miércoles, 17 de agosto de 2016

La lluvia y el lago.

Por Leo Lamas.

Para
Ana,
Cuando leas esto lo más probable es que ya este con los pulmones llenos de agua, ahogada en el lago en el que solíamos nadar cuando niñas. Ese que se encontraba al final del camino marcado por el abuelo para nosotros.
Oh mi querida Ana, lo lamento tanto. No puedo evitar derramar una lágrima mientras escribo esto. Mi cabeza está inundada por el dolor y la nostalgia. Me duele tanto, pero tanto.
¿Recuerdas a Esteban?¿ El hombre que me conquisto con palabras hermosas y promesas imposibles? Pues volvió, ¡Volvió por mí! Él estaba prometido a otra mujer de grandes riquezas, miles de propiedades y un futuro próspero. Pero decidió volver a reclamar mi amor, que según él, todavía le pertenece.
Han pasado tres años desde la última vez que nos vimos, aquella horrorosa noche donde las lágrimas se escondían en la lluvia. Fue allí donde me conto toda la verdad. Él ya estaba comprometido y yo fui solo un entretenimiento, un objeto, carne. No creí en el amor hasta que al  año siguiente Daniel, mi marido, mi amante, mi amigo, apareció en mi vida.
Con el viví los que hasta ahora fueron los pocos momentos más cortos de mi vida. ¡No logro entender, mi querida Ana, como fui tan tonta!
Anoche, mientras leía a la luz de las velas alguien toco a mi puerta. Era Esteban. Empezó a proponerme cosas que alguien común consideraría como locuras. Me dijo que quería escaparse conmigo, irse del país, dejar todo atrás. No pude decir nada. Mejor dicho, no me dejo decir nada. Se lo veía tan emocionado, tan seguro de sí mismo. Tomo mi mano y entro a la casa para tratar de convencerme. Las velas y la noche fueron suficientes para avivar la pasión, querida Ana. Sucedió lo que no debía suceder. Cuando despertamos, Daniel estaba allí, mirándonos con cuchillo en mano. El momento en el que se agacho y clavo el cuchillo en el pecho de Esteban fue instantáneo. Estaba asustada, no podía quitar de la sangre que emanaba a chorros de la herida. Daniel se fue corriendo, y que tonta habré sido para seguirlo y ver que con el mismo cuchillo se quitaba la vida en el establo detrás de la casa, clavándoselo en el estómago en una suerte de último acto de honor. Cambie amor por lujuria, Ana, y sé que debo pagar por mi pecado. ¿Recuerdas la cuerda con la que los peones pescaban en el lago? Ahora mismo está llena de piedras para que no se la roben. Atare la punta a mis pies y me dejare llevar por el agua. La red soportara el peso de las piedras, estoy segura. Lamento si algunas palabras no se entienden, puedo ver que las lágrimas están borrando algunas. Eso es, Ana. Deja que las lágrimas se oculten, deja que se escondan en el fondo del lago, deja que la lluvia se ponga celosa.
Quédate con esta carta, querida Ana. No olvides nunca el amor que me condeno. No olvides nunca que te amo.
                                                                                                                                           Helena.

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