martes, 21 de junio de 2016

La increíble historia de Albert Camus

Por Carmen Gutiérrez.     

     —Tranquila, vengo a ayudarte le dije cuando me distinguió en la penumbra.
   
     Abrió más los ojos y trató de moverse. Me acerqué a su cama. Su habitación era casi una copia de la mía. Ropa tirada en el suelo, libros en el tocador, un aparato de música en una repisa, el teléfono celular en la almohada y un montón de objetos personales desperdigados en la mesa de noche. Había observado esa recamara a través de un telescopio en el edificio de enfrente y nunca me percaté de esas pequeñas similitudes. Quizá porque la mente esta entrenada para encontrar diferencias. El tono rosa pastel de las paredes había sido como una bofetada, los posters de películas románticas me hicieron dudar. Pero después de mucho observarla me di cuenta de que mis paredes blancas y mis cuadros de acuarela estaban dispuestos casi de idéntica forma a los suyos, lo que me llevó al siguiente paso: Intrusión.
Busqué la silla que había visto y la coloqué al lado de la cama dejándome caer en ella. Luisa me miraba espantada pero no se movía. No podía.

     Te juro que sólo quiero ayudar aseguré, y dentro de poco sabrás a qué he venido.

     De mi mochila saqué una linterna y el folio con copias de un libro, cuyo original se perdió hace muchos años y del cual solo quedaban esas fotocopias de fotocopias de fotocopias. Me senté en la posición de flor de loto, tal y como se lo había visto hacer durante las noches en que estuve espiándola.

     —Todo esto es culpa de Alberto Camus le dije mostrando la portada de las copias, pero antes de decirte por qué, debemos establecer comunicación. Sé que no puedes moverte, así que parpadea dos veces seguidas para decir , y una para no. Si quieres más información trata de hacer bizcos, voy a apuntarte con la linterna para verte, porque si prendo la luz te dolerá la cabeza. ¿Entendiste?

     Doble parpadeo.

     —Perfecto. Lo que te pasa es que sufres de Parálisis del sueño, pero esto ya lo sabías. Me di cuenta por la cantidad de pastillas que tomas, las clases de yoga y la música clásica que escuchas. Sí, te he estado vigilando pero ya  te digo que es por culpa de Alberto Camus.

     Bizcos.

     —A eso voy. No es por el hecho de que hayas leído “El Extranjero”, lo vi en tu mesa cuando entré. Aunque estarás de acuerdo conmigo en que si el protagonista hubiera ido a terapia le habrían diagnosticado una sicopatía de las buenas. Deja de hacer bizcos, ya llego al punto. El caso es que Alberto Camus falleció en un accidente de auto en mil novecientos sesenta y, en mil novecientos sesenta y uno, su editorial publicó con su nombre un ensayo llamado “La Pesadilla”. La versión oficial dice que el manuscrito se encontró entre las cosas personales del autor y la editorial decidió hacer la publicación a modo de homenaje póstumo. ¿Te suena?

     Un parpadeo.
     —Me lo imaginé. En mil novecientos sesenta y dos, la Universidad de Navarra publicó parte de este ensayo en la revista de neurología universitaria y se propagó por el mundo como un hecho. En mil novecientos sesenta y cuatro, la Universidad de Oxford desacreditó el ensayo basándose en pruebas meramente científicas y con datos “comprobables”. Los detractores de Camus entre ellos un patán de nombre Sartré se mofaron del pobre escritor fallecido y de paso ridiculizaron a la comunidad médica por tomarse a pecho los desvaríos de un pobre idiota.  Pero eso no es por lo que estoy aquí, no soy una gran fan de ese escritor ni voy a matarte en su nombre.

     Bizcos.

     —Escucha esto abrí el folio en la primera página marcada con una notita amarilla y leí, “El paciente que sufre de la parálisis de sueño es bombardeado por corrientes eléctricas cerebrales durante el descanso, esto debido a que el cerebro de dichos pacientes está en constante evolución, en un proceso idéntico al que sufre el recién nacido al comenzar a desarrollar las habilidades que le permiten convertirse en un ser independiente. El cerebro de los pacientes con PdS no deja de evolucionar, por lo mismo es frecuente encontrar que los afectados se dediquen al arte o tengan habilidades especiales para el proceso creativo.” ¿Te dijo eso tu médico?

     Parpadeo.

     —Camus dice, entre otras cosas, que “la PsD otorga o incrementa habilidades inútiles, en su mayoría artísticas, a partir de la primera manifestación, llegando a la perfección en etapas avanzadas del trastorno.” En mi caso no duermo una mierda, pero pinto mejor de Miguel Ángel solté una risita.

     Bizcos.

     —Lo sé, lo sé dije tratando de calmarla. Te he escuchado cantar. Lloré el otro día cuando cantabas el Ángelus, lloré porque tienes la voz más hermosa que he escuchado, lloré porque supe que eras la indicada, lloré por lo que hemos sufrido y por lo que aún te falta sufrir. Pero deja que te lea esta parte: “El trastorno se puede clasificar en las siguientes etapas:
1.- Parálisis transitoria: el paciente no puede moverse a pesar de estar consciente pero recupera el control al cabo de unos minutos.
2.- Parálisis de miedo: el paciente ve y escucha a seres de sombras que le acosan e incluso llegan a hacerle daño. Estos seres se alimentan del terror del paciente y cuando aparecen, el paciente puede tardar hasta una hora en recuperar el control de su cuerpo.
3.- Parálisis etérea: el paciente busca como defenderse y provoca un desdoblamiento, en el cual puede verse a sí mismo y lo que pasa en la habitación desde ángulos externos. Algunos pueden incluso salir de su casa dejando el cuerpo detrás. Hay casos en los que se registran horas perdidas en este trance.
4.- Parálisis contagiosa: Un paciente en el nivel cuatro de la enfermedad, puede llegar a contagiar a otros son el simple hecho de contar a alguien más su sufrimiento. No todas las personas se contagian, pero está registrado que las personas creativas son más susceptibles a adquirir este trastorno.
5.- Parálisis dimensional: En este punto el paciente pierde toda facultad de movimiento de su cuerpo y puede morir de inanición. Su mente, sin embargo, llega a perderse entre las dimensiones y su comprensión de la existencia llega a ser tan amplia que su cuerpo no puede acatar esa grandeza y evita que el paciente recupere su cualidad corpórea.” ¿Entiendes?

     Doble parpadeo.

     —Por lo que he podido observar, estás pasando a la etapa dos. A veces los ves y a veces no, ¿cierto?

     Doble parpadeo.

     —Va a llegar el momento en que los veas cada noche, Luisa. No debes tener miedo. Ellos seguirán viniendo siempre que te noten espantada. Entre más terror sientas, más fuertes de hacen y te harán pasar a la etapa tres. Ojalá hubiera yo tenido a alguien que me dijera esas cosas. Pero yo lo descubrí muy tarde.

Bizcos.

     —¿Ves estas cicatrices? me apunté a la cara con la linterna. A mi padre se le ocurrió quedarse dormido con un cigarro encendido. Él murió en su cama, calcinado. Mi hermana salió a pedir ayuda cuando las llamas alcanzaron el pasillo, pero yo… no podía moverme. Estaba en la etapa tres y había decidido que quedarme en la habitación viéndome dormir era muy aburrido, así que dejé que mi espíritu vagara un poco por el tejado, es una sensación liberadora dejar que las cosas fluyan a través de ti, puesto que tu cuerpo está en la cama pero al mismo tiempo puedes moverte por donde quieras… El ardor me hizo regresar a mi recamara. Las llamas me rodeaban y mi pijama estaba encendiéndose. Pero no podía entrar en mi cuerpo a pesar del dolor. Me vi a mi misma viéndome aterrada, mi mirada de angustia, mi grito silencioso pero no podía recuperar el movimiento y huir. Un vecino me sacó en brazos pero mi cuerpo ya estaba muy quemado.

     Bizcos.

     —Soy etapa cuatro ahora. Alguien me habló del libro, así como lo estoy haciendo contigo, hace casi un año. Ese alguien me siguió durante meses, se metió en mi cuarto y me ayudó como ahora trató de hacerlo contigo. Pero ya era muy tardé. Había estado enamorada de un compañero de mi clase de pintura. Tuvimos sexo algunas veces y una noche le conté de mi trastorno. ¿Entiendes?

     Doble parpadeo.

     —Comenzó a sufrir de lo mismo. Me repudió, dejó de ir a clase y a los pocos meses terminó suicidándose. Cuando ese alguien se coló en mi habitación para darme “La Pesadilla” hacía un mes que Pedro había fallecido.

     Doble parpadeo.

     —Gracias. Ahora regreso a Camus, ya que aún no puedes moverte. El libro tiene la cura.

     Bizcos.

     —Así es. El capítulo final describe paso a paso el modo de curarse. Pero ya lo leerás, te dejaré mi copia. El alguien que entró en mi habitación no se había curado y no sé qué pasó con él. Solo me dejó las copias y me explicó algunas cosas. Escucha esto abrí el folio en la siguiente notita amarilla y leí, “No digas nada o contagiarás a alguien. Busca a tu igual fuera de la zona donde vives. Cuando viajes, abre bien los ojos, busca a los que son como nosotros y escoge a alguno para que le des la copia del libro y el remedio y olvídate de esa persona. Nunca se lo des a alguien que viva cerca de ti.” Esto lo escribió alguien al margen de la página 50. Es un resumen del punto que se trata en esa hoja. Lo que me hizo llegar a la conclusión de que la editorial equivocó por completo al publicar el manuscrito a nombre de Albert Camus, creo que el autor sufría de PdS alguna persona le hizo llegar este manuscrito y por eso lo tenía. ¿No crees?

     Doble parpadeo.

     —En fin. Te encontré porque vine de vacaciones a Guadalajara y te escuché cantar en el templo del Refugio. Te investigué y comencé a seguirte; no sólo te delató la voz, amiga mía. Los que somos PdS caminamos entre los normales con el signo de Caín. El cabello sin arreglar, el caminar cansado, la mirada hundida y los labios apretados nos delatan. He ayudado a dos personas antes de ti y he seguido las reglas. Pero contigo, Luisa, he tenido la suerte del mundo. Eres mi igual.

     Bizcos.

     —Bueno, yo también me llamo Luisa, tu habitación es casi una copia de la mía. Soy huérfana, como tú, he vivido en la misma ciudad toda mi vida, mi hermana también trabaja para el gobierno y sobre todo… me acerqué la luz a los ojos también tengo heterocromía. Mi ojo derecho es color gris y el izquierdo café. Como los tuyos.

     Doble parpadeo.

     —Es curioso ¿verdad? Bueno, cuando leas el libro entenderás muchas cosas y quizá puedas perdonarme este gesto tan rudo. No me volverás a ver y no podrás encontrarme. Tienes que buscar a tu igual para poder curarte, pero no soy yo. Lo sabrás cuando lo encuentres.


     Bizcos.

     —No, amiga, no estoy segura de que la cura sea definitiva y no me comunicaré para decirte si funciona o no. No llores. No hay nada que agradecer. Si lo logras y funciona debes pasar la voz, debes ayudar a otros. Ya me voy, veo que estas por recuperar el movimiento y debo desaparecer, pero antes me disculpo de nuevo por entrar así y me disculpo de antemano por esto saqué unas tenazas de mi mochila, y antes de que pudiera reaccionar le corté el dedo meñique, lo metí en una bolsita de plástico y lo guardé junto con las tenazas.

     Me miró sorprendida y un grito de dolor se atoró en su garganta. Eché un vistazo rápido alrededor para no dejar evidencia, me pare en el quicio de la ventana y me volví.

     —Eres cantante, no necesitas este dedo. —dije a modo de despedida y me fui.

De eso hace ya más de dos años. No me arrepiento y no puedo decir lo que hice con su meñique… Sólo puedo decir, que la cura funciona.   

     Luisa Félix
  


*Alberto Camus no tiene ningún libro publicado llamado “La pesadilla”, este fue inventado por el autor para darle cierto toque de realidad al relato y pide de antemano disculpas por usar el nombre de un autor reconocido para este pequeño ejercicio. (Nota del autor)

Consigna: 
 Sufre de "parálisis del sueño" y lo que va a narrar es una de las tantas experiencias que tuvo.

        

No hay comentarios:

Publicar un comentario