martes, 20 de septiembre de 2016

Cuando el silencio habla


     Cuentan los que cuentan (y así me lo contaron a mí) que hace cientos de años en un lugar donde hoy encontramos a Perú, Bolivia y Chile vivía a orillas del lago una tribu liderada por el cacique Rimach. Era un pueblo que se dedicaba a la caza y la recolección de alimentos. Entre las mujeres de la tribu había una bella y humilde muchacha que estaba secretamente enamorada del hijo del cacique. Ella no sabía que su amor era correspondido por el valiente Hakan. La joven era pretendida por otro miembro de la tribu: Quri, quien era holgazán y pendenciero. Quri intentaba atraer a la doncella con obsequios, chucherías que robaba  como alguna manta o ropas que hilaban su madre y hermanas. Mas el corazón de Killa (tal era el nombre de la indiecita) ya tenía dueño, lo cual enfurecía a Quri.
     Cierto día corrió en la aldea el rumor de que los dioses habían enviado un castigo divino, el hombre blanco acechaba el territorio dispuesto a acabar con ellos. El terror se apoderó de los aborígenes que se pusieron en alerta para defender su pueblo y sus vidas. Fabricaron más lanzas y más arcos y flechas preparándose para un inminente ataque.
     Pero un día se declaró en el pueblo una epidemia de fiebre que nadie sabía cómo curar. Quienes caían víctimas de la enfermedad deliraban hasta la muerte. Luego se supo que era una de las extrañas pestes que trajeron los europeos con el desembarco. Hakan, el hijo del cacique, cayó preso de esta enfermedad. El joven ardía de fiebre noche y día y su cuerpo se debilitaba cada vez más. El corazón de Killa se estrujó de dolor y una mañana salió de la aldea dispuesta a ayudar a Hakan.
     Caminó un día entero por el bosque, trepó la montaña lastimándose los brazos y las piernas pues la layqa, la hechicera del pueblo, le había dicho que el joven solo podía curarse con una infusión hecha de unas flores rojas que crecían en la cima de la montaña.
     Cuando la joven regresó el cacique salió a su encuentro, ella llegaba a su casa con la infusión ya preparada. El cacique sabía del amor de Hakan por la muchacha, pues en sus delirios no hacía más que nombrarla. Pasaron los días y el joven fue recuperándose con el brebaje que le llevaba Killa. Rimach miró con beneplácito el amor de la pareja.  Agradecido a la pequeña Killa que había salvado la vida de su hijo y primorosamente lo había cuidado, anunció que pronto se celebraría la unión entre ellos.
     Esto enfureció a Quri que corrió por los bosques con su sed de venganza, dispuesto a traicionar a su tribu. Se encontró a escondidas con los españoles que ansiaban el dominio de las tierras y selló con ellos un sucio trato. Los europeos le prometieron riquezas y, por supuesto, capturarían a Killa y se la entregarían. A cambio de esto Quri les enseñó las armas con las que contaba su pueblo y les mostró el terreno que ellos desconocían. Como se comunicaban por señas y algunos ideogramas todas estas tratativas llevaron bastante tiempo ya que no hablaban el mismo idioma.
     Mientras tanto a Quri no se le agotaba el ansia de derrotar a su rival. ¿Será que acaso la sed de dominio es más poderosa que la de libertad? ¿En qué momento se instala el odio en el ser humano? ¿Es innato o va surgiendo como respuesta a estímulos que le provocan contrariedad? ¿Cuándo germina la semilla del odio al punto de desear la muerte de sus propios hermanos?
     Quri habló con la gente de la aldea, con aquellos a quienes era más fácil de convencer, ya sea por su ignorancia o por no estar de acuerdo con la política del cacique. A ellos les habló de un futuro mejor que llegaba como un don de los dioses de manos de los europeos. A escondidas, armó un pequeño ejército para aliarse a los españoles.
     Así es como donde un sector del pueblo veía a los europeos como una amenaza, otros veían una oportunidad de progreso.
     Cuentan los que cuentan que el hombre blanco había recibido la certera información de que la tribu liderada por Rimach era belicosa y tendrían que pasar por sus cadáveres para poder emprender en esas tierras la búsqueda del oro que estaban llevando a cabo por todo el continente.
     Cierto día se produjo el inminente enfrentamiento y las aguas del lago se salpicaron de rojo. Fue una lucha despareja sin ninguna duda. Pero los guerreros de la tribu defendieron sus tierras y sus mujeres con toda la fuerza de la que fueron capaces.
     Aunque el reflejo del sol enceguecía sus ojos cuando miraban las brillantes armaduras, aunque sus arcos y sus flechas y aún sus lanzas no podían atravesarlas. Aunque el rugido de las extrañas bestias que montaban los aterrorizaba. Aunque eran pocos, muy pocos porque una epidemia había ya matado a gran parte de la población. Aunque los blancos contaban con más experiencia porque guerreaban desde la antigüedad. Aunque el ruido de las armas de los europeos atronaban sus tímpanos. Lucharon en una guerra desigual, lucharon contra el castigo que habían enviado los dioses sin tener muy en claro el porqué. Así fueron sometidos, destruyeron sus costumbres y religión por la sed de sangre y de dinero.
     También lucharon entre hermanos, los que Quri había reclutado por despecho.
     La joven Killa lloró mucho tiempo la muerte de Hakan, ella fue tomada prisionera junto a otras mujeres de su tribu y junto a Quri. El traidor quiso su recompensa y ¡vaya si la tuvo! Ante sus ojos vio cómo un hombre blanco envuelto en vahos de alcohol violaba a la indiecita. Desesperado e hincando los dientes en las sogas que amarraban sus manos, se soltó y se tiró sobre el hombre blanco. Fue lo último que hizo, recibió un disparo en sus espaldas y cayó muerto.
     Cuentan los que cuentan que Killa tuvo hijos de hombres blancos (de varios, por cierto) y que a sus hijos los trataron con algunos privilegios por ser hijos de padres blancos. De ella se dice que la sometieron a la esclavitud y allí se pierden los datos.
     Cuentan los que cuentan, así me lo dijeron, que debo seguir contando esta historia porque todos los testimonios que existen solo pertenecen a los europeos, ya que los aborígenes desconocían la escritura. Y que debo seguir contándola para que quede en la memoria de la humanidad. Pero por sobre todo, en la memoria de mi gente que hoy en día transita el camino de la extinción y el olvido.
     Así me contó esta historia mi padre y a él el suyo y así sucesivamente. Así también se la contaré a mis hijos porque llevo en mi sangre un poco de la sangre de Killa y de un pueblo que luchó por ser y no pudo.


– FIN –

Consigna: Escribir un relato bélico.

1 comentario:

  1. Un relato excelente, con un tono de leyenda y aunque los personajes sean ficticios, el fondo histórico es cierto.
    Me gustó mucho.
    Saludos.

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