miércoles, 1 de marzo de 2017

El trastero

Seudónimo: Kalrathia
Autor: Robe Ferrer

Como cada tarde, Jake se sentó en el banco a esperar. Llevaba dos meses vigilando a aquel hombre. Su mujer sospechaba que tenía una aventura extramatrimonial, por eso había contratado sus servicios.
Necesitaba capital y nunca decía que no a un encargo de aquellas características. Suponía un dinero fácil. El cliente le entregaba datos y fotos de la persona a vigilar y él se limitaba a seguirla. En una semana, o poco más, tenía un elaborado dossier sobre las actividades que el interesado suponía que tenía su pareja y caso resuelto. Él recibía aquella pasta gansa cuando el cliente confirmaba (o desmentía) sus sospechas.
Sin embargo, en esta ocasión no había resultado tan sencillo. Había esperado al marido a la salida del trabajo y lo había seguido hasta una nave de trasteros y guardamuebles de alquiler.
Cuando quiso entrar al interior, el vigilante se lo impidió argumentando que solamente podían entrar quienes tuviesen un habitáculo registrado a su nombre o fueran con una orden judicial para inspeccionar alguno de ellos en concreto. Como no tenía ni una cosa ni la otra, no pudo pasar.
Al poco alquiló un trastero para poder entrar en la nave, pero fue inútil porque cada pequeño almacén era independiente de los demás y la forma de acceso a cada uno era única e independiente del resto. Solo el propietario, mediante una llave especial, podía llegar hasta la puerta correspondiente.
Había intentado hacerse el encontradizo con él. Había contactado por una red social simulando ser un antiguo compañero de colegio y hasta había preguntado en el entorno laboral, pero nada. No había conseguido ningún dato adicional. Su vida fuera del hogar y el trabajo era demasiado hermética. Nadie sabía lo que hacía desde que entraba a aquel almacén hasta que volvía a salir, varias horas después, para regresar a su hogar.
Jake también vigió varios días los trateros tanto antes de la entrada del marido como después de su salida. Permaneció sentado en el coche durante horas sin ningún resultado positivo.

Su cliente estaba impacientándose por la falta de noticias que confirmaran sus sospechas o que las descartaran de una vez por todas. Él siempre le decía lo mismo, que tarde tras tarde salía del trabajo y se dirigía hacia aquellos almacenes. Entraba, permanecía algunas horas y salía de nuevo para regresar a casa. La mujer, cansada de oír todas las semanas lo mismo, le había dado un último plazo. Tenía otra semana más para averiguar qué hacía su marido en aquel lugar.

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