miércoles, 17 de mayo de 2017

La casa de las muñecas (resultado final)

Por Yolanda Boada Queralt

       Él ha llegado esta tarde con dos regalos. El más voluminoso, envuelto en papel de colores y con un enorme lazo rosa, venía en la parte trasera de la carreta. Dos criados han transportado el bulto hasta el salón. El pequeño —más importante— lo llevaba escondido en uno de los bolsillos del chaleco, cerca del corazón. «¡Ven a abrir tu regalo, mi niña!», ha exclamado mamá, con las mejillas más encendidas de lo normal. He arrancado aquel ridículo lazo y he rasgado el papel con rabia. Una casa de muñecas. «Es una réplica de esta mansión. La ha construido un artesano siguiendo mis indicaciones», ha comentado él, contemplando a mamá con los ojos brillantes. Ha sido entonces cuando ha rebuscado entre sus ropas y una cajita ha aparecido en su mano. Mientras se declaraban amor eterno y se besaban, mis manos de niña se han cerrado con tanta fuerza que las uñas han lacerado las palmas. Me he asomado a una de las ventanitas de la casa para ocultar las lágrimas y he distinguido una miniatura exacta de mi lecho infantil.
Más tarde, después de que hubieran acomodado la casa de muñecas en mi habitación y todos regresaran a sus quehaceres, he oído ruidos provenientes de la habitación de mi madre. He salido al corredor y me he acercado a su puerta. Susurros y risas sofocadas. Gemidos. Sintiéndome incapaz de soportarlo, y al mismo tiempo incapaz de resistirme, les he espiado. He visto cómo el cuerpo de mamá se arqueaba en pleno éxtasis y cómo un hilillo de saliva escapaba de entre sus labios entreabiertos. Y cómo él aumentaba el ritmo de sus embates y le aferraba los pechos.
Allí parada les he detestado profundamente... Casi tanto como me aborrezco a mí misma.
Nunca seré como mamá. Jamás tendré el cuerpo de una verdadera mujer, un cuerpo que los hombres desearan acariciar y poseer. Soy una mujer atrapada en un cuerpo de niña. Un bicho raro. Un monstruo.
Mamá, siempre tan preocupada por las apariencias, hace años que decidió convertirme en su «muñequita eterna» —mucho mejor eso que explicar a la gente que, en realidad, ya he cumplido los veinte—. Me viste y me habla como a una cría y, estoy segura, la mayor parte del tiempo cree que lo soy.
Ya no soporto esta farsa.

* * * (...) * * *

—¿Falta mucho? —preguntó Sergio desde el asiento trasero. Carmen bostezó. Roberto roncaba.
—No —respondió Ángela sin apartar los ojos de la carretera—. Tras la próxima curva ya podréis ver el caserón.
Raúl estiró sus casi dos metros de altura y se golpeó contra el techo del vehículo.
—¡Ya veréis qué buenas historias nos inspirará este lugar! Afilad los lápices —dijo Ángela—. En sus tiempos fue una hermosa mansión, pero luego la reconvirtieron en escuela. Lleva años abandonada. En el pueblo la llaman «La casa de las muñecas» y dicen que está maldita. Algunos afirman haber visto el fantasma de una niña cubierta de sangre...

* * * (...) * * *

Por Nieves Muñoz

—¡Ya están aquí! —La niña palmoteó y el lazo azul que adornaba su cabello se agitó con violencia. Volvió a mirar por la ventana de la buhardilla. El rumor a su espalda subió de volumen hasta que se giró y su ojos centellaron—. ¡Silencio, criaturas incompletas! Solo a mí se me ha dado la oportunidad de ser. ¡No sois dignos! —Sus zapatitos de charol resonaron contra las tablas mientras recorría la estancia. Las jaulas temblaban por la ira de los que allí estaban encerrados. La mujer de metal se acurrucó contra los barrotes cuando la niña le dirigió una mirada torcida; el hombre de la corbata quiso decir algo, pero no le salieron las palabras; un recién nacido berreó y en la jaula de al lado se escuchó el chapoteo ahogado del náufrago. Los cuervos revolotearon con sus chillidos nerviosos cuando la niña dio una patada a las cañas esparcidas por el suelo—. ¡Monstruos! Averiguaré con qué hijo de Satanás hizo el pacto la puta de mi madre para dejarme encerrada entre las letras de una historia. Siempre niña… ¡Ja! ¡Eso no me detuvo para darle su merecido! Y ese escritorzuelo tendrá el suyo.

* * * (...) * * *

Por Robe Ferrer

—¿Creías que habíais llegado a esta casa por casualidad? —le preguntó la joven aniñada—. ¡Yo os traje aquí!
La niña le hizo un profundo corte en la mejilla derecha, igual que había hecho antes en la izquierda. Debido a la mordaza de cinta americana, Sergio no pudo gritar.
Los cinco se habían disgregado nada más entrar, en busca del mejor rincón para inspirarse. Ninguno había vuelto a saber de los demás.
—Sé que no fuiste tú el que pactó con mi madre. Eres demasiado mediocre para que tus letras puedan retenerme, pero me dirás quién me atrapó en esta casa. Sergio meneó la cabeza a modo de negación.
La joven retiró la mordaza, pero el chico aguantó el grito. Sabía que en cuanto separara los labios, sus mejillas se desgarrarían hasta las orejas.
Ante este hecho, la falsa niña le atravesó el ojo derecho con un lápiz. El grito, aunque ensordecedor, no se escuchó más allá de las paredes de la vieja habitación.
—Dime lo que quiero saber o morirás desangrado; igual que tu compañero. —Señaló hacia una esquina donde yacía Roberto sobre un gran charco de sangre.
Sergio se desmayó, chorreando sangre por el ojo y las mejillas.

* * * (...) * * *

Por Yolanda Boada Queralt

—Raúl... Raúl pactó con tu puta madre —escupió Roberto, palpándose la cabeza. Sangraba profusamente. Recordó cómo, al entrar en aquella habitación, había encontrado a Sergio atado y amordazado. Al arrodillarse para liberarlo, aquella niña maldita le había golpeado, dejándolo inconsciente. Intentó incorporarse, pero descubrió que también estaba atado.
La niña tiró del lápiz que atravesaba el ojo de Sergio y, con un «plop», el globo ocular emergió de la cuenca, quedando ensartado en el lapicero. Como si de un macabro chupa-chups se tratara, se lo acercó a los labios y lo lamió. Sonrió.
—Si eso es cierto, te recompensaré: morirás el último.
Y, con un movimiento veloz, hundió el lápiz en la cuenca vacía, perforando el cerebro de Sergio.

* * * (...) * * *

—¡Carmen! ¡Mira lo que encontré! —exclamó Ángela. Su amiga, que estaba registrando la habitación de al lado, acudió con premura.
—¡Por Quetzalcóatl! ¡La casa de muñecas!
Ángela abrió unas ventanitas y descubrió un libro.
Una corriente de aire frío invadió la estancia.
Ángela sintió una suerte de descarga que, desde las yemas de los dedos, le recorrió todo el cuerpo. Cayó en un pozo negro y quiso gritar, pero ya no era dueña de su cuerpo.
—Mi viejo Diario...

        Por Carmen Gutiérrez

       Raúl encendió un cigarrillo y dio una calada larga y relajante. Llevaba mucho tiempo en el auto fumando sin parar y escuchando música. Había sintonizado pública pero no funcionaba; encendió su celular y lo conectó al sistema de sonido. Tampoco el teléfono recibía señal pero no le dio importancia. Abrió su cuaderno de notas por enésima vez y leyó lo que había escrito con tinta roja. Era buen material. Sergio había prometido instalar la fuente eléctrica portátil pero ya había tardado mucho, aun así esperaba que la conectara para pasar sus notas en limpio al ordenador y continuar desde ahí.

Se había alejado del grupo sin poder evitarlo. Cuando Roberto sugirió el retiro se sintió agobiado, tenía pesadillas y ataques de ansiedad además sus piernas lo estaban torturando, sin embargo se alegró cuando Ángela sugirió la locación. No había empacado su lapicera ni su cuaderno oficial así que Carmen le prestó el bolígrafo rojo y Ángela el librito negro. Comenzó a escribir desde que salieron de Ciudad Edén, y mientras todos dormitaban en la zona de descanso al lado de la carretera él se dedicó a desarrollar la historia.

En su cabeza comenzó a desempolvarse una historia que no lo dejaba tranquilo. Al llegar y separarse, siguió desenrollando ese hilo argumental. Estaba bien pero tenía el remordimiento de usar el recurso prostituto de meter a sus compañeros en la historia. No le gustaba, le parecía un método facilón y descarado y no podía quitárselo de la cabeza.

La canción cambió y comenzó The poet and the muse de Poets of the fall. Carmen se la había pasado unos días antes. Le pareció irónico el nombre de la banda y la dejó correr mientras escribía.

* * * (...) * * *

Un golpe en la pared estremeció a las mujeres y se acuclillaron por instinto, Carmen buscó en vano un escondite, lo único que había ahí era la casa de muñecas. Ángela se guardó el diario en el bolsillo del pantalón.
Tenemos que encontrar a los chicos —susurró Carmen—. Tengo un mal presentimiento.
Ángela la guió hasta la habitación donde habían estado antes. Se escondieron debajo de una mesa que cubrieron con un mantel raído.
Préstame el diario —dijo Carmen. Con la luz del celular lo revisó—. Si esto es tuyo das miedo, amiga.
Es mi diario pero… —dijo Ángela señalando las imágenes en tinta roja que llenaba las páginas— yo no dibujo tan bien.
La página mostraba a una niña lamiendo lo que parecía una chupa chups pero al observar bien era un ojo en un lápiz. Al lado estaba un hombre, dormido o inconsciente, que usaba sombrero de detective.
Parece Sergio…—dijo Carmen susurrando y dio vuelta a la página, otra imagen apareció: un hombre muy delgado con el torso desnudo y maniatado observaba a la niña mientras gritaba— Este podría ser Roberto…¿no crees?
¿Qué demonios? —Ángela se sentía muy inquieta, quería largarse.
Carmen pasó página y una sola palabra, repetida una y mil veces, escrita con furia en color sangre apareció en el papel: Raúl.
Ángela ahogó un grito de sorpresa y Carmen salió del escondite, temblando y mirando a su amiga con terror, quien no entendía la reacción de Carmen.
¿Qué le hiciste a los chicos, Ángela? —preguntó Carmen temblando.
¿Yo?
Dijiste que es tu diario… ¿Qué le hiciste a Sergio? ¿Y Roberto? ¿Dónde está Raúl?

* * * (...) * * *

Find the lady of the ligth gone mad with the nigth, that´s how you reshape destiny…
Encuentra a la dama de la luz enloquecida con la noche, así es como volverás a dar forma al destino…
La canción era muy buena… jodidamente adecuada… Raúl la puso de nuevo y volvió a la escritura.

* * * (...) * * *

¡No hice nada! —gritó Ángela— ¡Estás alucinando!
No lo noté antes por la oscuridad, pero lo vi cuando te cubriste la boca, si tu no hiciste nada… ¡Entonces explica esto! —gritó Carmen a su vez señalando las manos de Ángela.
La mujer levantó las palmas y a la luz del celular vio sangre entre seca entre las uñas y en las mangas de la chaqueta que se quitó al momento, también tenía la blusa llena de sangre y mugre.
Carmen corrió lo más a prisa que pudo, pero su maldita pierna en recuperación la torturaba con pinchazos de dolor mientras bajaba la escalera. Llamó a  gritos a sus compañeros a pesar de saber que estaban muertos. Tenía que encontrar a Raúl antes que ella.

* * * (...) * * *

In the dead of night she came to him with darkness in her eyes, wearing a mourning grown, sweet words as her disguise…
En lo profundo de la noche ella vino a él con la oscuridad en sus ojos, vistiendo de luto, dulces palabras como disfraz…
Cada vez que escuchaba la canción era más apropiada, la música le llenaba la mente, y la llenaba de palabras; no podía dejar de escribir…y escuchar.

* * * (...) * * *

Carmen atravesó el salón cojeando, buscó su mochila decidida a largarse pero su mente le jugaba malas pasadas.
¡Carmen, no me dejes aquí! —gritó Ángela en la planta alta.
No hizo caso, salió y se dirigió al auto.
¡Raúl! ¡Raúl! ¡Raúl! —gritó desesperada.

* * * (...) * * *

Now, if its real or just a dream the mystery remains, for it’s said in moonless nights the may still haunt this place…
Ahora, si esto es real o solo un sueño el misterio permanece, se dice que en noches sin luna ellos aún embrujan este lugar…
Tendría que agradecerle a Carmen la recomendación. Aun le quedaba mucha historia que desarrollar pero el primer esbozo era prometedor y lo arreglaría con el ordenador. Un golpe en la ventanilla lo sacó de su ensimismamiento  y al girarse se encontró con la cara de Carmen que le gritaba desesperada:
¡Raúl, tenemos que irnos y buscar ayuda!
¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? —preguntó él y abrió la puerta.
Carmen entró por el lado del conductor y antes de que pudiera cerrar la puerta una mano como una garra la tomó del cabello y tiró de ella hacia afuera. Se aferró al volante con todas sus fuerzas y gritó de dolor.
Raúl, sin pensar y con la adrenalina al cien, enterró el bolígrafo en la mano que sacudía la cabeza de su amiga. La mano soltó a Carmen quien cerró la portezuela y encendió el auto  y se fueron a toda velocidad. Raúl se giró y vio a Ángela con el bolígrafo aun en la mano, maldiciendo y tratando de alcanzarlos.
¿Qué pasó? ¡Tienes que regresar! —gritó Raúl mientras su amiga conducía como loca por el camino rural que los había llevado a la casona.
No puedo! —dijo ella en un sollozo— ¡Están muertos! ¡Ángela los mató!
¡Estás loca! —trató de tomar el control del auto para obligarla a frenar— ¡Pará!
¡No! —Carmen manoteó para deshacerse de él— ¡Viene por ti! ¡Chingada madre! ¡Te estoy salvando! ¡Mira esto y deja de chingar!
Le lanzó el diario. Raúl comenzó a hojearlo quedando petrificado. No dijo nada hasta que Carmen se detuvo en una gasolinera camino a Ciudad Edén.
Llamaré a la policía. Si tengo razón los encontrarán y si estoy equivocada los rescatarán y ya veré…—dijo Carmen al bajarse del auto.
Asintió y al verla alejarse cojeando sacó el diario y su cuaderno de notas.
El diario contenía más dibujos que palabras pero él no las necesitaba. Su historia comenzaba con la frase “Él ha llegado esta tarde con dos regalos” y la primera página del diario mostraba a un hombre en penumbras entrando a la casona, cargando dos paquetes… sintió un escalofrío. A medida que leía su trabajo y lo comparaba con los dibujos en el diario el pánico se apoderó de él. Carmen tenía razón, la niña venía por él pues había sido él quien la había creado.
Sin embargo su escrito llegaba sólo hasta la parte en la que Carmen buscaba la salida, con la mochila ya en la espalda pero el diario tenía más dibujos garabateados.
Ángela siguiendo a Carmen.
Carmen y Raúl gritando dentro del auto.
Una mano con el bolígrafo encajado.
El auto en la carretera…
el auto en la gasolinera…
Carmen en la cabina telefónica…
Raúl solo en el auto…
La última página mostraba el auto destrozado y la cara de Raúl apenas visible entre los hierros retorcidos. Apenas tuvo tiempo de levantar la cabeza para ver a un camión de transporte que se dirigía a toda velocidad hacia él.






1 comentario:

  1. Horror y más horror ¡Cuánta crueldad! El estómago se queja. ¡Uf !

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