miércoles, 1 de marzo de 2017

La casa de las muñecas

Seudónimo: Pandemónium
Autora: Yolanda Boada Queralt

Él ha llegado esta tarde con dos regalos. El más voluminoso, envuelto en papel de colores y con un enorme lazo rosa, venía en la parte trasera de la carreta. Dos criados han transportado el bulto hasta el salón. El pequeño —más importante— lo llevaba escondido en uno de los bolsillos del chaleco, cerca del corazón. «¡Ven a abrir tu regalo, mi niña!», ha exclamado mamá, con las mejillas más encendidas de lo normal. He arrancado aquel ridículo lazo y he rasgado el papel con rabia. Una casa de muñecas. «Es una réplica de esta mansión. La ha construido un artesano siguiendo mis indicaciones», ha comentado él, contemplando a mamá con los ojos brillantes. Ha sido entonces cuando ha rebuscado entre sus ropas y una cajita ha aparecido en su mano. Mientras se declaraban amor eterno y se besaban, mis manos de niña se han cerrado con tanta fuerza que las uñas han lacerado las palmas. Me he asomado a una de las ventanitas de la casa para ocultar las lágrimas y he distinguido una miniatura exacta de mi lecho infantil.
Más tarde, después de que hubieran acomodado la casa de muñecas en mi habitación y todos regresaran a sus quehaceres, he oído ruidos provenientes de la habitación de mi madre. He salido al corredor y me he acercado a su puerta. Susurros y risas sofocadas. Gemidos. Sintiéndome incapaz de soportarlo, y al mismo tiempo incapaz de resistirme, les he espiado. He visto cómo el cuerpo de mamá se arqueaba en pleno éxtasis y cómo un hilillo de saliva escapaba de entre sus labios entreabiertos. Y cómo él aumentaba el ritmo de sus embates y le aferraba los pechos.
Allí parada les he detestado profundamente... Casi tanto como me aborrezco a mí misma.
Nunca seré como mamá. Jamás tendré el cuerpo de una verdadera mujer, un cuerpo que los hombres desearan acariciar y poseer. Soy una mujer atrapada en un cuerpo de niña. Un bicho raro. Un monstruo.
Mamá, siempre tan preocupada por las apariencias, hace años que decidió convertirme en su «muñequita eterna» —mucho mejor eso que explicar a la gente que, en realidad, ya he cumplido los veinte—. Me viste y me habla como a una cría y, estoy segura, la mayor parte del tiempo cree que lo soy.
Ya no soporto esta farsa.

* * * (...) * * *

—¿Falta mucho? —preguntó Sergio desde el asiento trasero. Carmen bostezó. Roberto roncaba.
—No —respondió Ángela sin apartar los ojos de la carretera—. Tras la próxima curva ya podréis ver el caserón.
Raúl estiró sus casi dos metros de altura y se golpeó contra el techo del vehículo.

—¡Ya veréis qué buenas historias nos inspirará este lugar! Afilad los lápices —dijo Ángela—. En sus tiempos fue una hermosa mansión, pero luego la reconvirtieron en escuela. Lleva años abandonada. En el pueblo la llaman «La casa de las muñecas» y dicen que está maldita. Algunos afirman haber visto el fantasma de una niña cubierta de sangre...

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