lunes, 31 de julio de 2017

Wimsey

Por Carmen Gutiérrez.

Joshua Adler entró en el pub protegiéndose de la lluvia torrencial que pintaba las calles de Londres de un tono grisáceo salpicado del amarillo de las farolas. Con una mueca comprobó que el lugar estaba atestado de trabajadores de fábrica, carpinteros, herreros y todo aquel que trabajase en el mundo industrial y que viviese a tres cuadras a la redonda. El recinto apestaba a sudor, cigarro y cerveza tibia, pero era el único pub en el que nadie le reconocía ni pedía favores así que se quitó el abrigo empapado y sacudió disimuladamente el sombrero, dejando unas gotitas de agua sobre el piso de madera.
Solo había un lugar disponible en la barra, aquel que colindaba con la entrada a los sanitarios y que olía a meados de gato por mucho que el dueño pusiera aserrín en el suelo. Encogiéndose de hombros se dirigió a ese sitio que los demás evitaban y dejó caer su enorme humanidad en el banco de madera que crujió en protesta por el esfuerzo, pero que estaba acostumbrado a soportar pesos mayores. Joshua pidió una cerveza al encargado y esperó a que se la sirvieran mientras jugaba con una servilleta. Quería evitar el contacto visual con cualquier parroquiano. Era lo que hacía desde dos meses atrás. Cumplir con su guardia, venir al pub, beber una cerveza tras otra sin hablar con nadie hasta que fuese tan tarde que no se encontrara a nadie de camino a su casa. Comía y cenaba en el pub así que no necesitaba variar mucho su rutina.
Su cerveza llegó. Al darle el primer trago tuvo que respirar por la nariz, cosa que venía evitando para no oler nada, pero al pasarse la bebida descubrió con sorpresa que su olfato se inundaba de un aroma a limpio, mejor dicho, a hombre limpio. Miró alrededor para encontrar al responsable de ese olor a colonia cara y se encontró con que venía del anciano sentado a su lado. No pudo evitar observar a tan extraño parroquiano. Y decimos extraño porque desentonaba en ese lugar como desentonaría él mismo en el palacio de Wimbledon tomando el té con la reina.
El anciano bebía bourbon sin hielo, llevaba un traje oscuro de tela fina y un monóculo le colgaba con gracia del bolsillo del chaleco. Se volvió hacia Joshua al notar su mirada atónita y sonrió un poco, de medio lado, como disculpándose por su presencia en ese pub.
Siento haberlo molestado, señor dijo Joshua y trató de concentrarse en las burbujas de su cerveza.
No es molestia, caballero. Su mirada, sin embargo, me sacó de mis pensamientos, cosa que le agradezco mucho.
¿Qué cosas tan horribles le pasarían por la cabeza si me lo está agradeciendo? preguntó Joshua en voz baja.
Terribles, sin duda el anciano se inclinó hacia él y le extendió una mano, a modo de saludo. Mi nombre es Peter Wimsey y estoy a su servicio, caballero.
Le estrechó la mano como hacía siempre, con desconfianza. Murmuró su nombre de mala gana pero agregó:
No soy ningún caballero. Llámeme Joshua como lo hacen todos y yo lo llamaré Peter, su nombre a secas, como hago con la gente normal.
Me parece perfecto, Joshua. Permítame invitarle un trago y sin esperar respuesta, Wimsey pidió otra ronda para ambos con ese tono afectado que adoptan las personas de alta alcurnia.
Los tragos llegaron y después de brindar con un gesto ambos bebieron sin mirarse.
Lamento que haya muerto su mayordomo dijo Joshua sin pensar y al darse cuenta de lo que había dicho dio otro trago muy largo a su tarro.
Winsey lo miró con curiosidad sin disimular su asombro, pero no dijo nada. Solo asintió. Y fue ese simple gesto el que hizo que Joshua cambiara su actitud hacia él. De pronto sintió por el anciano un profundo respeto y pensó que si le pidiera cualquier favor lo haría sin pensarlo, pero no podía quedarse con la duda así que preguntó:
¿No me va a interrogar? ¿No quiere saber cómo lo supe?   
El anciano lo miro con una chispa de picardía en sus ojos azules y dijo:
Creo que lo sé, o al menos creo saber cómo lo supo jugó un poco con el vaso medio vacío de bourbon y continuó. Usted notó mi presencia por mi olor, lo supe cuando lo vi olfatear el aire de reojo. Por mi vestir y mi manera de hablar sabe que no soy de este barrio, también notó que mi traje es negro y que estoy bebiendo solo. Eso le dijo que estoy en este pub por dos razones: O espero a alguien o estaba recordando a alguien. En vista de que le invité una bebida sabe que no espero a nadie o sea que la segunda opción es la probable. No estoy recordando a una mujer porque este sitio es visitado casi en exclusiva por hombres trabajadores y las señoras decentes no se paran en lugares como este. Así que dedujo que recordaba a un amigo muy querido. También pensó que un amigo de mi infancia o juventud  no estaría en su vida en un sitio como este y tiene razón. Así que quizá fuera alguien que se convirtió en mi amigo pero que originalmente trabajaba para mí. Mis manos son delicadas y mi traje es caro, así que lo más probable es que esa persona fuera mi mayordomo y dado que él no está aquí conmigo es lógico suponer que está muerto. ¿Acerté?
Sí, en casi todo afirmó Joshua mirándole con más respeto que antes. Le faltó decir que tiene los zapatos salpicados de barro negro y el único lugar que tiene tierra tan oscura en estos rumbos es el cementerio de Little Whitey.
¡Bravo, amigo mío! exclamó Wimsey entusiasmado En otros tiempos hubiera utilizado ese don de deducción para mi trabajo. ¡Habríamos logrado tantas cosas! A Bunter, mi amigo y mayordomo, le habría encantado conocerlo.
Joshua murmuró un ininteligible gracias y sus mejillas se llenaron de rubor.
¿A qué se dedica, Joshua?
¿No puede deducirlo usted mismo?
Veamos dijo Peter mientras se calaba el monóculo en el ojo izquierdo y lo observaba con detenimiento. Viste usted como empleado de fábrica, su abrigo lleva varios remiendos pero su calzado es de buena calidad aunque no es nuevo. Lo que me dice que trabaja para alguna empresa de calzado, no ha saludado a nadie así que creo que no conoce a ningún parroquiano, y además las fábricas de calzado están del otro lado del rio, supongo que no vive por aquí. Huele un poco a humo de tabaco pero no ha fumado así que supongo que la que fuma es su casera, y sé que no está casado porque no lleva anillo y no ha visto la hora en ningún momento, nadie le espera en casa. 
Joshua levantó el tarro a modo de brindis y asintió.
Tiene un rostro amable pero es muy huraño para conversar continuó el anciano, eso significa que la gente siempre lo busca para pedirle favores y a usted le cansa porque no sabe decir que no. Sus manos son suaves, no tienen la aspereza de los empleados comunes, así que es guardia de seguridad en la fábrica y deja su uniforme en su trabajo para que no le confundan con policía de camino a aquí.
Con una carcajada sorpresiva, Joshua festejó a su interlocutor y pidió otra ronda de buena gana.
¿Sabe? Siempre me ha molestado saber tantas cosas sobre las demás personas porque no me gusta que la gente sepa tanto sobre mí. Pero ¿Qué oportunidad tenía de encontrarme a una persona que piense como yo? preguntó Joshua y agregó en voz baja La mayoría de mis colegas o vecinos son como borregos sin aspiraciones. Solo quieren llegar a fin de mes sin morirse de hambre y no se preocupan por observar a su alrededor.
Le sorprendería lo mucho que se parecen en eso nuestras clases sociales. Mis compañeros de estudios se han dedicado a hacer dinero y presumirlo sin hacer nada más de lo que les pide la sociedad. Cumplen las reglas sin rechistar y violan las normas a su gusto en secreto. Cuando conocen a alguien que se sale del molde lo tachan de libertino…en especial si es mujer dijo Wimsey con un toque de amargura.
Es por eso que no me he casado dijo Joshua ensimismado. No soporto a las mujeres que solo hablan de tener hijos y de tener esto y aquello. Comparan a sus maridos como a caballos de carreras siempre presumiendo lo que gana o exagerando sus habilidades. Es asqueroso como se arrastran detrás de unos pantalones que les saquen de su miseria e insisten en llenarse de hijos para que el marido no se les vaya.
A usted le habría encantado mi esposa. Era una rebelde que no creía en el matrimonio y me costó media vida conseguir que se casara conmigo. Ahora que no la tengo siento que lo mismo que usted. No podría tolerar a una mujer sumisa.
Siguieron hablando por muchas horas hasta que el encargado les pidió que se fueran. Joshua estaba feliz de encontrar en ese lugar a un hombre con quien hablar de cosas diferentes que no fueran las mismas nimiedades que hablaban sus compañeros. A Peter Wimsey le encantaba el tono desenfadado con el que Adler soltaba sus opiniones y le hacía recordar a Bunter, quien habiendo crecido en cuna humilde, frecuentaba lugares como ese y decía las cosas con la confianza de saber que tenía razón. Por un momento fantaseó con reclutar a Joshua y volver a resolver crímenes y ayudar a la policía, pero los tiempos eran otros, él ya no tenía la misma fuerza de antes y Joshua, evidentemente, no era Bunter.
Bunter, su gran amigo. Habían resuelto más de treinta casos de asesinatos y fraudes, siempre con la ayuda del poder de deducción de Wimsey y la agudeza de pensamiento de Bunter. Cuando Harriet, su esposa, lo abandonó fue Bunter el que estuvo a su lado y el que continuó investigando aunque Peter ya no tenía ánimos ni para salir de la cama. De hecho era la primera vez que dejaba la casa por tanto tiempo desde que renunció oficialmente a la investigación privada. No necesitaba el dinero y sin su amada Harriet, tampoco necesitaba la aprobación pública. Se había opuesto, eso sí, a que Bunter buscara al asesino del 9, apodado de ese modo por el tamaño de las huellas que dejaba el criminal en las escenas. Bunter no hizo caso. Bunter descubrió quién era y el asesino lo mató a sangre fría tres días atrás en ese mismo barrio.
Wimsey sacudió la cabeza para alejar el recuerdo de su amigo en la morgue y se concentró en lo que Joshua le decía.
No sé preocupe, mi buen amigo dijo Peter sonriendo. Mi chofer vendrá por mí en unos momentos, le di precisas indicaciones. Puede usted marcharse a casa con tranquilidad.
Joshua se despidió de Wimsey con la esperanza de volver a verle. Era refrescante el chorro de inteligencia que emanaba el anciano, la galanura con la que se movía, la gracia con la que hablaba. Se alejó pensando en lo que hubiera sido de su vida si no fuera pobre. ¿Habría asistido a Oxford? ¿Tendría algún departamento en Picadilly? ¿Se habría casado? Pensó que quizá lo llamarían Lord con una reverencia. La lluvia había parado y las calles de Londres estaban desiertas. Pero Joshua se sintió, por primera vez en muchos años, libre de su mediocridad, ligero como una pluma, emocionado como un chiquillo con un regalo de navidad. Siempre supo que era diferente a los demás y ahora a sus treinta y tres años entendía por qué. No es que fuera extraño, es que era inteligente. Muy inteligente. La vida se había encargado de cagarse en sus sueños y de ponerle trabas a su manera de pensar.
       Ensimismado, no notó que lo seguían, ni escuchó los pasos ligeros de la persona que, con mucho cuidado de no dejarse ver, lo observaba de cerca. Se metió en el callejón de los turcos para llegar a las vías del tren y recorrerlas, como cada noche, para llegar a casa. A veces se topaba con algún borracho o algún trabajador que había perdido el tren y tenía que recorrer el camino a pie. Los odiaba. Odiaba a todos por ser unos idiotas perdidos en un mar de estupidez. A veces fantaseaba con matar a todos los de la fábrica, a veces quería estrangular a su casera, a veces…
   No supo que lo golpeó pero de pronto tenía un dolor inmenso en el cráneo y cayó en medio del callejón, de rodillas, con la cabeza sangrando. Trató de localizar a su agresor pero solo vio un bastón elegante que le golpeó con fuerza en el rostro. Perdió la vista, todo se volvió oscuro y se dejó caer en el piso, inconsciente.
El agresor siguió golpeando su cuerpo inerte, el bastón de mango de marfil abrió la piel de Joshua en varios puntos y las paredes se salpicaron de sangre. Más golpes, más sangre, el ojo derecho de Joshua se salió de su cuenca y el asesino lo pisó con saña, desparramando materia ocular en las baldosas.
Un disparo se escuchó en la oscuridad. El asesino cayó con un balazo en la frente, muerto al instante. De entre las sombras salió Lord Peter Wimsey, caminaba sin poder evitar el temblor en sus piernas. Ignorando al atacante, se inclinó sobre Joshua Adler, cuyo cuerpo se sacudía con espasmos incontrolables.
-Lo siento, amigo mío –murmuró con lágrimas en los ojos-. Pensé que usted era el asesino del 9, lo seguí pero no fui lo suficientemente rápido. Si no fuera tan viejo habría visto que lo atacaban, amigo, y lo habría salvado.  
Lord Peter Winsey se alejó hasta la avenida donde lo esperaba un auto negro. El anciano le pidió al chofer que lo llevara a casa, donde volvió a encerrarse para siempre, alejándose de los horrores cotidianos, de las pérdidas humanas y del recuerdo de que la única vez que se equivocó, le costó la vida de un inocente…maldijo en voz alta a su cuerpo decrepito y a su mente inservible. Al llegar a su departamento se sirvió un té, puso un poco de música, y se durmió para siempre.    


- FIN -

Consigna: Título:«Wimsey». Esta historia incompleta es un relato policíaco ambientado en Inglaterra en la primera mitad del siglo XX. Su protagonista es lord Peter Wimsey, el detective creado por la escritora Dorothy Sayers, a la que King admira.


1 comentario:

  1. Considerando la escasez de detalles que ofrece la consigna, es un relato muy bien logrado y disfrutable.
    Tiene unas oraciones un tanto largas, pero está muy bueno.

    8/10

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