Por Ángela Eastwood.
En cierto lugar de La mancha de cuyo nombre no quiero acordarme ocurrió muchos años ha que un mozo de cuadras, gordo y cuadrado de la cabeza, llegó hasta los aposentos de su señor y le dijo así:
En cierto lugar de La mancha de cuyo nombre no quiero acordarme ocurrió muchos años ha que un mozo de cuadras, gordo y cuadrado de la cabeza, llegó hasta los aposentos de su señor y le dijo así:
—Mi señor, traigo esta carta
para vuestra merced.
—¿Y qué puño la ha escrito?
Dámela presto.
Alonso Quijano, noble flaco y
de barba enhiesta como lanza de caballero tomó la misiva entre sus manos
descarnadas y leyóla con gran interés y expectación. El mozo, que no habíase
movido del sitio no fuera a ser que su señor lo requiriera para algún menester,
como bien podía ser la contestación de la carta, esperó con la cabeza gacha y
la oreja puesta por aquello de no perderse ninguna exclamación sustanciosa que
transmitir luego saboreando una cerveza en las ventas.
Y vio el mozo como su señor
levantaba las cejas abriendo muchos los ojos demostrando con este gesto un gran
desconcierto y cómo se mesaba la barba rala y entrecana después.
—¡Qué clase de burla es esta!
Chico, parecióme al leerla como si esta carta no fuera dirigida a mí. ¿Estás
seguro que entendiste bien? Mira que tus entendederas son cortas.
—Una dama de una gran fermosura
dijo que os la entregara a vos en mano y a nadie más que a vos, so pena de mandarme algún vasallo para que me
atara a un árbol y me diese de golpetazos si no cumplía su recado de entregarla
a quien ella llamó su “desfacedor de entuertos y sinrazones”.
—¿Llamóme así esa dama? ¿Y
dices, mozo, que es fermosa?
—Como dos alondras blancas son
sus manos, mi señor, y su cintura estrecha como junquillo. De su rostro no me
atrevo a hablar, pues palabras que describan tanta fermosura yo las desconozco.
Dijo llamarse Dulcinea del Toboso, mi señor.
—Dulcinea del Toboso. ¡Bonito
nombre! Mas no entiendo una palabra de lo que cuenta esta carta. Vete, rapaz,
que no tengo contestación aún para semejante despropósito. Te haré llamar
cuando la tenga. Ve con Dios.
Marchóse el mozo apesadumbrado
por no llevar respuesta a la bella dama que tantos reales le había dado por
llevar a cabo la encomienda y cuando Alonso quedó solo volvió a leer la carta,
que decía así:
“Mi admirado Don Quijote de La Mancha :
Llegáronme hasta los oídos
vuestras esforzadas gestas en nombre de mi fermosura y más agradecida y
orgullosa no cabe estar. Dicen de los desaforados gigantes que vos
espantásteis, que andaban a sus anchas faciendo bellaquerías y aplastando
propiedades con sus pies descomunales. Como se trataba de cuarenta o más nadie
osó plantarles batalla ni enseñarles lanza y ahí que fuisteis vos sin pensarlo
ni un momento. Cualquier otro caballero andante hubiera rehusado semejante
fazaña y hubiera puesto tierra por medio. Mas no vos, que de todos es ya sabido
que desoyendo la razón de vuestro humilde escudero, Sancho Panza, que os dijo
que eran demasiados para vos, salísteis a campo abierto a plantarles cara.
Luego supe que uno de los gigantes, el más grande y peligroso, lanzóos por los
aires, yendo a caer muy lejos, dolorido y maltrecho. En la carrera dijéronme
que gritásteis mi nombre y que os encomendásteis a mí, llamándome vuestra
señora”.
Llegado a este punto de la
carta Alonso hizo comparecer a su sobrina y enarbolando la carta díjole así:
—Haz venir al vecino labrador
Sancho Panza.
El labrador en cuestión recibió
la noticia con sumo alborozo y montando presto a su jumento apareció a las
breves a las puertas de Don Alonso y hasta los aposentos corrió loco de alegría por saludar al noble ilustre.
—¡Cuánto me alegro de vuestra
mejoría, mi señor! Doy fe de que ese gigante os lanzó tan lejos que requerí del
pollino para llegar hasta vuestro cuerpo maltrecho. Pero vive dios que nunca vi
retroceder enemigo alguno con tanta prisa. Decidme ya cuando emprenderemos la
marcha, que ardo en deseos por seguir
con nuestras aventuras. No olvidéis vuestra promesa de hacer de mí un hombre
rico y famoso.
—¿De qué diablos hablas,
sencillo labrador? Pareciera que estáis todos confabulados en mantener este
disparate de los gigantes. ¿Es acaso todo esto una broma infame de mal gusto?
Como Alonso movía las manos y
abría mucho la boca llevado por el desconcierto parecióle a Sancho que
espantaba moscas y solícito dijo así:
—Vaya con cuidado mi señor,
mire que en boca cerrada no entran moscas. A mi señora una destas que rondan la
mierda le entró por la boca y le anduvo volando dentro del estómago hasta bien
pasados unos días. Luego subióle a la cabeza y ahí se quedó.
Y como fuera que el noble
Alonso miró con perplejidad al servil labriego este fue más allá y dijole desta
manera:
—¿Acaso mi señor ha desistido
en su afán de desfacer entuertos y socorrer a los menesterosos? Si el
entendimiento no me engaña fue eso lo que juró cuando fue armado caballero por
el señor del castillo, allá por los campos de Montiel. O eso díjome usted. Y
luego prometióme hacerme gobernador de una ínsula, y hasta dijo que si faltaba
ínsula estaba el reino de Dinamarca o el de Sobradisa que me iban a venir como
anillo al dedo.
—¡Alto! ¿Armado caballero yo?
¿Por el señor de un castillo? ¿Qué castillo? ¿Qué señor? ¿Una ínsula? Por la
pluma de Amadís de Gaula que no sé de qué me hablas, estúpido labrador.
—Virtud es contar las cosas
bien. Óigame pues: vuestra merced dijo que llegó a un castillo con cuatro
hermosas torres y chapiteles y que allí el señor de esos dominios os rindió la
pleitesía que vos merecéis y que lindas doncellas que allí se solazaban alegres
os agasajaron con deliciosas viandas. Contóme también usted que le rogó al
señor de esos vastos dominios que le nombrara caballero, y que ese buen señor
se prestó a vuestra petición mandando tocar el cuerno a un enano sirviente para
que de todos fuese sabido que se acercaba una ceremonia importante y que no
sólo le dio un buen yantar sino que le aconsejó de velar las armas en el patio.
Cosa que vuestra merced hizo. Y que antes de darle el espaldarazo tuvo que
luchar mi señor contra algunos indeseables que intentáronle robar sus armas. Y
que desde entonces ya no es Alonso, sino Don Quijote de La Mancha , noble hidalgo
caballero. ¿Qué le ocurre, mi señor, acaso el golpetazo del gigante nubló todos
sus recuerdos?
Como fuere que Alonso miró
perplejo al labriego este dijo, y no se sabe por qué, que por la noche todos los gatos son pardos y
que no hay mal que por bien no venga.
Llegado a este punto de la
plática y comprobando Don Alonso que tal despropósito no iba por buen camino o
tan siquiera por ninguno, decidió poner punto y final a tan absurda escena y
acompañando al labriego hasta la puerta anuncióle así:
—Sabed, buen hombre, que
vuestra lengua y la mía fluyen como dos ríos paralelos que nunca se juntarán en
ningún punto de su orilla y que por mucho que dialoguemos no llegaremos a
entendimiento alguno. Vos, hombre rudo, apoyáis todo vuestro discurso con
extrañas muletillas que no entiendo ni comparto, pues de noche todos los gatos
no son pardos, que algunos son blancos como el armiño y los males cuando
acechan no vienen con ningún bien escondido entre sus fauces malignas. Por eso
os convido, servil jornalero, a marchar con dios y os aconsejo que os olvidéis
de todas esas extrañas historias de caballerías que os han echado a perder el
juicio. Montad en vuestra vieja mula y volved a vuestro melonar y olvidaos de
esa ínsula inalcanzable. Aceptad que sois pobre y lo seréis toda la vida.
Y ansí, de este modo y no de
otro, fue como Alonso Quijano despidió al bueno de Sancho Panza, que quedó a
todas luces desolado. Tal fue la decepción del labriego que en llegando la
noche decidió a la sazón realizar el mesmo sus sueños de grandezas y
enfrentarse en soledad a todos los gigantes venideros. Como su esposa era una
mujer muy gorda y muy fea y ese entuerto no había manera de desfacerlo imaginó
una hembra de todo punto exquisita para investirla en su dama y así fue como
nació Tolobea del Donoso, nombre por lo demás muy parecido al de la dama de su
antiguo señor don Quijote. Y aunque su mula no alcanzaba el prestigio del rocín
de su amo, que aunque hético y enjuto andaba más alto en la pirámide de la
nobleza animal, pensó en buscarle un nombre que importancia le diera luego al
correr, más bien trotar, en el transcurso de la batalla. Y así fue que la
bautizó como la Jumentosa.
En teniendo todo preparado para
partir se le ocurrió la feliz idea de acudir antes a su señor para que este le
armara caballero, que no conocía Sancho a nadie más cursado para realizar tal
menester. Coligiendo pues que más valía malo conocido que bueno por conocer
montó sobre su mula Jumentosa y volvió a la casa de su antiguo amo. No fue sino
poner los pies allí que escuchó voces y gritos provenientes de una voz
desconocida. La voz decía así:
—Alonso, no creo que entendáis
el alcance de vuestra rebeldía. Loco os creé y loco deberéis estar durante toda
esta novela, que no es vuestra ¡Que es mía! Como personaje principal os ordeno
que os dejéis llevar por la sinrazón. No luchéis contra la locura que yo no os
hice para luchar contra ella, sino contra molinos, arrieros y clérigos y para
que vierais en humildes cabreros a gente de bien con quien sentarse a yantar
queso y bellotas ¿No veis lo que ha sucedido? ¡Ah ingrato! Pues ni más ni menos
que vuestra recuperada cordura ha desnivelado la historia y los cuerdos y
sensatos han debido tomar vuestro papel de orate para equilibrar la armonía de
mi historia, pues de todos es sabido que en el mundo hay cuerdos y locos y ni
todos pueden estar locos ni todos cuerdos. Pero el que estaba loco no puede
volverse cuerdo.
Miguel de Cervantes daba
vueltas en el aposento con las manos agarradas tras la espalda como animal
enjaulado echando espumarajos por la boca. Alonso mirábale con espanto cuasi
oculto tras las cortinas. En un arranque de valor díjole así:
—¡Eh tú, quienquiera que seas,
atrevido caballero, ahora mesmo os ordeno que salgáis de mi casa! So pena de
ser lanzado a la calle como un perro por mis criados. ¿También vos estáis loco
acaso? Si no os marcháis…
—¿A quién llamarás si no me
marcho? ¿Al gallardo Sancho Panza para que os saque de este entuerto?... ¡Ah
desgraciado! ¿No entendéis que sois y seréis el mejor personaje de toda la
historia de la literatura? Os he inventado loco y soñador, sí, pero os he hecho
así para que viváis una vida diferente al resto de todos los personajes
existentes y por venir ¿Acaso pensáis que todos los personajes tienen esa
suerte? Nunca más un hidalgo batallará contra molinos de viento creyendo de
corazón que se trata de una cohorte de gigantes furibundos. ¿Por qué queréis
estar cuerdo? Dejad eso para los demás, para los aburridos, para los conformes.
Y dejad que el pobre de Sancho Panza recobre su papel de escudero parco y
refranero, que él no fue escrito para plantar batalla, ni para discernir, ni
para bien hablar. ¿Y qué me decís de vuestra amada la sin par Dulcinea del
Toboso? ¿No entendéis acaso que con vuestra actitud hacéis peligrar la mejor
historia de amor?
—¡No sé quién sois y no
entiendo nada de lo que decís! ¡Sobrina! ¡Sobrina!—chilló Alonso respirando con
dificultad.
A los gritos de Alonso acudió
no solo la sobrina sino también el barbero, que andaba practicando una sangría
a uno de los sirvientes.
—¿Qué acontece? ¡Esos
gritos!—dijo el barbero.
—¡Amigo! Que dice este canalla
que el día que transcurre, que el sol que alumbra en el cielo, que nuestros
latidos y nuestra sangre son obra de él. ¡Loco! ¡Estáis todos locos y yo soy el
único cuerdo! ¡Locos! ¡Locos! ¡Lo…cos…lo…
Desta manera el pobre Alonso
agarróse el corazón y con los ojos desencajados deslizóse poco a poco hasta el
suelo; en llegando y a medida que se le nublaba el pensamiento con una especie
de sustancia lechosa fue recordando de pronto los caminares garbosos de su
amada Dulcinea, la profunda negrura de sus ojos y la palidez de su cuello largo
como un cisne.
A punto de expirar y levantando
su descarnado dedo dijo así:
—¿Eso que se ve a lo lejos no
son gigantes, amado Sancho? Dadle fuerza a mi corazón avasallado, amada
Dulcinea, para librar esta batalla.
"Pedazo" de deconstrucción de El Quijote, el mundo al reves, la locura retorna a la razón, para mostrar, desde muchos ángulos la imposición del autor para con su personaje.
ResponderEliminarMe encantan estos relatos que giran completamente la trama, haciendo valiente al cobarde, cuerdo al loco, hábil al patoso, y cruel al bondadoso.
El uso de castellano antiguo, le confiere aún más profundidad, creo yo, pues te sumerge más aún en la épica lucha del personaje por no sucumbir a los influjos del malvado autor-escritor... ^^
Me encanta ver que hay tanta gente enferma en el mundo. me encanta!! jajaja
Un abrazo enorme!! Bravo!!