerda tanto a su niñez. El «Buick» sale de la carretera y gira en la primera intersección del cruce de la avenida Madison. Hoy, la población de «Desesperación», esta exasperantemente tranquila. La avenida se encuentra desierta. La tienda del señor Gaunt, la conocida cadena «Monster Market» se divisa al final de la calle, la fruta expuesta al sol es devorada por miles de gusanos, estos son blancos y gordos como judías. La pareja detiene el «Buick» justo delante del establecimiento, un gato negro maúlla funestamente desde un tejado. Thad desciende del vehículo y se adentra en «Monster Market», George le sigue de cerca acarreando el pesado bulto que suponen los dos niños maniatados.
—¿Señor Gaunt? —Thad reclama en voz alta la atención del buen anciano monstruo encargado de la regencia de esa franquicia. En el fondo del establecimiento, una puerta se abre, y un afanoso señor Gaunt con las manos repletas de sangre surge de la trastienda.
—Perdone Mr. Thad, estaba descuartizando a un gordo espécimen, un senador muy jugoso y grasiento, pero chillaba como un humano y no escuchaba nada. ¿En qué puedo ayudarles?¿Hay algún problema con la mercancía? —El señor Gaunt mira en dirección a los dos niños atados y amordazados—. Les aseguro que son de una calidad exquisita, los cazó mi nuevo ayudante Richard Bachman, un monstruillo realmente adorable aunque torpe. Pero perdonen mis divagaciones, ¿tienen alguna queja de la mercancía? Si fuera así Richard me va a escuchar.
Thad niega con la cabeza.
—La mercancía es perfecta mi querido señor Gaunt, pero resulta que el torpe de George olvidó decirle que necesitábamos dos especímenes celíacos.
—¡Oh! —Masculla un pensativo señor Gaunt rascándose la calvicie—. Está claro. —Pero justo en ese momento las palabras del señor Gaunt enmudecen de golpe, sus ojos repletos de nervios rojos observan incrédulos en dirección a la puerta de entrada del comercio, detrás de la pareja formada por Thad y George—. ¿Qué demonios? Una «CAZADORA».
Thad y George no tienen tiempo apenas de girarse, su instinto de supervivencia ha sido drenado por años de placeres hedonistas. Apenas ven a la Humana situada a la entrada del respetable comercio. Tiene una melena negra enroscada en zigzag, viste tejanos y un jersey oscuro con las iniciales NY, encima una chaqueta negra. En la cintura porta un cinto de balas, crucifijos y un par de granadas, sus manos sujetan una escopeta recortada de dos cañones, esta apunta en la dirección de la cara del buen señor Gaunt, que mira incrédulo.
Un balazo ensordecedor pasa entre medio de Thad y George, por suerte para ellos dos, las balas son perforadoras y no explosivas, con lo que no hay metralla. El señor Gaunt no posee tanta suerte, la primera bala le perfora el cráneo y lo revienta, la segunda bala, ya sin nada en que detenerse, se incrusta al fondo del establecimiento abriendo una perforación considerable en la puerta de la trastienda.
—Zorra —grita Thad. George se fija en los colmillos y uñas de su «mitad», estas comienzan a crecer. Pero eso es un proceso que requiere algo de tiempo, y tiempo es justamente algo que George sabe que no tienen. Sin darse la vuelta George comienza a correr en dirección a la trastienda.
—Hijos —chilla la Humana mientras avanza lentamente. Sus botas de cuero resuenan con eco sordo en el establecimiento—. Mamá está aquí.
En los dos segundos en que tarda en decir la frase, ya ha vuelto a cargar el arma, el brusco movimiento vertical es tan veloz que nadie diría que es posible recargar tan rápido una escopeta. Y sin vacilación apunta la escopeta en dirección a Thad, en esta ocasión sólo sostiene el arma con su mano derecha, pues esta tan cerca de su objetivo que no requiere de precisión alguna, mientras, su inquieta mano izquierda busca algo situado a su espalda.
—Corre Thad. —Es lo único que consigue articular George antes de escuchar la siguiente deflagración. Las balas impactan en algún lugar de su «mitad», y el pesado cuerpo de Thad Beaumont describe un arco hacia atrás antes de caer de espaldas en el suelo, la sangre de Thad salpica a George Stark. «No está muerto», piensa George, «si no, yo también lo estaría».
La Humana se sitúa en torno a sus hijos, su rostro no deja de mirar en ningún momento en dirección a la trastienda, el cuerpo de Thad a escasos metros sería un blanco fácil, sin embargo ella no avanza, no ha venido a cazar, sólo quiere a sus hijos. George se percata de este detalle observando escondido toda la escena detrás de un frigorífico. En el pasado, estos fríos aparatos siempre le sacaban de más de un problema, el lugar perfecto para esconderse. La Humana con su rodilla izquierda hincada en el suelo y sin dejar de apartar la mirada de la trastienda, acerca su mano izquierda a las cuerdas, en su mano izquierda un cuchillo, es grande, doble filo, el típico utilizado por los montañero, y con él comienza a cortar diestramente las ataduras de manos y tobillos en sus retoños, a la par, su brazo derecho recarga con frenesí vertical su escopeta recortada.
—A la furgoneta. Rápido. —Los pequeños humanos no se lo piensan dos veces. Salen corriendo de «Monster Market» en dirección a la calle. George observa una furgoneta blanca situada a escasos metros del «Buick». La humana recupera su posición erguida, sitúa su cuchillo a la espalda, y retrocede sin dar la espalda a la trastienda. «Eso es. Huid", se alegra un aliviado George.
En ese momento, un monstruillo surge de la trastienda, su pelo cano cae por detrás de sus orejas, las gafas redondas poseen un único cristal en la montura, y su estúpida sonrisa simiesca no presagia nada bueno. «Ese debe ser Richard Bachman. Maldito estúpido. Ya se iban», piensa George parapetado detrás de su frío escondite.
La masa informe de Richard Bachman avanza velozmente en dirección a la Humana, un chillido estridente acompañado de un ruido borboteante. La Humana sonríe divertida. Richard avanza rápidamente desde el fondo de la trastienda situado a once metros de la calle, nueve metros, ocho metros, siete metros... sus uñas rasgan el aire, su pelo cano se eriza en su cabeza, seis metros, cinco metros, cuatro metros... Richard sonríe bobaliconamente, esta tan cerca de la Humana, le concederán un premio, tal vez una beca, está tan cerca... dos metros, un metro... Y otra deflagración resuena en «Monster Market», el disparo es tan cercano que toda la cabeza del estúpido Richard se volatiliza al instante, también parte del torso, el resto de su cuerpo se desparrama por toda la entrada.
La Humana recarga bruscamente con su ya típico movimiento vertical la escopeta recortada. Nunca está de más ser precavidos, la confianza ha matado a muchos tontos. Sus hijos la esperan en la furgoneta, uno de ellos conduce, ella sigue retrocediendo sin dejar de apartar sus ojos del final de la trastienda, y no es hasta el momento en que su espalda toca la superficie de la furgoneta que gira y se introduce en el lado del copiloto.
—Arranca. —Es la última palabra que escucha el bueno de George de labios de la Humana. La furgoneta blanca arranca con un agudo chirriar de ruedas y se aleja velozmente por la avenida Madison, cuando llega a la intersección gira y se pierde en la lejanía. George recupera la compostura y se dirige corriendo en dirección a Thad. El cuerpo de éste se encuentra de medio lado en el suelo. Con cuidado lo voltea. La bala ha arrancado parte de su hombro izquierdo, un hilo de sangre negruzca rezuma por la herida.
—Cariño, mi «mitad» —susurra el maltrecho Thad Beaumont en el suelo—. Cúrame. —No puede evitar un acceso de tos, y de su garganta un borbotón de sangre le mancha todo el torso—. Si muero, tú mueres.
Las últimas palabras parecen una «Maldición» en boca del viejo Thad, este parece leer en la mente de George como si de un libro abierto se tratara. No por algo, hace años, cuando el acta «It» exigía por precaución la unión de monstruos por parejas, que Thad Beaumont escogió a George Stark, pues aunque apenas poseía apariencia monstruosa, y otros congéneres parecían una opción más apetecible como futuros consortes, el poder curativo de George era algo sutilmente muy útil. Vital.
La mirada de George se relaja, en el fondo nunca ha soportado ver a Thad así.
—Repite conmigo —conmina George. En ese momento acerca sus manos a las manos de su «mitad». Las manos de Thad buscan ávidamente esas otras manos, finalmente se entrelazan, la mano derecha con la mano izquierda, y la mano izquierda con la mano derecha.
—La «mitad» nos cura —reza solemne George cerrando los ojos sin dejar de apretar las manos de Thad.
—La «mitad» nos cura —repite al unísono el ya «no» moribundo Thad, mientras, su cuerpo renace con renovadas energías y su rostro anuncia una sonrisa malvada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario